“Los docentes somos los coreógrafos de escenarios donde nuestros estudiantes se desarrollan y aprenden”. Quien expresa esta gráfica metáfora es Miguel Ángel Zabalza Beraza, profesor de la Universidad de Santiago de Compostela (España) y un destacado conferencista en temas vinculados a la enseñanza.
El sábado 13 de noviembre, Zabalza Beraza estará a cargo de la conferencia inaugural del Congreso Internacional de Educación “Los nuevos desafíos de la educación en contextos complejos. Retos y oportunidades”, que organiza de forma virtual Homo Sapiens Ediciones y el Instituto Superior Nº 16 de Rufino. Presentado por Soledad López, el pedagogo español hablará sobre las “Cosas que los educadores hemos aprendido en la pandemia: salud, colegialidad, aprendizaje autónomo”. En la previa del encuentro, habló con La Capital sobre los algunos temas de su disertación y sobre los debates que deben incorporarse en los profesorados en este contexto. También sostiene que “la naturaleza es y seguirá siendo, con o sin pandemia, el principal escenario en el que desarrollar los aprendizajes”.
—¿Qué debe hacer la escuela y sus docentes con lo aprendido en la pandemia?
—El shock ha sido tan grande y global que, efectivamente, las escuelas (sus directivos) y los docentes tienen que someter a revisión el conjunto de las dinámicas habituales en relación a los espacios y las dinámicas cotidianas. No necesariamente con la intención de limitarlas, sino de ajustarlas a las líneas centrales recomendadas en la pandemia. El problema es que el miedo es muy envolvente y las personas —también el profesorado— son muy vulnerables a sus estragos. Sería una pena que esos miedos acaben transformando las escuelas en espacios pacatos y temerosos, donde las excesivas prudencias acaben restándole esa vitalidad y riqueza interactiva que constituye su principal patrimonio. Lo que, en temas como la pandemia —un problema vírico que no entiende de tabiques ni de espacios compartimentados en la vida de las personas— tiene además poco sentido. Que los niños no puedan interactuar libremente entre ellos en la escuela, pero sí lo hagan en el parque público o en su vida extraescolar solo sirve para que, al final, se acabe pensando de que el peligro está en la escuela. De todas formas, lo que podemos destacar como aprendizaje de esta época infausta son dos cosas importantes. La primera tiene que ver con la importancia básica de la salud —no solo la salud individual sino la colectiva— en nuestra vida y, por tanto, en la educación. La salud debe ser un tema central en la formación. Y no solo eso, la propia escuela debe convertirse en una organización saludable —en sus prácticas, sus horarios, sus demandas, sus relaciones—, lo que constituye un importante desafío. La segunda es que, que se sepa, prácticamente no ha habido contagios atribuibles a las escuelas, ni niños, ni profesores se han contagiado de manera destacable en las escuelas, por lo que resulta un tanto absurdo actuar como si en ellas se corriera un riesgo elevado de contagios. Los últimos estudios en España señalan que basta con abrir una ventana y airear de vez en cuando las clases, es suficiente y mucho más eficaz que las distancias o las mascarillas. Pero el miedo nos lleva a hipertrofiar las medidas y alterar la naturaleza interactiva de la buena educación.
—¿Cuál es el rol del docente en el aprendizaje autónomo?
—Decía Malaguzzi que los profesores no enseñamos a nuestros estudiantes, ésa es solo nuestra fantasía. Lo que los docentes hacemos es organizar ambientes de aprendizaje en la que los estudiantes aprenden por sí mismos. Y ese es nuestro principal rol. Los docentes somos los coreógrafos de escenarios donde nuestros estudiantes se desarrollan y aprenden. Es a través de los contextos educativos, con sus cuatro dimensiones: la material (las infraestructuras, los materiales), la funcional (lo que se hace, la organización), la cultural (los contenidos que se abordan), y la afectiva (las formas de relación). En ese ambiente de aprendizaje es donde los estudiantes desarrollan su actividad y van recorriendo el camino personal y colectivo que el proyecto educativo en el que se integran les propone. Durante la pandemia cambió de forma sustancial el contexto (el entorno) en que los estudiantes desarrollaban su trabajo. Obviamente, todas las dimensiones del contexto se alteraron en los aislamientos. Los estudiantes se vieron obligados a trabajar a solas (lo que, en cualquier caso, es diferente al aprendizaje autónomo). No todos estaban preparados para hacerlo y, por tanto, sea porque la dimensión material de los domicilios familiares resultaba inadecuada, sea porque a los estudiantes o a sus familias tuvieron problemas para organizarse en cuanto a los espacios, los tiempos y las tareas, sea porque ciertos niños necesitaban un contacto más directo y constante con sus docentes, para bastantes estudiantes, sobre todo los más pequeños, pasaron un auténtico calvario, al menos desde el punto de vista del aprendizaje.
