Los padres de los niños y niñas que ejercen o sufren intimidación en el ámbito escolar suelen desconocer la existencia de este fenómeno, que ocurre habitualmente alejado de la vista de los adultos, y donde los roles de intimidadores o intimidados son dinámicos. La comunicación con los hijos es clave para intervenir. Así lo señala un estudio de la Universidad Nacional del Sur, realizado durante cinco años en establecimientos públicos y privados de educación primaria. Según el análisis, ocho de cada diez padres de alumnos que refirieron ejercer algún tipo de maltrato a sus compañeros señalan que sus hijos "nunca tendrían ese tipo de conducta". También se determinó que las agresiones suelen ocurrir en espacios fuera de la vista de adultos, y que los roles de quienes ejercen o reciben la intimidación no son fijos, sino dinámicos.
Además, el 90 % de los progenitores mencionó que sus hijos les comunicarían si recibieran agresiones; sin embargo, tres de cada diez niños dijeron que no hablarían con sus padres en estas circunstancias.
El trabajo fue realizado en el marco de un proyecto de los Departamentos de Ciencias de la Salud y Economía. Duró cinco años, y tuvo como foco siete colegios públicos y privados de nivel primario de Bahía Blanca, Provincia de Buenos Aires. En general, los resultados indican que existe desconocimiento de la situación por parte de los adultos, tanto en los hogares de los niños que ejercen maltrato como de aquellos que lo reciben. El 63% de los niños mencionó que, en caso de hostigamiento, lo hablaría con otras personas que no son sus docentes o no lo contaría a nadie.
Justamente, "el sostenimiento de este tipo de conducta es posible por el silencio de quienes participan y también de quienes observan estas situaciones", afirma María Eugenia Esandi, docente de los Departamentos mencionados y directora del proyecto de investigación "Intimidación entre pares y su impacto en la calidad de vida relacionada a la salud".
"Se genera un círculo negativo en el cual los adultos, que son quienes deben intervenir, no se involucran porque ignoran la magnitud real del problema", agregó María Paula Repetto, también docente e integrante del equipo. "Los niños solos no pueden salir de este tipo de relaciones, por eso es importante no asignarles la responsabilidad, sino traer a la discusión la importancia de la intervención del adulto", sumó Esandi.
A su vez, los resultados del estudio mostraron que, de los 648 niños entre 8 y 12 años de edad consultados, un 18% refirió participar en situaciones de intimidación en las dos encuestas realizadas durante el año 2016. Las situaciones de intimidación ocurren con mayor frecuencia durante los recreos, en ocasiones, incluso con la presencia de los docentes.
Espacios de diálogo
"Que suceda en presencia de un adulto y que éste no intervenga puede ser porque no advierte estas situaciones o bien, porque las ve pero no actúa al naturalizar ciertas conductas agresivas. Las barreras intergeneracionales también aumentan las brechas comunicacionales con los niños y, en ocasiones, los docentes no podemos identificar lo que realmente los afecta".
"Por lo tanto es sumamente importante, tanto en la escuela como en el hogar, fomentar espacios de diálogo para que los niños y niñas nos cuenten desde su perspectiva aquello que les molesta, lo que hacen en la escuela y cómo se sienten", afirmó.
En general, los afectados suelen reportar a los adultos las agresiones físicas y no otras formas de maltrato más frecuentes como los insultos o la exclusión. "Habilitar espacios de diálogo en casa y en la escuela ayuda a que no sufran intimidación en silencio por largos períodos de tiempo", agregó.
Sin embargo, a lo largo de la investigación también se observó que la intimidación es un fenómeno dinámico, en el que los pequeños cambian de roles, ejerciendo o recibiendo maltrato, lo cual debería asociarse más a cambios en las conductas de los niño que a rasgos definidos de la personalidad. Las formas de comportamiento se aprenden; con la ayuda de un adulto los niños pueden dejar de participar en situaciones agresivas hacia otros compañeros.
"Estos porcentajes reflejan que los «roles» son dinámicos. Incluso, hay chicos que en ciertas ocasiones son intimidados y en otras son ellos mismos quienes ejercen violencia con otros compañeros. Este grupo mencionó tener peores percepciones de su salud, como sentimientos de tristeza y negatividad, o bien, no sentirse aceptados por sus pares".
"Otro aspecto a tener en cuenta es que el 52 % refirió no participar en situaciones de intimidación; sin embargo, esto no significa que no tienen ningún tipo de participación. Ellos pueden actuar como observadores y al no reprobar este tipo de maltrato afianzan a quienes lo ejercen, fomentando su sostenimiento en el tiempo. Es importante el accionar del adulto para enseñar relaciones de solidaridad y rechazo a todo tipo de violencia y discriminación", recalcan.
"Consideramos importante no hablar de victimas y responsables. No hay niños responsables de la intimidación ya que las causas para que se den este tipo de conductas son varias. Preferimos, al transmitir un mensaje, que rompa con esta mirada que responsabiliza a los niños, sobre todo «los niños problema». En estos datos hay una figura fundamental para terminar con las situaciones de intimidación que es el adulto", concluyen.
Fuente: Argentina Investiga (argentinainvestiga.edu.ar)