"Yo me considero una persona fuerte y he logrado muchas cosas para sostenerme, he tenido siempre el apoyo de mis amigos, mi familia y un montón de grupos a los que me he aferrado y que me han posibilitado mantenerme psíquicamente estable. Pero si no fuera por todo eso y por haber sido beneficiada naturalmente, pese a todo, con el cuerpo que tengo, sin una contextura masculina, no sé si lo habría soportado: creo que me habría suicidado, esa es la realidad". Las palabras, un torrente de sentimiento y convicción, pertenecen a Camila Vagnini, una transexual de 29 años que en breve recibirá un implante de mamas en el Hospital Centenario y en ocho meses confía en pasar por otra cirugía de reasignación de sexo en Buenos Aires. Tras años de terapia psicológica y hormonal, con un nuevo DNI, Camila se prepara para ese gran salto que le permitirá, por fin, tener cada milímetro del cuerpo en armonía con su identidad de mujer.
—¿Cómo te definís, Camila?
—Como transexual, lo que marca una distancia grande con el travestismo. Tiene que ver con la identificación y el comportamiento y cómo se autopercibe y visualiza el propio cuerpo, sobre todo en lo que hace a rechazar o no la genitalidad de origen. Yo, por ejemplo, quiero operarme y ya estoy en eso. El travesti en general no quiere operarse. Lo que hay en común es que ambas nacemos con la misma condición biológica, pero psíquicamente la transexual anhela tener genitales femeninos, porque así se siente y se estructura de ese modo, y no tolera vivir con los genitales que tiene.
—¿Y en qué momento de tu vida empieza esa percepción?
—Es un proceso, pero siempre tuve la misma orientación, desde que tengo memoria. En el jardín ya me vestía de nena, en la primaria me atraían los varones y de hecho jugaba a la mancha y quería darme la mano con el compañerito que me gustaba. Siempre sentí desde lo femenino. Y al llegar la pubertad, como toda persona que encuentra su orientación y su objeto sexual, me definí como chica, afirmé lo que venía sintiendo. Después apareció lo complicado, cuando la sociedad me impone mi condición biológica: había nacido varón y como tal debía comportarme. Ahí empecé a darme cuenta de que mi genitalidad no se correspondía con mi identidad.
—¿A qué atribuís tu condición?
—A una cuestión identitaria. Creo que me he identificado intensamente con una imagen femenina, la de mi madre, totalmente presente, frente a un padre totalmente ausente. De todos modos, aunque no creo que uno traiga cosas desde el nacimiento, tampoco puedo asegurar que no haya algo de eso.
—¿Estás en pareja?
—Ahora no, pero me gustaría. Casarme y adoptar un hijo, porque como cualquier persona siempre soñé con formar una familia, aunque no lo piense tan intensamente en este momento.
—Tu pareja debería ser heterosexual...
—Un hombre heterosexual y que se banque mi historia. Alguien que me vea como una chica, pero es complicado que un chico se banque mi genitalidad: yo no me bancaría estar con alguien que tuviera vagina.
En ese dilema aparece, justamente, la necesidad imperiosa de las cirugías de reasignación de sexo que Camila ya está tramitando. En Rosario, prima facie, en el Centenario recibirá un implante mamario, cuya prótesis compró por sí misma para agilizar el proceso. El resto de la operación, anestesia e internación, correrá a cuenta de la salud pública, como manda la ley.
En cuanto a la reasignación de genitales (una vaginoplastia), como Camila figura 50 en la lista de espera del Hospital Gutiérrez de La Plata (lo que le llevaría décadas, dice), hizo otra consulta en el Eva Perón del partido de San Martín (Buenos Aires). "Por una vía u otra", dice, el año próximo pasará por esa cirugía.
Pero Camila es una persona increíblemente inteligente y profunda. Esa operación, que no es estética, sino reparadora, "va a ser muy fuerte, un cambio grosso", admite, porque "supone la amputación de una parte de tu cuerpo, al margen de que te produzca rechazo. Y a eso tu cabeza lo tiene que elaborar porque es una crisis. Placentera, pero crisis al fin".