El coronavirus es hoy uno de los principales temas de conversación en medios de comunicación y redes sociales. Hasta los chicos y chicas en las escuelas hablan de ello. La preocupación avanza tras los primeros casos confirmados en el país y los protocolos se activan ante posibles brotes.
Pero además de la epidemia de la enfermedad en sí, la docente y divulgadora de temas científicos Guadalupe Nogués advierte que “existe una segunda epidemia: la desinformación acerca de la enfermedad”. Desinfodemia es el término elegido por Nogués en un artículo publicado en el portal El Gato y la Caja para hablar de esta desinformación online que incluso hace que las enfermedades se dispersen aún más. Bióloga de formación, profesora en una escuela secundaria de la ciudad de Buenos Aires y formadora de docentes en temas de ciencias, Nogués es autora además de Pensar con otros, guía de superviviencia en tiempos de posverdad.
En diálogo con La Capital, Nogués propone que las escuelas aprovechen que los chicos y chicas son potenciales amplificadores de conductas positivas en temas de salud e higiene en sus hogares. Incluso en cuestiones básicas como aprender a lavarse las manos. Pero también pide espacios para educar la mirada de los niños y adolescentes frente a la marea de noticias que circula, para que aprendan a detectar lo real de las fake news.
—¿Qué significa hablar de desinfodemia respecto del coronavirus?
—Desinfodemia es una palabra que no existe. Se está usando en algunos lugares para hablar de esta especie de relación que empieza a observarse entre una epidemia y la desinformación de la epidemia, en donde hay un montón de noticias falsas o distorsiones de la información que al final terminan colaborando con la dispersión de la enfermedad. Y por otro lado, cuanto más notoria o más casos hay de la enfermedad, se suma más desinformación. Es un ciclo que se retroalimenta. Lo peligroso en este cóctel de la desinformación es que se propaga mucho más la enfermedad. En el caso del coronavirus, hay mucho de eso que llega por grupos de WhatsApp, pero también en medios que al intentar desmitificar ciertas creencias las vuelven más visibles. Entonces hay desde ideas que hablan de conspiraciones, que el virus fue inventado o que hay alguien que quiere ganar algo con esta epidemia. Me han llegado las cosas más extrañas.
—¿Qué es lo más extraño que te llegó?
—Un video de una persona que decía que en un libro sagrado esto estaba escrito, que había señales de que esto iba a ocurrir ahora. Es un problema. Por eso hay que hacer un llamado a la responsabilidad de cada uno. Muchos de nosotros a veces compartimos inocentemente esas cosas extrañas que nos llegan, para divertirnos. Y al final eso no es inocente, tiene consecuencias potencialmente muy graves, porque termina desinformando.
Hay un montón de evidencia de que los chicos son potenciales amplificadores de conductas positivas hacia los padres
—¿Cómo lograr el equilibrio entre comunicar sobre la enfermedad sin crear paranoia, que es un peligro?
—Sí. Hay un peligro que es la paranoia. Y hay otro que es la desensibilización, cuando la gente llega a estar tan harta de escuchar sobre el coronavirus que rechaza la información. Cuando dice “basta por favor, otra vez este tema”. Entonces cambia de canal o no escucha las medidas de prevención que hay que tomar. Ese también es un problema. Cuando la saturación de un tema lleva, involuntariamente, a que una persona no adopte las medidas de prevención que debería incorporar. El equilibrio es la clave, es algo que me desvela y que esperaría que los medios de comunicación lo pudieran manejar mejor. Pero además me parece que en esto de hacernos cargo, cada uno de nosotros tenemos que ser más reflexivos. Como primera medida para ese equilibro diría que un ingrediente es darnos cuenta de que lo que hacemos y lo que no hacemos tiene consecuencias en la vida real. Y después hay recomendaciones, guías prácticas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre cómo comunicar en estos contextos. Porque obviamente hay una tensión entre comunicar la novedad y al mismo tiempo decir esto no es relevante. En esa dinámica la OMS también hace mucho énfasis en que el emisor sea confiable, transparente en sus intenciones. Y en el tema de la rigurosidad, mantener la vara muy alta es lo que permite que cuando vos digas algo eso sea recibido de una manera especial. Porque si no sos confiable generás ruido.
—En tu rol como docente: ¿qué recomendaciones darías a otros colegas para abordar el tema?
—Hay cosas que se pueden hacer que han funcionado en otras situaciones. En esto de comunicar con transparencia, un mensaje claro para los chicos pueden ser las medidas preventivas básicas, como lavarse las manos. Todos nos lavamos mal las manos. Hay una manera de hacerlo bien que no es solo pasar el agua por todos los lugares, sino hacerlo entre 30 y 60 segundos. Quisiera ver cuántos de nosotros hacemos eso. Con los más chiquitos de jardín eso es algo bien concreto que se puede hacer. Con primaria ni hablar y con secundaria se pueden sumar complejidades. Algo que funciona bien en escuelas con distintos niveles educativos es pedirle a los de secundaria que generen piezas de comunicación (escritas, contadas o con videos) para los de primaria. Eso cumple la doble función de enseñar a los más chiquitos y que también sea informativo para los más grandes. Para los de secundaria lo que yo recomendaría es ver cuáles son los típicos estilos de la desinformación en salud. Eso es algo que se puede trabajar en el aula. Porque aún no sabemos qué va a pasar con esta epidemia concretamente, porque es muy pronto todavía para saber si en un par de meses ya no está más o la vamos a tener conviviendo con nosotros durante la próxima década. Pero si no es esta será otra epidemia o virus. Y me parece que el hecho de que los chicos del secundario estén alertas sobre la desinformación siempre ayuda, para que la próxima vez estemos mejor preparados para identificarla y frenarla a tiempo.
—¿Cómo se puede educar la mirada de los chicos, que están expuestos a las noticias constantemente?
—Ese tipo de debates tendrían que estar más presentes en la escuela. No digo curricularmente, pero se pueden armar un montón de actividades en materias con distintos enfoques que apunten a eso. Porque eso es formación ciudadana. A veces cuento como chiste el mito del ajo, que no importa lo que tengas, siempre dicen que sirve para todo. Que quizás funcione para algunas cosas porque tiene propiedades muy interesantes, pero la mayor parte de las veces no. Y hablar de eso son diez minutos de clase, a través de una charla informal o que los chicos participen encontrando noticias en los diarios. Es decir, algo que los forme no solo para la coyuntura sino también para las próximas.
—Ahí hay otra cuestión, cuando los chicos son transmisores de conductas positivas hacia sus familias, desde higiene hasta vacunación
—Tal cual. Hay un montón de evidencia de que los chicos, tanto de primaria como de secundaria, son potenciales amplificadores de conductas positivas sobre todo hacia los padres. Vuelven a la casa, cuentan lo que hicieron en la escuela y cambian el comportamiento de sus padres. Por ejemplo, hay evidencias de que para enseñar a los adultos a reciclar la basura en vez de dirigir una campaña hacia ellos se les enseña a los chicos en la escuela, para que vayan con ese mensaje a sus casas y lo expliquen ahí. O el ahorro de energía en cuestiones hogareñas. Bueno, en este tipo de cosas de cuidado y prevención, sobre todo cuando muchos de los adultos estamos con tantas preocupaciones de otros temas, que vengan los nenitos y te digan “mami, ¿te lavaste las manos?” es una herramienta muy poderosa.