Presencialidad o no presencialidad. Escuelas abiertas o cerradas. Para el pedagogo Gabriel Brener, muchos de los debates sobre la escolaridad en la pandemia están atravesados por una lógica binaria y efectista de los zócalos de televisión. “Pero además —dice Brener— cuando sostiene el argumento de escuelas abiertas nos ponen a todos lo que no estamos de acuerdo con su posición como si fuésemos antiescuela. Y eso es falso, porque la escuela no cierra sino que asume otro tipo de relación con las familias y los estudiantes”.
Docente de la Universidad Nacional de Hurlingham (Unahur) y de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Brener invita en estos tiempos a recuperar el imperativo pedagógico de la solidaridad, frente a las lógicas del individualismo. También desarma discursos de odio que recaen incluso sobre la docencia y afirma que en ese debate “el que se enoja pierde”.
—¿Cómo surfear esta época de incertidumbre marcado por una dinámica de clases presenciales que se abren y suspenden todo el tiempo?
—Venimos de tiempos de certezas absolutas y la pandemia nos movió todas las piezas del tablero, pero también las maneras y las formas de jugar. Ahora son necesarias certezas pequeñas, de a pie, que nos orienten algunos pasos, sabiendo que ya no hay certezas para todo el camino. La escuela tal como la necesitamos es de cuerpo presente, pero debemos comprender que puede interrumpirse la presencia de los cuerpos en la escuela porque lo que cambia es el territorio. Deja de ser el edificio el continente y se transforma en otras maneras. Interrumpirse para preservar la salud. El desafío es cómo se sostiene la relación entre las escuelas y las familias, y cómo se protege al otro, ya sea estudiante o adulto escolar. En ambos casos el rol protagónico e indelegable es del Estado, pero también tiene que haber una responsabilidad ética por parte de los adultos, porque lo primero es proteger a los pibes y a las pibas. Y contemplar la necesaria protección que requiere el docente, porque muchos comunicadores y buena parte de la sociedad omite deliberadamente reconocer el enorme esfuerzo que ha hecho la docencia argentina para sostener la relación educativa, por más frágil y endeble que esta haya sido. Por supuesto que en 2020, sin saber hacia dónde iba la pandemia, muchísimos pibes y pibas quedaron por fuera de la escuela, pero se pudo mantener a grandes rasgos una relación. El 80 por ciento de la docencia es femenina y son las mujeres las que además de haber bancado la docencia, al mismo tiempo bancaban lo propio de sus hogares. E incluso con sus salarios parte de la conectividad de sus estudiantes.
—¿Cómo analiza esta disputa binaria en torno a la presencialidad?
—Hace poco escribí una nota crítica en torno a los grupos que se autodenominan Padres por la Educación o Padres por las escuelas abiertas, que en el modo de autodenominarse excluyen a las madres y a las mujeres. Más allá de la decisión semántica que tomen respecto al lenguaje de género, están excluyendo a quien es la principal protagonista del cuidado y la enseñanza. Pero además, cuando sostienen “escuelas abiertas o cerradas”, nos ponen a todos lo que no estamos de acuerdo con su posición como si fuésemos antiescuela. Y eso es falso, porque en realidad no es “escuelas abiertas o cerradas”, porque la escuela no cierra sino que asume otro tipo de relación con las familias y los estudiantes. Eso es lo que niegan al plantear esa opción binaria, que por supuesto es mucho más seductora para el zócalo televisivo o para generar una rápida adhesión en un sector de la población.
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Brener cuestiona el discurso que simplifica el debate en la apertura de las aulas.
—El debate sobre la escuela en pandemia es por momentos zocalero, reducido a frases de alto impacto.
—Claro, está atravesado por esa lógica del zócalo de televisión porque los modos de construir subjetividad están bastante acuartelados en el sentido que marcan los medios masivos de comunicación y la lógica tuitera, cortita y efectista de las redes sociales. El zócalo ordena la vida cotidiana e instantánea de las personas, porque la tele a veces está a cinco metros de distancia de una persona, que no necesita escuchar qué están diciendo, porque puede despojarse del audio y quedarse con lo que ve para interpretar la realidad, de manera simple y muchas veces falsa. Entonces gana la desinformación para disciplinar y pierde la capacidad de discernimiento que una nota o información podría efectuar. Mucha gente consume y decodifica lo que ocurre solo a partir de un título.
—¿Cómo entender en este contexto ciertos discursos de odio incluso contra docentes?
—Las posturas negacionistas construyen evidencias que en general son débiles desde su rigurosidad científica y argumental. Pero son muy fuertes en su complicidad con lo emocional. Ese es un recurso de enorme demagogia con el que se sostienen algunos discursos gubernamentales, como el de la ciudad en la que vivo (Buenos Aires). Además se culpa a la víctima de la propia situación que la hace tal, como construir rápidamente un discurso de culpabilización de los docentes. Son estrategias de disciplinamiento de larga data y funcionales al negacionismo.
—También hay sectores, que históricamente no han sido defensores de la escuela pública, que ahora han hecho bandera de presencialidad.
—Tal cual, porque lo paradojal es que se presentan con reivindicaciones de las que fueron eternos detractores. Aquellos que aparecen, con algún voltaje de violencia, vociferando que abran las escuelas nunca han dicho nada cuando los gobiernos de los que se sienten más cerca han cerrado escuelas, o han bajado presupuestos educativos. Pero no hay que enojarse, porque el que se enoja pierde. Lo que hay que hacer es transformar el enojo en una pregunta. En este caso, cómo es que quien ha gobernado la Ciudad de Buenos Aires por 13 años y ha bajado 10 puntos de lo que corresponde a educación del presupuesto general, ahora dice que lo último que se cierran son las escuelas. Hay que transformar el enojo en este tipo de interpelaciones, que muestran que el marketing comunicacional se corta en la evidencia de los hechos. Ahora, también hay que reconocer que buena parte de la población comulga con el discurso.
—¿Qué implica el imperativo pedagógico de la solidaridad?
—Frente a las críticas que dicen que la escuela no puede, que no enseña bien, o que es el lugar donde “se caen” los pibes, si hay un aprendizaje que tenemos que lograr los educadores en este tiempo tan incierto y angustiante de pandemia es el de fortalecer la capacidad de comprender y colaborar con los otros. Poder pensar que la libertad individual es una abstracción. No podemos comprender la libertad en forma separada de la solidaridad. A ese desafío de las escuelas y de los adultos escolares lo llamo el imperativo pedagógico de la solidaridad. A sabiendas que la palabra imperativo tiene cierta connotación de arbitrariedad. Pero prefiero utilizarla por su condición de urgencia para salvar vidas. Ese imperativo tiene que iluminar o estar dentro de los irrenunciables de las tareas de quienes asumimos un rol pedagógico en las escuelas.