El lunfardo consolador (III). Luego de escucharlo, el lunfardo fue sencillo y
grande en su apreciación:
-No es a mí a quien tiene que insultar sino a la mujer que lo dejó -le dijo-. Pero un hombre
es un hombre. ¿Quiere tomar algo?
Y le hizo tomar no un vulnerario(*) sino tres en diez minutos, lo que mezclado con los
ajenjos y la emoción sufrida, dejó completamente borracho al poeta, algo que el lunfardo había dado
por descontado. Mientras Alberto pudo escucharlo, el lunfardo le dió en su lenguaje sencillo y
enérgico una lección de moral muy simple sobre las relaciones sentimentales entre los hombres y las
mujeres, sazonándola abundantemente con ejemplos sacados de su propia vida. Cuando Alberto estuvo
tan completamente ebrio como para hacerle imposible mantenerse en pie, lo llevaron a acostar. Al
día siguiente se despertó, atontado, en un horrible cuarto de una fonda dudosa. Pronto apareció el
lunfardo que se interesó en completar la cura. El poeta se quedó tres días enteros, siempre
achispado, con sus nuevos amigos, quienes le dieron sobre la vida más datos y observaciones que
todos los que él había podido recoger en los 27 años de su triste y atormentada existencia. Volvió
completamente curado a la sociedad. Abandonó su dolor, así como la fraseología decadente y el
exceso de sensibilidad que atormentaba su alma. Escribió varios tratados y novelas sobre los bajos
fondos que estaba en condiciones de tomar del natural y que le valieron gloria y fortuna. Entonces,
Jorgelina intentó reconquistarlo, pero él la rechazó en una forma y un estilo que hubiese sido del
agrado del lunfardo, y cuyo resultado fue que ella empezó a darse cuenta que lo había amado
siempre, y que el haberlo abandonado había sido uno de los mayores errores de su vida. (1910)