El hombre es alto y bordea ya los 80 años. Sin embargo, mantiene intacto su pasión para hablar sobre el destino de los países de la región, una preocupación permanente en su vasta obra. Ensayista uruguayo, y hasta hace poco profesor de la Universidad de Montevideo, Alberto Methol Ferré es un tenaz defensor de la unidad latinoamericana, aunque para ello cree vital avanzar en una integración que no se limite sólo al aspecto comercial.
"Es imposible que haya una integración seria si no se empieza por la enseñanza", apunta el historiador oriental, quien semanas atrás estuvo en Rosario para presentar el libro "La insubordinación fundante", del politólogo rosarino Marcelo Gullo.
Inscripto en la línea de pensamiento de Arturo Jauretche —"un verdadero maestro, a quien conocí en su exilio en Montevideo en 1956", apunta—, para Methol Ferré en el destino de la Patria Grande la educación es un elemento clave para superar el "enanismo que impide tener una visión de conjunto".
Autor de Uruguay como problema y La América latina del siglo XXI, el pensador uruguayo posa también su mirada en la formación superior. Con citas a José Rodó, Manuel Ugarte y Víctor Haya de la Torre, el experto oriental cree que los jóvenes universitarios deben cumplir un rol fundamental en el proceso de integración, tanto desde la formulación de un ideario colectivo, como en el intercambio de experiencias.
A nivel de política educativa, considera que se deberían generar un mayor número de redes e intercambios entre docentes y estudiantes. "Nuestras universidades deberían estar repletas de jóvenes de otros países de la región", sostiene el ensayista.
Educación regional
—¿Cómo debería ser esa integración educativa?
—La idea es que cada chico y joven sepa realmente qué es América del sur. Que un argentino sepa, como una parte de su historia, el resto de la historia de Latinoamérica. Que no aprenda su historia sola, porque sino va a sufrir de argentinitis, una herencia del enanismo que convierte los asuntos de la integración económica y política en cosas muy abstractas; porque todas sus referencias provienen del enanismo en el que se educó.
—¿La enseñanza de la historia sería entonces uno de los ejes de esa transformación?
—Claro, por eso, si se quiere una América del sur integrada, hay que tratar que no se enseñe mas historia del Uruguay o Argentina sola. No digo hacer una sola historia obligatoria, pero sí incorporar lo que pasó en el resto de los países de Latinoamérica, haciendo un enlace entre todas esas historias. Tenemos que dejar de formar como su fuéramos islas, y para eso hace falta una revolución cultural que integre la enseñanza de nuestros países. Es una revolución gigantesca,y que además no pone en peligro económico a ningún país, sino que los obliga a repensarse colectivamente.
—¿Cómo se encuentran las escuelas de la región para avanzar en ese proceso?
—En el Uruguay sabemos algo de lo que fue la Argentina porque tuvimos el Virreinato (del Río de La Plata) en común, y las luchas federales de Artigas. Pero todo el resto pareciera ser ajeno tanto a chicos como a docentes. Lo mismo pasa en Tucumán, dónde quienes enseñan se dan el lujo de no saber la historia de Chile, que lo tienen muy cerca. Y así terminamos sabiendo más de lo que pasa en Estados Unidos o Alemania, que de la historia y lo que sucede en los países que están al lado nuestro.
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"Lo que separa a nuestros países es la educación", dice Methol Ferré.
Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
Integración universitaria
—¿Qué impacto tendría esto en la educación superior?
—En el nivel universitario debería haber un intercambio permanente de docentes y alumnos. Nuestras universidades deberían estar repletas de jóvenes de otros países de la región. Eso es fundamental para la formación profesional, pero también desde lo humano, porque tienen sus novias en Brasil o San Pablo, y así se da también un intercambio de experiencias, alegrías y frustraciones. Esa juventud es la que en 15 o 20 años va a enfrentar los problemas del Mercosur. La integración educativa es tal vez la deuda más fuerte de la región, porque lo que nos separa no es la lengua sino la educación.
—¿Qué falta para que se operen estos cambios?
—La cultural es la mayor revolución que se puede hacer, porque permite que todos vean el conjunto, y así es más fácil operar. A la larga habrá economistas e ingenieros que tendrán una visión regional. Y así la discusión y participación en la integración popular se multiplica por cien. Pero lamentablemente estamos supeditados a lo antiguo, y eso es una inercia que hace que no nos replanteemos a fondo nada, salvo lo urgente, como lo económico.