Confesó haber matado a siete hombres y lo dejaron libre. Nacido en Valparaíso, Chile, José González tiene a la fecha 30 años. En mayo de 1906 había ido a buscar trabajo como carpintero a Antofagasta, pero un sereno le vio cara de hombre malo y lo llevó a la comisaría. Allí, un cabo de carabineros también le vio cara de delincuente, de alguien capaz de cometer un homicidio, y lo apuntó como el culpable de haber matado a un carabinero el 20 de abril de 1906. José dijo que no sabía nada de ese crimen, así que lo colgaron de una viga y lo torturaron, azotaron y apalearon bárbaramente. Al pobre hombre no le quedó más remedio que confesarse culpable para que no lo maltrataran más. Pero, al rato, el cabo pensó que, con esa cara, el detenido podría haber sido también culpable de otros crímenes, así que siguieron los azotes y las toruras. A los primeros golpes, el infeliz se acordó de un amigo llamado Galo Pino, y para que dejaran de darle palos dijo que lo había matado. Se lo martirizó entonces de nuevo para que lo confesara todo, y José se acordó de otro amigo, Pedro Torres, al que dijo haber ultimado también. No contentos con esto, los carabineros le exigieron la confesión de otros crímenes, y José fue así desgranando poco a poco los nombres de los amigos que recordaba y dijo que los había matado a todos. Los carabineros quedaron asombrados de tantas confesiones, pero luego de haber recordado un total de seis nombres José se detuvo: ya no se acordaba de ningún nombre más, así de simple. Los carabineros se conformaron con lo cosechado y pusieron al reo a disposición del juzgado de turno. Llamado a declarar, González dijo que había sido tratado de una manera bárbara y que nada de lo que había confesado era cierto, pues todos sus amigos vivían. El juez ordenó entonces una investigación, cuyo resultado terminó dándole la razón al detenido, por lo que se ordenó su inmediata libertad. (1910)