El gobierno de Cambiemos ha sido pródigo en mensajes que dejan entrever, de manera transparente, los valores que sustentan su proyecto político. El presidente Mauricio Macri no escatimó ningún símbolo para dejar claro, blanco sobre negro, su vínculo con la historia y con la actualidad. Es en este contexto en el cual nos proponemos una reflexión política y pedagógica alrededor de las propuestas de "emprendedurismo", oponiéndole la noción de formación para el trabajo liberador.
La invitación al presidente de Estados Unidos para el 24 de marzo de 2016 expresó un punto alto de su exposición pública. Se sabe el papel que jugó la embajada norteamericana en la promoción de aquél golpe cívico-militar genocida. Pero hasta ahora ningún gesto alcanzó las alturas metafóricas como ocurrió con la celebración del Bicentenario de la Independencia. El único invitado internacional fue nada menos que el Rey Emérito Juan Carlos Borbón y Borbón frente al cual Mauricio Macri desplegó una muy original lectura de los significados de lo ocurrido dos siglos atrás en la Casa de Tucumán. En su discurso incorporó la idea de que la independencia resulta ser un atributo "de cada ciudadano, es cada uno de nosotros, asumiendo ese rol, ese rol de responsabilidad, que significa que no le podemos echar la culpa a nadie de lo que nos sucede, porque nosotros somos los dueños de nuestro destino. Significa que no podemos sentarnos a esperar sentados que alguien venga a tomar las decisiones por nosotros, ni los problemas sean solucionados por otros".
Esta lectura en clave individualista de la independencia puede ser traducida como la muy liberal idea de que cada quién es responsable por su propio destino y no tiene que esperar nada de nadie sino de sí mismo. Tal incomprobable afirmación constituye un viejísimo ensayo para legitimar el hecho de que en el orden capitalista (exacerbado en contextos neoliberales) la brutal desigualdad e injusticia social es producto de malas decisiones personales. No se trataría, por tanto, de la consecuencia esperable de un proyecto civilizatorio que reproduce de manera cada vez más profunda y grave la exclusión social, la concentración de la riqueza y la destrucción del planeta.
La concepción neoliberal de que cada quién tiene lo que se merece se traduce de muy diversos modos a la política pública y, con ella, a la específicamente educativa.
La retórica de esta pedagogía del self made man promueve la idea de que el sistema educativo debe formar sujetos empleables y productivos capaces de forjarse un futuro a partir de su propia iniciativa, por sus propios méritos y capacidades sin esperar nada de nadie que no sea de él mismo. Tal orientación se propone influir en la vida cotidiana de las escuelas, ocultando que el éxito económico no depende de la iniciativa individual —en lo fundamental— sino en la política económico social, en la política de empleo y en el modelo de desarrollo que se escoja como lineamiento de política pública. Un plan económico que hace foco en la reducción del empleo y del salario, en la transferencia de ingresos a los sectores más concentrados y en la destrucción del mercado interno no será un terreno fértil en que pueda florecer la iniciativa individual sino un páramo de sufrimiento para las mayorías populares.
El emprendedurismo es así un expreso llamado a reconvertir el currículum poniendo a las instituciones escolares al servicio de la formación de personas portadoras de una subjetividad que naturalice el individualismo, exalte la competencia y fomente la iniciativa privada. Tal sería el aporte del sistema educativo a un panorama sombrío de desempleo creciente. Pedir en el contexto de políticas ortodoxas que la escuela se convierta en la solución al desempleo vía "emprendedurismo" es un programa pedagógico y productivo imposible. Así, tal retórica opera más bien como exportación de la crisis producida por la política económica a la educación.
El aspecto positivo de la instalación de esta propuesta es la posibilidad de poner el centro del debate la relación entre educación, trabajo y producción.
Desde los orígenes de los sistemas educativos latinoamericanos, los grandes pedagogos —como Simón Rodríguez y José Martí— ensayaron un proyecto educativo orientado a formar sujetos libres, completos, curiosos y útiles. En tal propuesta, el trabajo —concebido como trabajo liberador— ocupaba un lugar protagónico en la socialización de las nuevas generaciones. Pero la idea de trabajo y de trabajador que defendemos —con Rodríguez y con Martí— se propone formar sujetos capaces de dominar la totalidad del proceso de trabajo, de gobernarlo, de conocer la historia de las luchas de los trabajadores, sus derechos y obligaciones, de promover formas colectivas de producción ligadas a la satisfacción de necesidades comunes.
Mientras que el emprendedurismo se propone introducir los valores individualistas y competitivos como expresión de la lógica mercantil, la educación para el trabajo liberador ensaya un camino radicalmente diferente de pensar la producción y el trabajo como ordenadores del acto pedagógico.
El intento ideológico de legitimar un Estado que sólo habla con las empresas y abandona a su suerte a las mayorías sociales encuentra en el emprendedurismo un valioso puntal cultural, subjetivo y pedagógico para justificar lo injustificable.
Frente a tal pretensión cabe cuestionar tales argucias discursivas en un mundo insoportablemente insolidario, así como proponer alternativas productivas y pedagógicas que pongan al trabajo liberador como base sustantiva de una nueva educación.
Un proyecto político educativo que, en definitiva, contribuya a la construcción de un orden sustentable por su carácter democrático, emancipador y justo que permita salir a la Humanidad de los catastróficos pronostico tras casi medio siglo de aplicación de un proyecto civilizatorio mercantilista, tecnocrático y autoritario inaceptable, inviable e invivible.