"Sería una pena que los miedos transformen a las escuelas en espacios pacatos y temerosos, restándole esa vitalidad y riqueza interactiva" "Sería una pena que los miedos transformen a las escuelas en espacios pacatos y temerosos, restándole esa vitalidad y riqueza interactiva"
—Hace unos años escribió “Infancia y naturaleza”, donde hablaba del disfrute del entorno natural. ¿Cómo se configura esa idea luego del encierro obligado al que estuvieron sometidos niñas y niños?
—Lo que ha sucedido es que muchas personas, adultos y también estudiantes, han vuelto su mirada hacia la naturaleza como un ecosistema más amigable y propicio para la salud. Y, desde el punto de vista educativo, yo creo que se ha reforzado el posible papel que la naturaleza puede jugar en el aprendizaje. En el libro se cuenta una anécdota interesante en este sentido. Se señala cómo en muchas ocasiones, para evitar los contagios de la gripe, las escuelas prefieren mantener a los niños en las aulas sin dejarles salir al patio donde, al mezclarse, se teme pudieran contagiarse. La verdad médica es, justamente, la contraria: donde más riesgo de contagio corren los niños y niñas es manteniéndose encerrados en su clase. Salir al patio es la mejor receta para evitar cualquier tipo de virus que se transmita por aerosoles. La naturaleza, en su triple dimensión de fisis, bios y anthropos, es y seguirá siendo, con pandemias o sin ellas, el principal escenario en el que desarrollar los aprendizajes. Es ese contacto con lo natural y lo cultural lo que genera la urdimbre entre cada sujeto y su entorno. Un entorno que no es solo el lugar donde vivimos, sino uno de los factores que influyen en ser quien somos y como somos. Por eso es la base de la buena educación.
—¿Qué debates debe incorporarse en los profesorados tras la pandemia?
—Es una buena pregunta para finalizar esta entrevista. Lo que suele suceder es que la formación del profesorado tiende a avanzar por una vía que tiene pocas conexiones con la vía por la que avanza la educación real en las escuelas. Ojalá no suceda eso en esta oportunidad en la que el susto ha sido tan fuerte. Los profesorados, donde se van a formar los docentes del futuro, precisan tomar en cuenta lo que la escuela ha vivido en estos dos años de pandemia. Importa, probablemente, mejorar las competencias del profesorado en temas de dominio informático, pero no tanto como competencia informática en sí misma, sino como capacidad de manejo de recursos informáticos para trabajar en entornos virtuales. E importa, sobre todo, revisar las prioridades de nuestro trabajo como educadores. Cuando las cosas vengan mal dadas (que es lo que nos ha pasado) tenemos que tener claro qué es lo principal e insustituible en nuestro trabajo y qué puede ser sustituible o aplazable hasta que las dificultades amainen. Ese debate sobre lo esencial del trabajo docente (en contenidos, tareas, competencias) está por hacer. Pensar que todo es esencial convierte cualquier situación problemática en irresoluble. Pensar que nada es esencial y todo puede ser aplazado o perdido, evita la sensación de tener un problema, pero convierte la educación en algo irrelevante. Y, en mi opinión, nos queda ahí esa necesidad de situar la salud (salud física, pero también salud psicológica) como un eje transversal que recorre toda la vida de las personas, con especial repercusión en la educación porque es en ella donde construimos nuestros referentes vitales. Y, en ese sentido, podemos plantearnos si las escuelas son realmente instituciones saludables; si su estructura, su funcionamiento y sus formas de relación facilitan el bienestar y la calidad de vida de quienes viven y trabajan y estudian en ellas.
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Foto: Francisco Guillén / La Capital
Congreso Internacional
La conferencia de Zabalza en el Congreso Internacional de Educación será a las 9. Luego disertarán Ángel Díaz Barriga, Marta Souto, Liliana Sanjurjo y Alejandro Spiegel. El encuentro está destinado a directivos y docentes de todos los niveles; ayudantes, auxiliares y profesores especiales de todas las áreas; representantes legales, coordinadores pedagógicos, psicólogos, psicopedagogos, alumnos de la carrera de formación docente y demás profesionales del área. Se entregarán certificados con puntaje (decreto provincial Nº 3029/12).
La actividad es arancelada y hay descuentos especiales para grupos y estudiantes. Informes al email [email protected]