"¿Qué discusión en una pareja de 37 años de casados puede dar lugar para esto?", se preguntaba ayer a la mañana Javier, el hijo mayor de Sara Salvatierra y Faustino Domingo Herrera. El muchacho trataba así de comprender el estado de conmoción en el que tanto él como sus vecinos del Fonavi Parquefield II quedaron tras el crimen de la mujer a manos de su marido. Ocurrió en una departamento del 2º piso del monoblock 16, en Superí al 2400. Cuando a las 3.50 otro hijo de la pareja salió de la vivienda ahogado en llanto y gritando "¡la mató! ¡la mató!", ninguno de los residentes del barrio podía creer lo que ocurría. "Eran una pareja normal. Salían juntos a hacer compras, siempre tomados del brazo, como si fueran novios. Uno podía esperar que esto pasara con otros vecinos, pero no de ellos", comentó una mujer.
Sara tenía 62 años, la misma edad que Faustino. Y llevaban 37 años casados. En diciembre de 1980 se fueron a vivir al monoblock donde ayer su historia se partió en mil pedazos. Tuvieron cinco hijos, de los cuales sólo Nicolás, de 20 años, vivía con ellos. Cuando la policía llegó a la escena del crimen encontró el cuerpo de Sara acostado sobre su cama, como si estuviera durmiendo, y la almohada donde tenía apoyada la cabeza estaba manchada con sangre. Tenía un balazo calibre 22 detrás de la oreja izquierda. Al costado de la cama había dos vainas servidas de ese calibre.
Faustino ya no estaba. Unos minutos antes había abierto la puerta de la habitación de su hijo y lo había despertado diciéndole: "Ya está. Maté a tu mamá". Y antes de que el pibe pudiera reaccionar, salió corriendo de la vivienda. Una dotación del Comando Radioeléctrico lo detuvo cuando corría bajo la lluvia, a cuatro cuadras al oeste de su casa. Quedó preso en la seccional 30ª acusado del asesinato de su esposa y a disposición de la jueza de Instrucción Irma Patricia Bilotta.
"Ahora quiero terminar de resolver los trámites de mi mamá. Y cuando termine me dedicaré a la cuestión legal, porque aunque me duela en el alma, una persona como mi papá no puede estar en la calle", reflexionó aturdido por el dolor Javier, uno de los hijos de la pareja.
Con el correr de las horas efectivos de la seccional 30ª secuestraron primero el culatín de madera de una carabina y luego el resto del arma, que estaba escondida entre ropas en la casa donde ocurrió el crimen. Tanto Nicolás como sus vecinos coincidieron en que no escucharon ninguna detonación o gritos que alertaran sobre el crimen.
Lluvia de penas. "No lo podemos creer, era una pareja que andaba como novios, siempre del brazo. Ella tenía mejor carácter que él, que es muy reservado, de pocas palabras. Si alguna vez no le gusta algo, no te saluda más", recordó un vecino del monoblock.
Desde hace casi dos décadas Sara padecía diabetes nerviosa, enfermedad que le había afectado la visión hasta estar al borde de la ceguera. Faustino, por su parte, trabaja en herrajes de caballos, un oficio donde no abunda el mercado laboral y que ejerce en el Club Hípico General San Martín, de Juan José Paso al 7700.
Según la policía, la última vez que Nicolás vio a sus padres juntos fue el jueves a las 22, cuando se acostaron a dormir. Un par de horas más tarde, el muchacho se fue a su habitación. En otro departamento del monoblock 16, en tanto, se celebró un cumpleaños hasta bien entrada la madrugada. "Cuando nosotros escuchamos los gritos pensamos que eran los del cumpleaños. Para nada pensamos en la casa de Sara. Yo me di cuenta cuando reconocí la voz ronca y ahogada por el llanto de Nico", se sinceró una vecina. Eso fue a las 3.50.
"Mi hermano me llamó y me dijo: «La mató». Y me vine para acá. Antes pasé por la comisaría 30ª para avisar lo que había sucedido", recordó Javier Herrera. Cuando la policía entró al lugar, Faustino no estaba, Nicolás lloraba y Sara yacía muerta.
"Yo no escuché nada. Y mi hijo, que se quedó en la computadora, tampoco escuchó nada. Sólo los gritos de Nicolás", explicó un vecino. Fuentes allegadas a la pesquisa no descartaban que Faustino hubiera utilizado una almohada para amortiguar el estampido del disparo. "En la escena del crimen no había signos de violencia. La mujer estaba acostada como si estuviera durmiendo", indicó un vocero consultado. Y agregó que es llamativo que "nadie haya escuchado ruidos raros, ni gritos, tampoco el disparo. Incluso, tienen una perra caniche que no ladró". reflexionó una vecina de la cuadra.
El arma
“Todo es muy extraño. El arma la hallamos desarmada y no descartamos que el hombre haya acomodado la escena antes de alertar a su hijo”, explicó un vocero policial. En ese sentido, Javier Herrera dijo que “esa arma está guardada hace 25 años, siempre desarmada”. Y agregó: “Creo que por travesuras la toque más veces yo que mi padre”.