Omar Ferretti, director del proyecto, cuenta a La Capital que “Derribando muros” se originó a partir del pedido que realizaron las docentes de la escuela de pasaje Suárez 5020, quienes manifestaron la necesidad de hacer un trabajo interdisciplinario para facilitar la convivencia intercultural y acceder a un mayor conocimiento de la cultura gitana. Había problemáticas recurrentes que preocupaban mucho a los docentes. Abandono temprano del sistema educativo, repitencia, sobreedad, inasistencias prolongadas, y como consecuencia, una cantidad de informes socioeducativos con números llamativos: el 80 por ciento de estos informes pertenecían a los alumnos y alumnas de la comunidad gitana. La mirada de Ferretti sobre esta problemática es clara. “Entendemos que hay un muro que separa a los criollos de los gitanos, y que está edificado desde ambos lados. No solo contribuyen a este muro los prejuicios y los estereotipos presentes en la sociedad mayoritaria (criolla), sino también la justificada desconfianza por parte de la comunidad gitana, que en el contacto diario con el payo (persona que no es gitana) teme perder sus tradiciones”.
El director se explaya sobre el triste historial en materia de estereotipos y estigmatización sobre el pueblo gitano, y explica que si se bucea en la literatura, la prensa y en los medios de comunicación en general, queda en evidencia la contribución que éstos han hecho en fomentar imaginarios ampliamente negativos sobre esta comunidad. “Si buscás en el diccionario de la Real Academia Española (RAE) sinónimos de la palabra gitano —cuenta Ferretti— aparecen los términos trapacero, embustero, charlatán, etcétera. Es terrible”.
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"Mamás criollas y gitanas trabajamos juntas en lo que sea necesario" dice Carina, miembro de la comunidad gitana.
Diferencias que enriquecen
Erika Coviello es la directora de la Escuela Atahualpa Yupanqui y cuenta que la institución se caracteriza por tener una población muy heterogénea. Concurren a ella niños y niñas de la cultura gitana, otros que viven en un asentamiento cercano, y otros tantos que son de un complejo habitacional del barrio. Erika señala además que la Atahualpa “era una escuela estigmatizada a partir de creencias populares arraigadas en la sociedad, que en general tienen que ver con prejuicios por desconocimiento del otro”. Prejuicios y desconocimiento, dos palabras claves para entender esta historia.
Aún antes del comienzo de “Derribando muros”, las docentes se dieron cuenta que tenían que romper con ese imaginario negativo que pesaba sobre la escuela. Lo primero que empezaron a trabajar con sus alumnos y alumnas fue el cultivo del respeto entre todos más allá de las diferencias, y en favor de una escuela inclusiva. “El objetivo propuesto era que los niños pudieran convivir en la escuela en paz, respetándose mutuamente”, cuenta Erika, que reconoce que esa meta fue lograda con éxito.
La directora rememora momentos que marcaron precedentes en la escuela en este sentido. Ya en el año 2016, antes del desembarco del proyecto de extensión universitaria, maestras y madres gitanas se dieron la posibilidad de un intercambio que marcó un hito. “Habíamos logrado que las mamás de la comunidad nos enseñen danzas gitanas a las docentes, y nosotras les enseñamos a bailar una zamba. Nos prestaron sus polleras y pañuelos. El aprendizaje se expuso en un acto escolar abierto al público. Para mí fue maravilloso ponerme sus vestidos, que nos explicaran el uso del pañuelo y ver que ellas estaban tan entusiasmadas”, recuerda Erika, que ratifica con su relato el interés y el trabajo sistemático de las docentes por conocer y acercar a la escuela a las familias de su alumnado.
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El stand gitano tuvo un espacio privilegiado en el último acto escolar.
La universidad en el barrio
“La debilidad que teníamos las docentes era que no conocíamos demasiado sobre la historia y las tradiciones de la comunidad gitana. Sus referentes, su bandera, sus canciones, cosas que ellos nunca nos habían compartido”, cuenta la directora. Este es el momento en el que entra en escena la universidad y su proyecto de extensión. Como de conocer al otro se trata, los estudiantes universitarios desembarcaron en la Escuela 1.347 para desarrollar dos talleres destinados a las maestras con el objetivo de difundir la historia y la cultura del pueblo gitano. Los talleres se realizaron a lo largo del 2019 y el primero fue “En la piel de los rom”, donde se abordaron cuestiones generales de la historia y la cultura gitana, y algunas particularidades que tiene la comunidad Rom Greca de barrio Las Delicias. El tópico del segundo taller fueron las paramichas o cuentos tradicionales gitanos.
