Llega fin de año y quienes hacemos escuela cotidianamente, nos encontramos comprometidos en la preparación/celebración de diversos rituales que convocan año a año a todos los integrantes de las instituciones pero también a sus familias, amigos y otros sectores y organizaciones de la comunidad.
Cierre de talleres y cátedras, promociones, entrega de libretas, despedidas de curso, el "bautismo" del recién egresado luego de rendir la última materia, actos de colación, fiestas de recepción... Hechos que sintetizan, en lo inmediato, tantos otros quehaceres y acontecimientos que lo hicieron posible, entrelazados con la gratificación que supone el reconocimiento de los esfuerzos personales, familiares, institucionales, sociales que fueron tejiendo estos logros.
El ritmo cíclico de estas celebraciones me hizo pensar en los ciclos que observamos en la naturaleza. En las múltiples manifestaciones de esos ciclos, de las que me voy a permitir tomar sólo una. Escribo desde el norte de la provincia, desde una ciudad en la que cada año estamos expectantes cuando llega agosto, para asombrarnos cada vez con ese rosado que nos inunda por todos lados: los lapachos, que han perdido sus hojas en el otoño, se cubren de flores y comienzan a invadir el aire, las veredas, las calles, las plazas de rosa... Un paisaje bellísimo y tan característico que hasta las redes sociales se visten de rosa ese tiempo.
Emblemáticos
Una vez manifesté esto a través de unos versos que dicen: "Puedo ver la ciudad, despertando en agosto, las calles mojadas, y, desde el agua al cielo, los lapachos florecidos vistiendo de rosa el aire".
Además del asombro siempre nuevo que nos produce este regalo de la naturaleza, sabemos que luego que florecen los lapachos rosados, florecen los amarillos y luego los jacarandáes, y luego las tipas... Pero volviendo a los lapachos, me parecieron siempre emblemáticos. Porque florecen en agosto! agosto, que no es primavera precisamente, y "hay que pasar el agosto", decimos, por eso tomamos caña con ruda el 1º.
Los lapachos florecen atrevidamente y con ello anuncian la primavera...
Siempre pensé que los docentes somos un poco como los lapachos: porque si hay algo que define la docencia es este ser porfiadamente esperanzados, y sostener y anunciar que algo será posible allí en donde quizá nadie apuesta a que lo sea, sino más bien todo lo contrario.
Partir del convencimiento de que "ese grupo que me tocó este año" va a aprender... Y anticiparlo con los gestos, con el compromiso por la enseñanza, con la confianza en ellos.
Confiar en el otro
Docentes lapachitos que podemos ser, y que somos, cuando confiamos en las posibilidades del otro por aprender, como lo ponen de manifiesto los lapachos cuando al florecer parecieran confirmarnos que la primavera llegará, aunque estemos en pleno agosto del mundo.
Pero volviendo a la metáfora de los ciclos y las estaciones, bien podríamos pensar que en el ámbito de lo humano, estas manifestaciones de lo cíclico que tanto tienen que ver con la vida, son los rituales, los ritos.
Hechos que forman parte de la vida, que tienen ya sus formatos, y entonces, cuando llega la ocasión, cada uno prepara, se producen y repiten anualmente y dejan marcas. Hechos que se vuelven acontecimientos importantes porque producen cambios...
Conjunto de ceremonias mínimas, como las llama Mercedes Minnicelli, que atraviesan nuestra vida y producen en cada uno un efecto de inscripción social. Marcan un antes y un después.
Rituales que requieren tantos gestos de nuestra parte... Y prepararnos para ello.
Como lo expresa tan bellamente El Zorro cuando le dice al Principito: "¿Por qué no viniste a la misma hora que ayer? Si vienes a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres, cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré... A las cuatro estaré impaciente e inquieto. Descubriré el precio de la felicidad. Pero si vienes a cualquier hora nunca sabré a qué hora preparar mi corazón..." Los ritos son necesarios.
Naturaleza y humanos
Retomando la analogía que me permití hacer entre los rituales humanos y los ciclos de la naturaleza, es bueno observar que así como en ésta todo se sostiene por la riquísima y compleja trama de diversidad que hace posible la vida en ella, así también sucede con los rituales en nuestro mundo, el humano.
Estos gestos rituales se actualizan año a año porque hay toda una trama que los sostiene. Entramado institucional, comunitario, social, político, que necesitamos cuidar y fortalecer. Para no desistir, en la férrea lucha que siempre necesitamos dar por las condiciones que nos dignifiquen. Y que, en tanto docentes, exige de nosotros, toma de posición, definiciones, rupturas. Escoger entre esto y aquello. Como tan bien lo expresa Paulo Freire, maestro de lucha y la esperanza si los hay, cuando dice: "Soy profesor en favor de la esperanza que me anima a pesar de todo. Soy profesor contra el desengaño que me consume y me inmoviliza. Soy profesor en favor de la belleza de mi propia práctica, belleza que se pierde si no cuido del saber que debo enseñar, [pero también] si no peleo por este saber y si no lucho por las condiciones materiales necesarias sin las cuales mi cuerpo, descuidado, corre el riesgo de debilitarse y de ya no ser el testimonio que debe ser de luchador pertinaz, que se cansa pero no desiste. Cuando la vida es amenazada, cuando corre peligro la educación, cuanto tanto niños, jóvenes y adultos quedan aún fuera de los múltiples circuitos educativos que como humanidad supimos construir, no desistamos".
Afirmemos nuestro ser lapachos, y en pleno agosto del mundo, porfiadamente atrevidos, obstinadamente esperanzados, afirmemos, luchemos, anticipemos y produzcamos, con nuestros actos, las condiciones de próximas primaveras...
Referencias bibliográficas: Minnicelli, Mercedes (2013) Ceremonias Mínimas. Una apuesta a la educación en la era del consumo. (Homo Sapiens); Morzán, Alejandra (2007) Saberes y Sabores de la Práctica Docente. Textos y Contextos. (Librería De La Paz).