"Aceptar". No conozco algún usuario de internet que lea los términos y condiciones de uso de un
servicio online, todos vamos derechito a hacer clic en el botoncito de "Aceptar" sin perder tiempo.
Pero después nos enteramos de que cedimos nuestro contenido a una empresa, la cual desde un primer
momento nos advirtió de los beneficios y desventajas de hacer uso de sus servicios.
Hace algún tiempo se abrió el debate en internet: ¿qué puede hacer Flickr con las fotos que subo
a sus servidores? ¿La historia que escribí en Blogger puede ser utilizada por esa empresa para lo
que le venga en ganas? ¿Tengo derecho a reclamar a alguien si se borra todo el contenido de mi
blog? ¿A quién pertenecen los videos que tengo en mi cuenta de YouTube? La "letra chica" de
internet está bien grande, al alcance de todos, traducida a cientos de idiomas, pero casi nadie se
toma la molestia de leerla antes de empezar a subir su propio contenido.
Los blogs y foros de debate estaban metidos en plena discusión cuando la red social Facebook
decidió darles voz y voto a sus usuarios. Los usuarios fueron invitados a votar los cambios en los
términos y condiciones del sitio, y la empresa de Mark Zuckerberg se comprometió a acatar la
decisión de la mayoría. La red social más popular en Argentina (y una de las más utilizadas en el
mundo) tuvo un indiscutible interés empresarial en su humilde paso hacia la "democratización" de su
servicio: el miedo era que la avalancha de críticas por algunas cláusulas "oscuras" se convirtiera
en un éxodo de usuarios hacia otros sitios similares (los hay por decenas en la web). La votación
se mostraba como una salida elegante y definitivamente novedosa en internet, que desde la llegada
de la Web 2.0 no hace más que ponderar su propia libertad de expresión.
Facebook tiene cerca de 200 millones de usuarios activos en todo el planeta. Zuckerberg (un
nativo digital que hace algunos días cumplió apenas 25 años) y sus muchachos confiaron en que unas
60.000.000 de personas (¡sesenta millones..!) irían
a las urnas para decidir la nueva "Declaración de Derechos y Responsabilidades del
Servicio" que reemplazarían a los entonces vigentes términos de uso. Le erró feo en los cálculos:
solamente votaron 640.000 usuarios, es decir, muchos menos del uno por ciento de la gente que usa
habitualmente Facebook.
Es verdad, el sitio apeló a una estrategia de marketing para finalmente revertir los polémicos
cambios y recuperar la confianza perdida. Pero también es cierto que le dio a la Web 2.0, quienes
dan forma a los contenidos de internet, la posibilidad de participar democráticamente en una
decisión que, hasta ahora, estaba vedada a los usuarios. Sin embargo, fueron más las quejas previas
que la participación activa de la gente.
Al menos Zuckerberg no protagonizó un papelón como el de David Neeleman, el fundador de la más
flamante aerolínea de Brasil, dedicada a los vuelos de bajo costo. Hace algo más de un año anunció
con bombos y platillos que los usuarios de internet elegirían el nombre de la compañía aérea.
Votaron más de 150 mil personas y el nombre ganador fue Samba. En diciembre del año pasado la
aerolínea comenzó a operar bajo el nombre de... Azul. "Es más neutro que Samba", se justificó el
empresario.
"La elección del nombre fue el comienzo de un nuevo concepto de relación entre la empresa y sus
clientes. Nuestros pasajeros van a ser invitados a sugerir otros detalles del producto", había
dicho Neeleman antes de perder tiempo y credibilidad en una votación que ignoró la decisión de la
mayoría. No parece una buena forma de empezar la relación con sus potenciales clientes.