¡Cuidado con las estufas! Por lo general, pasamos el invierno con la casa herméticamente cerrada, lo que si bien hace que sintamos un poco menos el frío, por otro lado nos pone en situación de ser víctimas fatales de nuestras estufas. En realidad, hay dos causas de asfixia: una proviene de las estufas de combustión, y la otra de la estupidez humana, club al que todos estamos asociados. Las estufas a carbón son más un aparato de suicidio que calorífero y las estufas a gas sólo se convierten en homicidas después de haber advertido a sus víctimas su intención a través de su olor característico. La estufa ordinaria no constituye, en teoría, un peligro, pero a condición de que tire bien. Todavía está presente en todos la muerte del ilustre novelista Zola, el que al regresar del campo encendió un poco de fuego en su habitación, pero la chimenea, que no había sido deshollinada desde hacía mucho tiempo, estaba tapada. Al día siguiente Zola fue hallado muerto. Para no "despertarse muerto" y notar a tiempo que hay demasiado óxido de carbono en la habitación, el medio más práctico y recomendable es tener una jaula con pajaritos en la pieza sospechosa: si un animalito muere asfixiado, ésto nos advertirá del peligro. Claro que este cruel experimento no es recomendable para aquellos que tienen un alma sensible, a los que aconsejamos la calefacción por agua caliente o vapor a base de presión, que es el único método que suprime toda introducción de óxido de carbono producido por la estufa: es la calefacción por excelencia. Apuntemos de paso aquí que la anemia es más frecuentemente causada por intoxicaciones crónicas que por el frío. Si la población es pálida al fin del invierno, si es más débil, se debe a que durante los meses de frío su higiene respiratoria ha sido defectuosa; una intoxicación lenta ha debilitado su organismo y preparado el terreno para la tuberculosis. (1910)