“La idea era empezar a romper con esos estereotipos y brindar un conocimiento del otro”, dice Omar Ferretti, que destaca que los encuentros fueron muy bien recepcionados por el equipo docente. Y señala la existencia de un vacío que entiende debería revertirse: “Desde el Ministerio de Educación no está contemplado difundir la historia y la cultura del pueblo gitano en ninguna currícula educativa, tampoco están presentes en los libros de textos”.
Los encuentros fueron fructíferos y marcaron un nuevo comienzo. “A partir de los talleres la primera transformación que hubo en nosotros fue el conocer”, manifiesta Erika, para explicar la relevancia de “Derribando muros”.
El proyecto aún estaba incompleto, le faltaba la participación del actor más importante: la comunidad gitana. Omar recuerda que cuando la Secretaría de Extensión de la UNR lo aprobó, una de las observaciones de los evaluadores era que se trataba de un proyecto para gitanos pero sin ellos. “Esa era una observación muy pertinente —afirma Omar—, por eso entendimos que había que involucrar a la comunidad gitana, hacerlos partícipes”. Los estudiantes universitarios comenzaron a charlar con la gente del barrio y con las familias gitanas que enviaban a sus chicos a la escuela, y vieron que había una necesidad de parte de algunos referentes adultos de iniciar un proceso de alfabetización. Se capacitaron y en febrero de 2018 comenzaron a implementar el programa cubano “Yo sí puedo”, que funcionó al principio en una casa de familia con la población gitana adulta. En ese proceso de conocimiento mutuo hubo también un punto de inflexión: el día que se leyó una carta del escritor y activista gitano Jorge Nedich. Ese texto que Nedich le había presentado al premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, planteaba entre otras cosas la persecución, discriminación, agresiones y muertes violentas que habían sufrido los miembros de la comunidad gitana en la Argentina. Las familias de la comunidad de Las Delicias conocían sobre esas víctimas. “Esa carta hizo que nos empezaran a aceptar, fue un punto de inflexión, nos empezaron a saludar por la calle y a identificarnos por nuestros nombres”, recuerda Omar.
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El proyecto universitario presente, acompañando la iniciativa escolar.
Buenas tardes y sar san
Erika destaca la formación que brindó la universidad en la escuela: “Nos capacitó desde otro lugar y nos ayudo a conocer más a nuestros alumnos”. En este nuevo vínculo hubo una apertura en los niños y las niñas gitanas que empezaron a enseñarle a sus maestras algunas palabras en romanés. “Ahora cuando nos saludamos nos decimos buenas tardes y también sar san (que significa hola en el idioma rom)”, dice la directora, para describir el comienzo de un nuevo tipo de relación.
El camino recorrido tenía una finalidad: que los niños y niñas gitanas perciban que su comunidad era parte de la escuela. Los muros comenzaron a derribarse en el seno de la institución. Las docente empezaron a planificar la incorporación de paramichas (cuentos de tradición oral gitana con palabras en romanés). Juan y la yunuto (luna) es una de ellas. Y el 2019 culminó con una muestra de fin de año diferente. En ese acto de fin de ciclo las familias gitanas de Las Delicias contaron con un lugar privilegiado de la escuela para armar su stand.
Carina Treico, miembro de la comunidad gitana, cuenta su experiencia en primera persona. Tiene cuatro hijos, los más grandes, de 20 y 15 años, transitaron toda su primaria en la Atahualpa Yupanqui. Ahora le quedan dos hijos en la escuela, uno en sexto grado y otro en primero. Como mamá, Carina participó activamente en ese acto de fin de año del 2019. “Mi familia armó un tradicional dormitorio gitano —recuerda—, llevamos los colchones, armamos la cama con dosel, también expusimos la ropa y los pañuelos que usan las mujeres”. Otras familias prepararon la torta gitana y cedieron el samovar para que se haga el tradicional té gitano, que es una bebida con frutas. La exposición fue muy concurrida y visitada por familias criollas y gitanas.
