Triunfo de Central. La frase por sí sola es capaz de graficar lo que significó haber arrancado con el pie derecho, en condición de visitante, un torneo en el que nadie quiere ponerse como candidato ni nada que se le parezca. Si se hacen la cabeza con hacer un buen torneo para abrochar el objetivo de la permanencia. Y si la idea es apuntarle sólo a eso, la ecuación igual cierra. Porque se trató de un triunfo que fortalece ánimos, esperanzas y, si se quiere, potenciará rendimientos.
No fue tarea sencilla para Central la labor de aclimatarse al partido. Es que fue Quilmes el que se atrevió a manejar más y mejor la pelota. Claro que esa apuesta por parte del local no se hizo extensiva, lo que se le abrió las puertas al canalla para creer e ir con una mayor cuota de osadía. Así, Méndez de a poco comenzó a ganar espacios, pero siempre demasiado lejos de Carrizo y Encina. El fútbol, a cuentagotas.
Hasta allí la mayor tranquilidad era que Quilmes tampoco generaba nada. Sólo un centro desde la derecha que terminó con un remate de Zacaría que se fue desviado fue lo que exhibió el local. Casi en el mismo tiempo del partido que Carrizo empezó a entrar más en acción, buscando las diagonales que son su marca registrada.
Mientras Luna le prendía cartucho, a los 16’, con un zurdazo que cruzó toda el área, Central de a poco se acomodaba. Ya el balón no pasaba tanto por los pies de Braña, sino que la estación obligada era Méndez. Aparecieron algunas triangulaciones interesantes, hasta que llegó una que sí tuvo un buen final. Delgado la metió en paralelo para Carrizo, quien cuando llegó al fondo metió el centro de zurda para que Encina atropellara la pelota con la cabeza. Palo izquierdo de Peratta y adentro. Ventaja para un Central que no cambió su forma de juego. Es más, en cierta forma la potenció. Porque las sociedades entre Méndez, Carrizo, Encina, más los desprendimientos de Ferrari por derecha y el aporte de Castillejos y Luna de espaldas al arco, aguantando todo, le imprimieron al juego algo más de dinámica. Con esa receta llegó el zapatazo de Méndez que lamió el travesaño (41’).
Cuánto hubiese simplificado las cosas si Luna acertaba al arco después de dominarla con el pecho, perfilarse y apuntar, pero el balón, caprichosamente con el Chino, viajó por encima de travesaño. Iba sólo un minuto del complemento y olía a sentencia.
Se sabía que Quilmes iba a buscar de otra forma, con pelotazos. Así lo dejó en claro Blas Giunta con el ingreso de Boghossian desde el primer minuto del complemento. Y así fue. Era dominarla y pegarle allá lejos. Por eso con el correr de los minutos comenzaron a agigantarse las figuras de Magallán y, sobre todo, Donatti.
De igual forma, en el partido había aflorado y escenario mucho más propicio para Central, que de contra pudo lastimar en más de una oportunidad. Pero la última estocada siempre fue endeble. Para eso también hay una explicación. Es que el Canalla pretendía ir, pero lo hacía con poca gente. Sólo la necesaria como inquietar. Si la jugada iba por derecha trepaba Encina, si era por la izquierda quien despegaba era Carrizo. Pero nunca en un bloque bien armado.
¿Cómo explicar ese quedo de Central? Con los siete tiros de esquinas que Quilmes tuvo en el segundo tiempo. En el primero no había tenido ninguno. ¿Más? Russo sacó a Encina y mandó a la cancha a Ballini, para que obstruyera las trepadas de Hipperdinger. Un mensaje claro por parte del DT canalla.
Claro que a la luz del resultado se puede decir que fue una lectura acertada. De hecho el cervecero nunca pudo poner un jugador cara a cara con Caranta.
Y así como la de Luna pudo liquidar el partido, qué decir de lo que le pasó a Abreu, que sin jugadores a su alrededor y con el arco vacío la tiró afuera.
Para suerte del Loco y de Central, el partido ya estaba a punto de bajar el telón. Y fue un partido que, como todos, dejará enseñanzas. Ahora, cuánto más fácil será para Russo mejorar algunas cosas con tres puntos bajo el brazo en medio de un arranque con sonrisas.