Pienso la escritura de este texto como efecto de conversaciones, reflexiones críticas compartidas con tantos colegas docentes y de otros campos disciplinares íntimamente relacionados con la educación. Conversaciones que nos han permitido interrogarnos, observar la escuela que se ha gestado en este tiempo de pandemia desde aquel marzo de 2020. Es por eso que quiero recuperar ideas, decires y pensamientos de algunos docentes que día a día ponen el cuerpo y el conocimiento a rodar en muchas escuelas públicas y privadas de la ciudad de Rosario. En este sentido me gusta pensar cómo las palabras, el lenguaje tiene la potencia de unirnos, amalgamarnos y pensarnos colectivamente acerca de lo que nos pasa como docentes, qué desafíos se nos presentan, qué les pasa a nuestros estudiantes y cómo acompañarlos en sus trayectorias a partir de este contexto sumamente complejo, que ha cambiado todas las coordenadas de tiempo y espacio de las instancias de enseñanza - aprendizaje... y continúa mutando.
De allí la metáfora de un colega: “La escuela está viva y late”. Bienvenida la imagen de escuela asociada a la vida, con su dinámica, vaivenes, caos, intersticios, transformaciones o al menos la posibilidad de pregunta sobre todo lo ya conocido y que muchas veces parecía inmutable: planificaciones, contenidos, didáctica. La pandemia sacudió, develó necesidades, impulsó cambios. Como docentes, nos corrió de las certezas, nos colocó (si es que nos dejamos interpelar) en el lugar de “extranjeros”, explorando estos nuevos territorios institucionales y de aprendizajes que comenzaron a configurarse: “Como extranjeros que perciben los acontecimientos y las circunstancias con la posibilidad de situarse desde la incertidumbre, lo no conocido, lo oculto, lo no obvio” (Marina Müller, 2013).
Haciéndonos cargo del no saber en estas circunstancias, aceptar la ignorancia, es lo que nos permite como docentes aprender, rompiendo también con la vieja idea de la escuela tradicional que posiciona al maestro en el lugar de saber absoluto. Lo no conocido de este contexto, nos habilita a la construcción de algo diferente, a hacernos nuevos interrogantes: “¿Qué es ser hoy estudiante? ¿Qué es ser maestro? Esa pregunta en nuestra perspectiva podría formularse así: ¿En qué condiciones se es hoy maestro o estudiante?”, se preguntaban Silvia Duschatzky y Cristina Corea en Chicos en banda (2002).
"La pandemia nos corrió de las certezas, nos colocó en el lugar de extranjeros de nuevos territorios institucionales y de aprendizajes" "La pandemia nos corrió de las certezas, nos colocó en el lugar de extranjeros de nuevos territorios institucionales y de aprendizajes"
Se aprende y se enseña de maneras totalmente diferentes a las de la escuela prepandémica. Para muchos sectores de nuestra sociedad, la precarización de las condiciones de vida hace necesario que se priorice cubrir las necesidades básicas antes que el aprender. Así claramente lo expresa M., docente de una escuela periférica de la ciudad: “La vuelta a la presencialidad este año, lejos de significar un reencuentro con algunas certezas, encontró a la práctica docente con situaciones de mucha vulnerabilidad de infancias y jóvenes, discontinuidades en las trayectorias escolares y una situación social y subjetiva muy dolorosa, con muchas más familias empobrecidas”. La pobreza, la pérdida de estabilidad económica de muchas familias, que también se han visto desintegradas en muchos casos, la modificación de las condiciones laborales de los padres, nos propone continuamente actualizar la pregunta sobre las condiciones en las que hoy se es estudiante o docente. No es posible ignorar las circunstancias particulares de nuestros estudiantes, porque si bien trasciende a la escuela, es inherente a cada uno de nosotros, y solo teniendo en cuenta el contexto es que alguna propuesta podemos hacer para garantizar el derecho a la educación. Se constituye como desafío pensar en las infancias, para que encuentren en la escuela, más allá del virus que provocó la pandemia, un lugar que aloje, arrope e incluya. En definitiva, que garantice su derecho a la educación.
En este escenario, la pandemia se ha convertido en oportunidad de “volver a lo importante y lo esencial, volver a encontrarnos con el otro, ver qué le pasa, escucharlo... de parar y revisar qué estábamos haciendo adentro de la escuela. Ahora uno se da cuenta de la necesidad del vínculo con el otro” (A.B).
Posibilidad de invención, de desestructurar lo conocido y crear nuevas maneras, modos de acercarse al conocimiento, con instrumentos tecnológicos a los que muchas veces nuestros estudiantes tienen acceso, pero muchas otras veces no es posible: ¿Cómo ser equitativos, brindando más oportunidades a quienes menos tienen?
En la incansable búsqueda de respuestas posibles desde nuestro rol político y ético como docentes, está la clave de destituir lo cierto, estable, para dar lugar a la posibilidad, lo nuevo, único, lo incierto, los desafíos, construir nuevas maneras de habitar la escuela, mantener vivo en deseo de aprender, impulsar los latidos de una escuela diferente, con posibilidades de comenzar a escribir una nueva historia.