Hablar de educación ambiental no significa sólo desarrollar actividades vinculadas con el cuidado de la ecología del salón o del barrio, como juntar papelitos en la escuela, sino también interpelar los problemas sociales y económicos de la región, aquellos que también reclaman una mirada crítica desde las instituciones educativas. Así entiende que debe encararse esta tarea la regente de la Escuela Agrotécnica de Casilda (UNR), Graciela Mandolini, quién además es coordinadora académica de la Escuela de Educación y Formación Ambiental "Chico Méndez".
Miembro de la Red de Educadores Ambientales de la República Argentina, Mandolini sostiene que "el desempleo, la precariedad laboral, las situaciones de conflicto y de violencia que se viven en la sociedad también significan hablar del ambiente". En el marco del Día Mundial del Medio Ambiente —que se celebra hoy— la investigadora propone construir recursos didácticos propios para abordar estos temas, lejos de "libretos escritos por otros en contextos y lugares que no están vinculados con la realidad local y con nuestras identidades regionales".
—¿Cómo debe entenderse la educación ambiental?
—Una de las cuestiones que instalamos sobre el ambiente es no pensarlo como algo externo a los seres humanos. Por eso no hablamos de medio ambiente sino de ambiente, ya que formamos parte de él, lo integramos. Los mal llamados recursos naturales en realidad son parte constitutiva del ambiente junto con nosotros, no establecemos algo externo a los seres humanos. Por eso hablar de educación ambiental implica reposicionarnos para crear un espacio de discusión sobre la crisis ambiental, pero como crisis civilizatoria.
—¿Esto implica ir más allá de actividades como juntar papeles por el barrio?
—Es real que siempre la cuestión vinculada con lo ambiental y la ecología tenía que ver con acciones voluntaristas y proyectos muy acotados como plantar árboles, juntar papelitos o indagar el tema de la basura. Pero es muy difícil desmontar esta mirada sobre lo ambiental, esta visión mecanicista del mundo que nos ha llevado a pensarlo fragmentadamente. Esto debe ser superada por una visión integrada que instale debates y perspectivas criticas en torno a problemas que tienen que ver con fenómenos locales.
—¿Por ejemplo?
—Puntualmente en las instituciones educativas donde estamos interactuando lo que hacemos es instalar el problema del modelo productivo de la región, que implica hablar desde el paquete tecnológico hasta el glifosato. Preguntar cuáles son las producciones alternativas para la región y las posibilidades, por qué los modelos exististas son los que impactan más fuertemente y no se evalúan costos a largo plazo. Qué está pasando con la extensión de la frontera agropecuaria y cuáles son los derroteros que esto trae aparejado también desde la perspectiva de la transformación y el cambio climático. Ir instalando esto implica también desmontar aquellos proyectos acotados.
—¿Es posible entonces abordar desde la educación ambiental escolar el modelo productivo?
—Nosotros lo estamos instalando. Aunque a veces hay que trabajar más fuertemente el paradigma de la complejidad, porque hablar del ambiente implica también hablar de las problemáticas sociales. Cuestiones que tienen que ver con el desempleo, la precariedad laboral, las situaciones de conflicto y de violencia que se viven en la sociedad también es hablar de ambiente.
—¿Implica también revisar los planes de estudio y las didácticas?
—En el "Manifiesto ambiental del Bicentenario" recuperamos la idea de Simón Rodríguez —maestro de Bolívar— que decía: "O inventamos o erramos". Y en ese sentido los diseños curriculares tienen que empezar a abrevar en las propias experiencias de cada uno de nosotros, construir un recurso didáctico en ese sentido, para no quedarnos engrampados reproduciendo los libretos escritos por otros, en contextos y lugares que no están vinculados con la realidad local y con las identidades regionales.