¿Está la ciudad realmente preparada para recibir al turismo y jactarse de eso? A juzgar por ciertas cuestiones, no. El fin de semana largo mostró una cara de la moneda más que positiva: miles de personas vinieron a la ciudad y la disfrutaron mientras dejaban fuertes dividendos en una economía local que los necesita. Esos ingresos se direccionaron también a los empresarios que, sin embargo, volvieron a evidenciar que no están a la altura de las circunstancias. El otro lado de la misma moneda aún no logra brillo: encontrar bares y restaurantes (básicamente sobre la costa central y en los shoppings) que acepten tarjetas es una misión casi imposible, al igual que lograr que la atención sea eficaz (rápida es mucho pedir), que tengan los menúes que proponen o que no se queden sin insumos básicos. Y ni hablar de que entreguen boletas legales en vez de tickets con la leyenda "no válido como factura", lo que implica una clara evasión impositiva. En las estaciones de servicios no se quedaron atrás y tampoco parecieron apostar al crecimiento: el uso de plásticos para abonar fue inexistente. ¿Cómo se entiende todo esto (y más) cuando lo que no faltó fue consumo y movimiento? De la misma manera que cuesta comprender que a muchos comerciantes rosarinos les molesta la presencia de una cadena de heladerías que llegó para competir con precios más bajos, los sacan de quicio los carriles exclusivos por un supuesto efecto directo sobre las ventas o las bicisendas, porque impiden parte del estacionamiento en la calle. Los economistas aseguran que el llamado riesgo empresarial no es otra cosa que la apuesta a futuro en entornos con mayor o menor incertidumbre. Algo que en la ciudad pocos están dispuestos a correr.