El Gordo es un personaje que se piantó de un cuento de Fontanarrosa. A los 50 años Manuel Kil, un ex integrante de La Doce, se da el gusto de ostentar, orgulloso, su tesoro más preciado: un museo de Boca en la cochera de su casa del barrio República de la Sexta.
Cabello largo canoso con colita, un arito de plata en la oreja izquierda, un reloj xeneize, enfundado en una encantadora camiseta de piqué sin publicidad con el 12 en la espalda; los tatuajes de Boca y de su madre en cada brazo, y de su hijo Diego Román en la espalda, Manuel es un histriónico ordenanza del Banco Macro que nació en San Martín y Juan Canals, del barrio Hertz. Nieto de rusos, su padre era un obrero metalúrgico de Carrocerías DIC, detrás del campo del Regimiento 11, que después compró un terrenito en San Martín y Muñoz. “A mi viejo no le gustaba el fútbol, pero mi tío Lázaro me llevó por primera vez a ver a Boca a los siete u ocho años, cuando empatamos 2 a 2 con Ñubel”, recuerda Manuel el rito iniciático de ver por primera vez a la camiseta de su vida.
Después de la Bombonera, su lugar en el mundo es este museo de Boca: una cochera de 2,50 por 3 metros literalmente tapizada en sus tres paredes, el portón, el techo y hasta el piso de tapas de El Gráfico, Goles y cuanta revista xeneize haya salido en los últimos 40 años y repleto de copas y objetos de Boca, entre los que sobresalen una pelota original del año 1954, color marrón oscuro; posters de 1934 y 1935; un pedazo de la pared del palco número 5, del día que demolieron la vieja cancha boquense, y hasta una media embarrada del Negro Ibarra.
—¿Cómo surgió la idea del museo?
—En el 69, cuando salimos campeones del Nacional, mi tío Lázaro me regaló un perro de Boca que pisaba la pelota. Después seguí con las figuritas en los 70, que juntaba con mi amigo Miguelito. Cuando llenábamos el álbum nos ganamos una pelota y después un poster del 72. Desde pibe me internaba en casas de canje de revistas y así tengo más de 600 tapas de El Gráfico.
—¿Cuál es la joya más antigua?
—La más vieja es un cuadro del equipo de 1934, que me regaló una señora amiga de unas vacaciones en Mar del Plata.
—¿Y el tesoro del museo?
—El más preciado es un pedazo de pared del palco número 5 de la Bombonera. Andábamos por Caminito en 1995 cuando demolieron la cancha vieja y me acerqué a ver. No me dejaban pasar. Le dije a un cana que le daba 5 pesos. Finalmente me llevé un pedazo de la pared.
—¿Y el objeto más extraño?
—Las medias del Negro Ibarra, con barro y todo, que tengo guardadas en una cajita. Vino una señora de Campana y me pidió besarlas.
—Marcelo Ismael, tu rival del museo de River, dice que ellos tienen más hinchas.
—Todas las encuestas dan que Boca tiene más hinchas. Ellos tuvieron diez años muy malos y se agarran de cualquier cosa. Después de Bianchi, cuando ganamos 18 campeonatos en diez años, nos dolía la cara de reírnos. Cómo será que mi perro, Ringo, tiene más títulos que años.
¿Cómo vas a romper tu cancha?
“¡Dale, Gordo! ¿Quién te creés que sos, la Coca Sarli?”, disparó Juan Cruz, uno de sus amigos, cuando Manuel Kil se tiró en el piso de su museo para las fotos de la nota. “En Boca estaba Quique El Carnicero, que tenía una cantina, y con mi hermano Tato íbamos a comer ravioles con estofado. Un día vinieron como 20 hinchas de Boca a patear el portón de la Bombonera y Quique salió y les preguntó qué hacían y que los peleaba a uno por uno. ¿Si sos hincha de un club, cómo vas a romper tu cancha?”, se preguntó el Gordo Manuel.