Para una familia tipo (pareja y dos hijos), salir a comer afuera en Rosario no baja de los 300 pesos, pero las fuentes en el sector coinciden en que la mayoría de las facturas oscilan en el rango de entre los 500 y 1.000 pesos. Como ocurrió históricamente, la inclusión del postre y del vino, que a su vez depende de la selección de la bodega, modifica sustancialmente el precio final de la comanda.
La caída de entre el 20 y 30 por ciento de las ventas admitidas en el sector gastronómico no logra frenar la remarcación de los platos y bebidas en las cartas, pese al esfuerzo que, aseguran, se hace para evitar el traslado de la inflación a los comensales. Desde enero se registraron aumentos del 35 hasta el 70 ciento en los restaurantes y bares rosarinos, estimaron los propios empresarios.
Esta dinámica de subas condiciona, en parte, las estrategias de promociones y descuentos, que, no obstante, vuelven a recuperar terreno. Algunas bastante importantes, como la lanzada semanas atrás por Sushi Club: los lunes hay una promo con descuentos de hasta el 50 por ciento.
Si bien los fines de semana muchos de los restaurantes se encuentran llenos, pasado el refuerzo del aguinaldo y las paritarias, en las últimas semanas volvieron a retroceder, y con más fuerza, las ventas de lunes a jueves, que configuran para más de un jugador una ecuación insostenible para la supervivencia de su negocio. De todas maneras, se prevé de cara al verano la apertura de varios restaurantes que prometen hacer ruido (ver página 4).
Por todo estos factores, la fidelización de clientes es cada más compleja, reconocieron jugadores que llevan más de dos décadas en el rubro.
La inflación también impacta hasta en los deliveries, que en algún momento fueron opción de "comer afuera, pero sin salir de casa".
Los empresarios gastronómicos consultados, además, admitieron que el ajuste en el bolsillo lleva a competir con otros rubros del entretenimiento, como el teatro o los recitales, cuyas entradas promedian casi lo mismo que una cena.
Con todo esos ingredientes, se profundizan algunos hábitos sociales como los de compartir platos, una de las opciones para abaratar costos o poder degustar, por ejemplo, propuestas de menúes más caros para que la experiencia de salir a comer afuera siga siendo placentera.
Carlos Avalle, dueño y chef junto a su hermano Miguel, del comercio del rubro Refinería, consideró que "la clave para competir sigue siendo la calidad". En promedio, un comensal allí paga unos 220 pesos. Este restaurante, con una cocina bistró y parrilla, compite en el segmento medio-alto, en el que continúa con una alta demanda los fines de semana, que obliga reservar previamente.
En este target de negocios gastronómicos, una familia compuesta por cuatro personas paga, con un vino de entre 150 y 200 pesos, una factura de 1.000 pesos en adelante si se incluye, además, entrada y postre.
Ezequiel Rosental, titular de Doppio Zero y del recientemente inaugurado El Vino Me Copa (un lugar de cata y tapas atendido por un sommeliers), en Pichincha, coincidió en el cuidado de la calidad de los productos e ingredientes bajo la fórmula de “no masivos, pero accesibles”. Estimó que el servicio es un elemento diferenciador más a tener en cuenta. Allí el precio por persona ronda los 180 pesos.
En tanto, el restaurante Free Pass (que se encuentra en el complejo del City Center) apostó por la fórmula de tenedor libre. Por 124 pesos al mediodía o 189 pesos en la cena, una persona puede degustar una amplia variedad de platos. El alcohol va aparte.
En Maddalenitos, un restaurante enfocado en los niños, una familia tipo come por un promedio de 400 pesos, incluyendo una pizza de doce porciones, una cerveza, postre y los menúes para los chicos (comida, ingreso al pelotero y un juguete de regalo).
Marcos Quaranta, uno de los titulares de El Club de la Milanesa, estimó que un comensal en sus locales gasta en promedio 120 pesos. Cree que la clave hoy “es tratar de no trasladar la suba de costos a precios, apuntando a eficientizar números sin que se resienta la calidad”. Se trata de una media de gasto que coincide con la de otras cadenas especializadas, que es uno de los rubros dentro de la gastronomía que más creció en los últimos años. Y, en el caso de bares tradicionales en barrios, como Stefano en Arroyito, se sumaron pelotero o menúes para niños, que les permiten competir en el segmento familiar y con un presupuesto más ajustado.
Un escalón más abajo se ubican bogedones y clubes de barrio. También emprendimientos como Patio Real, ubicado en el supermercado La Reina de San Martín al 3400, que suma a su oferta espectáculos. “Entre 60 y 80 pesos se suelen gastar por cliente que vienen los fines de semana”, aseguró Carlos Solans, titular del complejo.
Para los padres que eligen como salida junto con sus hijos ir a McDonald’s, entre combos y la Cajita Feliz, se gasta en promedio 250 pesos, un 30 por ciento más que a comienzos de año.
Y, a la hora de irse a casa, otro de los hábitos sociales que cada vez prende más es el pedido de la comida que sobra para llevarla consigo, una costumbre con mayor tradición en otros países, como Estados Unidos, donde es conocida como “doggy bag”.