"El camino recorrido tenía una finalidad: que los niños y niñas gitanas perciban que su comunidad era parte de la escuela" "El camino recorrido tenía una finalidad: que los niños y niñas gitanas perciban que su comunidad era parte de la escuela"
Mientas recuerda el protagonismo que su comunidad tuvo ese día, Carina hace referencia al arraigo que siente por la Atahualpa Yupanqui. “Yo me siento una más de la escuela, participo en ella desde que mi hijo mayor iba a la primaria. Formo parte de la cooperadora, ayudamos con la familia en lo que sea necesario. Si tenemos que ir a pintar, vamos y pintamos”, dice. Su hijo mayor fue de los primeros gitanos en asistir a la escuela. Hoy más del 50 por ciento de los alumnos y alumnas son de esa comunidad. Se forjó otro vínculo con la institución. “Nos juntamos mamás criollas y gitanas y organizamos cosas para fin de año. Tenemos una buena relación y trabajamos juntas en lo que sea necesario”, cuenta Carina. Dice que en la escuela nunca se sintió discriminada por ser de la comunidad gitana, aunque no así en el resto de la sociedad.
“Si vas a una tienda, la orden es atender a la gitana para que se vaya rápido, o se ponen atrás tuyo para vigilar. Lo que la gente imagina es que somos ladrones, la verdad es que hay gitanos malos y buenos”, cuenta Carina para explicar con ejemplos ese miedo irracional que percibe de la gente a causa del prejuicio y el desconocimiento. El humor no tarda en llegar a la charla: “A veces escucho que les dicen a los chicos «vengan acá porque se los lleva la gitana». Y yo les digo «no te preocupes que tengo cuatro no necesito tener más»”. Carina cuenta entre risas la anécdota, como una forma de desdramatizar el comportamiento discriminatorio por parte de algunos criollos. Una conducta que su pueblo asume tristemente con naturalidad.
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La comunidad gitana, la escuela y la universidad, los protagonistas de un proyecto intercultural en Las Delicias.
Paramichas por venir
Con la pandemia el proyecto quedó suspendido temporariamente, porque tal como explica su director, la extensión sin el territorio no es posible. “La experiencia de “Derribando muros” se pausó transitoriamente —dice Omar—, pero en absoluto se cortaron los vínculos con las docentes, directivos y algunas familias gitanas”. Ratifica que a pesar de la distancia, el contacto con las maestras les permite conocer cómo la comunidad educativa está transitando esta difícil situación de la pandemia.
A pesar de la pausa, el equipo entiende que el aprendizaje mutuo es un proceso que recién comienza. Por su parte, la directora de la escuela afirma que aunque el proyecto tuvo un freno, se continúa enriqueciendo con el fortalecimiento de los vínculos y los planes a futuro.
El acto de fin de ciclo del 2019 marcó una bisagra en este proceso de conocimiento que la universidad, la escuela y la comunidad gitana comenzaron a transitar. “Fue una hermosa experiencia —recuerda Omar— porque demostró el lugar que la escuela le brindó al proyecto de la universidad, y además la comunidad gitana pudo mostrar en el marco de la escuela quiénes son, cómo son y qué les gusta”.
Lo que se vislumbra en adelante son proyectos por venir. La visibilización de la historia y la cultura gitana en el programa educativo ya comenzó en la escuela primaria con la incorporación de los cuentos gitanos de tradición oral. El arte también tendrá su lugar, porque entre los proyectos pendientes está la visita de la cantante gitana Aline Miklos, que se comprometió a ir la escuela para interpretar canciones infantiles en romanés. Cuando la coyuntura sanitaria lo permita, los estudiantes volverán al territorio y las maestras y los niños a la escuela. El romanés circulará en las aulas de la 1.347 con el respeto que se merece y se continuará trabajando en desarticular estereotipos y prejuicios. En el barrio Las Delicias no solo se derriban muros, también se construyen puentes.