Quienes leyeron las reiteradas opiniones de este periodista sobre el momento futbolístico del Central de Russo certificarán con rotundidad que ahora no se escribe desde el oportunismo. Mucho menos es la intención de meterles una zancadilla trapera a un equipo y a un técnico que hoy andan por el suelo. Al contrario. La idea que persiguen estas líneas es poner en la superficie lo mal que jugó Central en este semestre. Por eso a nadie debe sorprender que el equipo haya fracasado rotundamente en la final de la Copa Argentina contra Huracán y que Russo deje el cargo. En todo caso lo paradójico hubiera sido que Russo tuviera la estatura de gran DT arropado con la pilcha canalla o que estos jugadores se hubieran plegado a una versión colectiva confiable para los miles de hinchas que estoicamente esperaron en vano alguna respuesta en San Juan. La realidad es que no había motivos para creer que estos futbolistas podían dar dos pases seguidos para superar a un rival que en teoría iba a acomodar sus huesos al rol de partenaire. Tampoco invitaba a pensar que algún hincha pusiera las manos en el fuego por Russo. Por qué iba a ponerlas por un técnico que últimamente los había acostumbrado a dejarlos de a pie cada vez que tenía que dar el piné y que ya sólo los aturdía con el ruido de los clásicos ganados. Igual, la historia de Miguel con Central necesitaba de un título. Aunque sea sin merecerlo, como hubiera ocurrido si lograba la copa. Es que este equipo desde siempre estuvo condenado a jugar como lo hizo el miércoles.