Argumentos de la liga contra el alcohol (I). Desde que Noé presentara la forma estúpida de los efectos del alcohol, pasando por Grecia, Roma y hasta nuestros días, sobre los despojos de las civilizaciones se ha erguido siempre formidable la maligna sombra de la bebida, esa triste manera de apagar el hastío de los momentos inertes a través del dictado de lo voluptuoso y gracias al debilitamiento de la austeridad y de la cultura moral. Hoy día, ¡quién lo creyera!, la maligna bebida se encuentra en todas partes del mundo y la enfermedad hace cada vez más víctimas; desde el palacio suntuoso donde se consume cascadas de champagne hasta la choza miserable de la aldea que rinde tributo al pulpero del villorio. Es que el alcoholismo es sumamente contagioso y cuenta con su obra de destrucción con innumerables agencias lujuriosas como los bars, cafés y confiterías. Así, a los individuos no les queda más remedio que vivir en un medio infecto y sufrir a cada paso las tentaciones, que son la forma como se transmite. No hay casi manzana que no de cabida a un llamativo despacho de bebidas, ni conversación más trivial con el más remoto de los conocidos que no sea condimentada con abundantes libaciones. De más está decir que el monstruo también se esconde en los banquetes y reuniones, cualquierea sea su índole y la cultura de los asistentes, llegandose a medir el éxito de las fiestas por la montaña de botellas vacías que quedan como mudos testigos de la reunión. Desde las festividades privadas hasta las oficiales se miden con la misma vara, dándose así la mano la sociedad y los gobiernos para dictar su propia condenación. El hábito aparentemente inofensivo del aperital y los estimulantes de sobremesa que se ingieren con el pretexto de hacer la digestión son también la pendiente que conduce al alcoholismo crónico, y de donde viene la tuberculosis, la demencia, las crisis nerviosas y toda la mar de negras calamidades. (1909)