El jueves 9 de mayo de este año leí en este mismo diario una interesante y enriquecedora nota de opinión en la que se hacían reiteradas referencias a un artículo que yo mismo había publicado en el mismo matutino el 3 de mayo pasado, y en el que se me tratara de ignorante por desconocer la situación actual de las universidades públicas. La educación es un proceso constante que solo finaliza con la vida misma de la persona. No hace falta que se resalte esa condición, ya que la reconozco en todo momento. Creo que la enfermedad del ignorante es ignorar su propia ignorancia.
Decía interesante y enriquecedora nota, no solo por su contenido, sino también por el extenso y brillante currículum descripto muy analíticamente por su autor. No tengo el honor de poseer semejante acreditación, pero sí creo estar legitimado para opinar acerca de las universidades públicas y privadas, ya que poseo título de grado en una pública (la misma universidad de aquel autor) y título de grado en una privada. Y también posgrados en pública y en privadas. Y además ejerzo la docencia.
De todas maneras, no considero que deba utilizar este medio de comunicación para exponer mis desempeños profesionales, que también lo fueron en organismos públicos y en empresas privadas. Considero que la invalorable posibilidad de utilizar un medio debe ser para opinar y/o informar, y no para efectuar desafíos personales o institucionales, que demostrarían una degradación intelectual que no me permito.
Y justamente eso traté en aquel artículo. De educación y no de instrucción. La educación es un proceso de inculcación cultural, moral y conductual. La titulización no infiere educación.
La causa que motivó la redacción de mi primer artículo refiere a las constantes críticas que he escuchado sobre las universidades privadas. Críticas que frecuentemente son efectuadas por quienes adulan y halagan ciertas universidades europeas y/o americanas, que justamente son privadas. Y son los que muchas veces se enorgullecen de diplomarse en ellas.
Las universidades privadas locales son de reciente existencia y escasa cantidad de alumnos. Pretender equiparar las mismas y sus planteles científicos a los de las públicas resultaría poco serio. En los Estados Unidos de América, la mayor cantidad de científicos destacados provienen de las Universidades del MIT y Harvard, ambas privadas pero de larga data.
Nuestra Nación ha padecido innumerables desigualdades sociales en sus pocos más de 200 años de historia; y una de las más crueles fue la inherente a la educación. Si el país tuviese una única opción de elección entre universidades públicas y privadas, creo que no existiría ser humano alguno que se digne de tal, que eligiese la institucionalización privada. Pero eso no impide afirmar que las universidades privadas contengan actualmente más espacios de discusión y construcción del conocimiento, y que hayan perfeccionado, en general, sus prácticas educativas; como así también que continúen generando ventajas marginales en la aplicación de nuevas metodologías de aprendizaje.
Queda claro que no comulgamos con el modelo excluyente educativo chileno ni americano. Somos defensores de la universidad pública. Pero también somos críticos de ella.
N. de la R.: El autor se refiere al texto de Néstor Carrillo, profesor de Biología Molecular de la facultad de Bioquímica de la UNR.