A fines de mayo de 2015, dos madres, un padre y un joven estudiante del magisterio llegaron desde México a Rosario con una dolorosa historia para contar: sus familiares y amigos que se formaban para ser maestros estaban desaparecidos.
Por Matías Loja
A fines de mayo de 2015, dos madres, un padre y un joven estudiante del magisterio llegaron desde México a Rosario con una dolorosa historia para contar: sus familiares y amigos que se formaban para ser maestros estaban desaparecidos.
Nada se sabía de ellos en el Estado de Guerrero, aunque las autoridades se echaban la culpa unos a otros. Sí se sabía que a los jóvenes se los habían llevado entre la noche del 26 y la madrugada del 27 de septiembre de 2014, cuando tras una protesta en la ciudad de Iguala la policía municipal y el ejército emboscó y atacó a un colectivo donde viajaban estudiantes que cursaban en la Escuela Normal Rural "Raúl Isidro Burgos" de Ayotzinapa.
Casi ocho meses después, los tres familiares y el joven mexicano llegaron a Rosario en el marco de una caravana por latinoamérica.
"México es un país bonito, pero ahora está feo con tantas muertes y desapariciones", dijo una de las madres en el Centro Cultural La Toma. Allí también se escuchó la voz de Francisco, uno de los normalistas: "Soy compañero y hermano de los 43 que están ausentes, que el Estado nos los arrebató de manera forzada", se presentó Franciso. De los sucesos de aquella noche, recordó: "Gritábamos a los policías municipales: «Somos estudiantes, no nos disparen, bajen las armas, ya nos vamos, no somos delincuentes. Vinimos a la actividad y ya nos vamos a retirar». Pero jamás nos hicieron caso y siguieron disparando". El saldo: seis muertos y 43 desaparecidos.
Un rato antes de la charla, el joven confió que después de lo sucedido le dieron "muchísimas más ganas de recibirse y seguir luchando", y que su sueño era ser maestro de los niños pobres". Cuando terminó la actividad Norma de Vermeulen, Madre de la Plaza 25 de Mayo, le obsequió a las mujeres de Ayotzinapa el pañuelo que llevaba en su cabeza. Se hermanaban en la búsqueda de sus hijos desaparecidos.
Por la tarde estuvieron en el Normal 2, hablando de los que estaba pasando en un México jaqueado por la violencia y los narcoestados. El auditorio del Normal estuvo repleto de rostros que escucharon en silencio cada testimonio y el reportero gráfico de La Capital Enrique Rodríguez Moreno registró el momento. Los aplausos se mezclaban con lagrimas. Hilda Vargas, una de la madres, se quebró al final de su relato, cuando dijo: "Es un dolor muy fuerte, una angustia no saber dónde están nuestros hijos. El amor nos obliga a seguir buscando. Mi hijo tiene sueños, quiere seguir estudiando, tiene que trabajar, quiere tener un bienestar, y tiene una hija de un año y medio que lo está esperando".