Mi compactera Sony está en sus últimos días. Ya no responde a los mandos. Cuando apretás el botón de "disk skip" (sí, es de las que tienen bandeja para cinco CD's) te abre la bandeja, cuando apretás el play te pasa a otro compacto, y así. Los CDs que en el discman funcionan perfectamente acá pegan unos saltos que se comen los estribillos, o suenan a disco rayado tildados en la intro de una canción. La Sony fue un modelo de aparato durante 22 años. La compré en el 92, cuando el dueño de una disquería porteña me dijo: "Se viene el CD, el vinilo no va más, va a desaparecer". Recuerdo que miré de reojo las bateas todavía repletas de vinilos y pensé: "Me estás jodiendo. No puede ser". Pero así fue. Poco tiempo después las bateas se volvieron más petisas y se llenaron de compactos, esos disquitos plateados importados que salimos a comprar como locos en el 1 a 1, en la falsa ilusión de que estábamos en el Primer Mundo, compartiendo bateas con los de Nueva York y Londres, plenamente felices con joyas que jamás habían estado a nuestro alcance en los 80, cuando apenas podíamos comprar los cassettes y vinilos de edición nacional, algunos de pésima calidad.