Todos declaman que les importa la educación, pero no todos la tratan igual. El gobierno de Néstor Kirchner inició con el viaje del presidente a Paraná, para satisfacer demandas docentes y finalizar una huelga. Ese mismo gobierno dictó tres leyes fundacionales (Presupuesto educativo, Ley de Educación Nacional y Educación tecnológica). Por entonces se decidió la jubilación del 82% móvil para los docentes de todos los niveles, un beneficio extremadamente importante —que muchos docentes hoy no tienen noción de dónde y cuándo surgió—. Con Cristina Kirchner se entregó computadoras a los estudiantes de primaria, se avanzó sobre educación sexual, se llegó a implementar el 6% del presupuesto total para educación.
En esta sola semana, hemos visto encontrar miles de netbooks desperdiciadas y sin usar, así como incontables libros durmiendo en los anaqueles de las oficinas gubernamentales de la gestión anterior. Hemos visto luego de 2015 eliminar la paritaria nacional, fragmentándose los salarios por provincias según las diferencias de posibilidades de las mismas. Vimos perseguir y hacer campañas mediáticas de desprestigio contra dirigentes sindicales docentes, y hasta nos tocó saber que Vidal llegó a inscribir “personas comunes” que “se ofrecieran” para dar clases, en una falta de respeto insólita a los maestros, profesores y padres de familia. Algo así como “apúntense aquí los que quieran hacer operaciones quirúrgicas de riesgo, no hay requisitos, cualquiera puede”.
Aunque la imaginería citadina suela creerlo, no todas las políticas operan igual, ni todos los políticos son iguales. El presupuesto para educación cayó a menos del 5% en el gobierno macrista, y es notorio que la educación no tuvo prioridad dentro de las políticas de dicho gobierno.
A pesar de ello, la discontinuidad entre administraciones no es absoluta, en razón del peso de la inercia del sistema, y también de que parte del personal técnico continúa más allá de las diferentes gestiones. El Plan Maestro que se insinuó sin llegar a aplicarse en la etapa de Macri, mezclaba notoriamente supuestos neoliberales propios de su posición, con otros provenientes de doctrinas que privilegian lo social, y que remiten al período 2003-2015. La Escuela 2030, un ambicioso programa para transformar el nivel medio, no fue más allá de la planificación en el período macrista, y sin dudas podría ser retomado por un gobierno con signo diferente.
Es cierto que hay fuerte antagonismo político en el país. Podría sospecharse razonablemente que algunas posiciones se sostienen en el “anti” y que carecen de cualquier postulación propia, que no sea la del rechazo del otro. El resultado de ello es lamentable, porque obviamente esto impide pensar con libertad, oscurece los razonamientos, lleva a detestar hechos o acciones solamente porque se le adscriben al adversario. Aprender a pensar “más allá de la grieta” sería necesario. Pero admitamos que hoy, para muchos, parece imposible. Ni pueden, ni quieren.
Por ello, en cuestiones como políticas de género, análisis de los hechos históricos —sobre todo los más actuales—, ética y valores, nociones sobre democracia y derechos, es casi imposible mantener acuerdos transgubernamentales. Muchas cuestiones de contenidos curriculares, e incluso sobre la cuestión de autoridad, comportamiento y disciplina, no son acordables desde diferentes concepciones políticas.
Pero otras sí: incluso algunas que han sido polémicas (caso separación religión/educación pública), están ya fuera de la discusión, y forman parte de los acuerdos. Por ello, resulta una transgresión notable el hecho de que el actual gobierno de Mendoza —de signo diferente/opuesto al nacional— se permita iniciar las actividades anuales... en un templo evangélico!! Estas cuestiones ya están objetivadas en legislación, y no debieran ser objeto de conflicto, ni de interrupciones en su ejercicio. En un mismo nivel de resguardo podría ponerse el presupuesto educativo: que éste no baje del 5,5% o el 6%, por ejemplo, es algo que cabe acordar más allá de cada gestión.
Y, finalmente, claro que hay acuerdo posible en algunos otros puntos, y que cabe fijar políticas a largo plazo sobre ellos, más allá de las gestiones. La transformación institucional necesaria para adaptarse a los nuevos tiempos, incluyendo el uso de computadoras y celulares, además de un uso más libre de los espacios y los tiempos. La afirmación de las actividades de sensibilidad motriz en los inicios de primaria, como base genética de la inteligencia que luego será abstracta. El acento en la lectura y la escritura, así como en las operaciones matemáticas, durante todos los cursos de primaria y media. La afirmación de lo físico y lo artístico, que hasta ahora han operado como secundarios en la formación. El dar lugar a tareas grupales además de las de desarrollo individual. El aprendizaje escolar de destrezas elementales de la vida cotidiana, hasta hoy ausentes en los planes de estudio. Además de muchos otros núcleos que pueda agregarse a estos.
Por cierto que hay espacio para algunos acuerdos estratégicos, a pesar y más allá de los antagonismos. Son útiles y necesarios. Asumámoslos. El país es un barco que nos sostiene a todos: que las diferencias internas no nos lleven a preferir el naufragio al salvataje.