Miguel Angel Russo se ríe cuando se le plantea que su equipo es insoportable para los volantes adversarios. Sabe que esa presión que ejerce en los cuarenta metros del mediocampo incomoda hasta al más dúctil. Porque Lagos, Encina y Medina son tres cargosos que cuando no logran impedir que el rival se haga de la pelota, se pegan como un sticker y por el efecto de saturación hacen que los adversarios se desprendan rápido de la pelota, la pasen mal o la pierdan.
Esta característica, que puede parecer sencilla, no lo es, porque requiere no sólo de estado físico para mantener la intensidad y dinámica, sino también necesita de la coordinación de los movimientos para no dejarle espacios al contrincante. Como sucedió en sus primeras aplicaciones, en donde los errores terminaron en goles. Pero luego, con el devenir de los partidos, las falencias se fueron corrigiendo, y así lo que antes provocaba angustia empezó de un tiempo a esta parte a parir satisfacciones.
Central ya tiene en claro que para intentar jugar y evitar que el otro lo haga necesita de esta persecución sincronizada cuando no tiene la pelota, para así recuperarla, por acción o inducción. Ahora surge una pregunta que aún no tiene una respuesta nítida. ¿Dónde debería armar el juego Central una vez que tiene el balón?
Está claro que allí, en tres cuartos de cancha, con la participación de los volantes y delanteros, más las eventuales subidas de los laterales. El circuito está allí, la radicación de la usina futbolística es en ese sector también, con toques cortos, rápidos y con mayor verticalidad, sorprendiendo por los laterales con dos jugadores que interpretan este rol como Ferrari y Delgado, a sabiendas de que antes lo hacían con tanta asiduidad que no lo convertía en un recurso efectivo.
Esto es lo que aún le falta regularizar a Central. Lo busca, lo intenta a veces con apuro y otras tantas con imprecisión, pero en la medida que gane en seguridad, el juego también tendrá una cuota de creación.
Es por eso que Carrizo y Becker tienen mucho por trabajar, porque son ellos los que asoman como los que pueden dotar al conjunto de esa impronta de habilidad que permite eludir en el mano a mano. Algo que ayer no hicieron en Córdoba, aunque condiciones tienen para lograrlo.
Es que Carrizo no tuvo una buena tarde porque se mostró errático y si bien tuvo dos incursiones que desestabilizaron a la defensa celeste, después siempre quedó a contramano del resto. Y Becker careció de determinación para encarar a los defensores, ya que en la única que se animó lo dejó a Alvarez parado y habilitó a Abreu de cara al gol, que no fue porque rechazó un rival.