"Hay una falacia que dice que hay que ser feliz a toda costa. Pero con la mitad de los niños pobres que no llegan a comer ni siquiera una vez por día eso es una falacia. Es una felicidad de mercado, ficticia". La frase potente es una las tantas que puso sobre la mesa la especialista y docente Carina Kaplan en el panel "Entre cerebros y emoticones. Políticas y prácticas educativas en debate", en el que participó a fines de mayo junto a Ana Malajovich y Ana Abramowski en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata. Las intervenciones de las tres investigadoras están subidas a YouTube.
Carina Kaplan abrió su intervención mostrando una campaña que realiza desde hace dos años con su sobrina Maite de 14, años, donde la adolescente hizo una serie de dibujos en contra la violencia escolar, donde aparecen sentimientos de humillación, vergüenza y de inferioridad que se dan en los patios y aulas. Ese trabajo, cuenta Kaplan, permitió que aparezca la "dimensión emocional de la vida escolar", porque "cuando uno trabaja sobre la producción de la violencia hay una matriz emocional afectiva detrás de los testimonios de los estudiantes".
Es entonces cuando Kaplan planteó que hoy la dimensión emocional es tan profunda y a la gente le llega "porque el orden social es fundamentalmente de naturaleza afectiva". Y agregó: "Desde esa premisa la escuela puede ayudar a curar las heridas socioemocionales de los niños y los adolescentes".
Para la educadora, la clave está en comprender la trama emotiva que se teje y entreteje en la trama escolar, "porque todos sabemos que la escuela deja huellas, marcas positivas y negativas; y de allí su valor simbólico sobre la conformación de nuestra organización afectiva, la escuela nos estructura afectivamente".
En la charla, la especialista advirtió que las emociones están condicionadas por las situaciones sociales, "y por lo tanto no es posible comprenderlas si no atendemos la mirada relacional de los seres humanos", por lo que propuso "un enfoque sociohistórico, sociopsíquico y cultural de las emociones". Para luego afirmar que "la emoción fundante de nuestro tiempo es el sufrimiento social".
"Cuando doy clases —explicó— a los alumnos les digo que no puede pensar las emociones sin pensar los contextos de época, y tratar de reconstruir narrativas del sufrimiento. Yo creo que la escuela ayuda a curar las heridas sociales en la medida en que logra reconstruir y deconstruir esas narrativas del sufrimiento de nuestros estudiantes".
Para entender esa matriz emocional del sufrimiento, Kaplan mencionó cuatro metáforas. La primera es la que propone Richard Sennet en La corrosión del carácter, donde señala que el trabajo dejó de ser hace tiempo un ordenador para la vida social de las grandes mayorías. Para Kaplan, esto se ve patente cuando "hoy hay niños, jóvenes y adultos en las escuelas que son tercera o cuarta generación que no han visto trabajar a sus padres, abuelos ni bisabuelos", constituyendo así "cadenas de generaciones de exclusión", donde es entonces donde la escuela se convierte "en uno de los factores sociales mas importantes de constitución, sino el único, de lazo social".
La segunda metáfora es la de Las cárceles de la miseria, donde Loic Wacquant "denuncia cómo a los niños y jóvenes de sectores populares en lugar que el Estado los proteja se protege de ellos, porque hay una idea de que son el mal de nuestra sociedad". Allí también —sostuvo Kaplan— emerge la escuela como una de las pocas instituciones que pueden ayudar a construir otra mirada sobre los estudiantes y poder salirse de esa mirada criminalizante. La tercera metáfora es que propone Goran Therborn en Los campos de exterminio de la desigualdad, porque "la desigualdad mata, es indigna y no compete solamente a los pobres sino a cómo construimos nuestras sociedades". La cuarta metáfora es la de sufrimiento social que trabaja Pierre Bourdieu, que "atraviesa gran parte de la matriz emocional, porque la escuela es caja de resonancia y microcosmos de lo social".
"Aprehendemos a las violencias como dolor social y nos interesan las experiencias emocionales porque hablan de cómo construimos nuestra sociedad. Lo que hay que intentar hacer es sacarles el territorio a estos emocionales de mercado. No me molesta llamarla educación emocional, sino de qué vamos a discutir y qué contenidos vamos a poner en las escuelas", agregó Kaplan.
Sobre el final de su intervención, la investigadora leyó una serie de relatos o narrativas del sufrimiento de jóvenes de escuelas secundarias. Como el de una chica de segundo que dijo: "Vos cuando te cortás sentís como otro dolor. No sentís el dolor de adentro, pero no te arregla los problemas". "Así que si el mercado quiere hablar de felicidad nosotros vamos a decirles cuál es la perspectiva de esos pibes sobre el sufrimiento social", cerró la investigadora.