La charla con Jorge Riestra empieza por la anécdota de un libro robado (“Los Cuadernos de
Malte Laurids Brigge”, de Rilke) a la hermana de un amigo de la adolescencia. “Pero la
culpa fue del libro –dice el autor de “Salón de billares”–, porque me
produjo tal fascinación que no pude resistir, aunque un año y medio después confesé y la dueña
prefirió regalármelo”. Abogado, profesor, asesor editorial de la Vigil, premio Nacional de
literatura por “El opus” y ex director del Centro Cultural Bernardino Rivadavia,
Riestra (nacido en 1925) perdió a su esposa Dolly en un accidente y debió convertirse en padre y
madre de sus dos hijos, Sebastián y Gabriel.
–Sí, 3 o 4 años. Me recibí a fines del 52. Vivía en Buenos Aires entonces, trabajaba de
maestro. Pero perdí el cargo porque me negué a sacar el carné de afiliado peronista. Después de la
muerte de Evita empezaron a exigirlo, un día me notificaron que tenía 30 días para sacarlo. Me
negué e inmediatamente me cesaron en el cargo. Trabajé un tiempo haciendo prensa para un club pero
ya había publicado “El espantapájaros” (1948), así que volví a Rosario y me recibí.
Hice cobros judiciales, hasta que agarré un divorcio grande y la misma tarde que me pagaron los
honorarios saqué el pasaje en barco a Europa. Estuve seis meses allá y cuando volví ya era uno
solo, el escritor. Y dejé la abogacía.
–Yo tengo una tendencia a la vida solitaria. No hay obra sin aislamiento. Es duro, pero es
así. Yo quedé solo por una tragedia. El destino me dejó solo, un accidente de auto del que quedé
también con este problema en las piernas (hoy Riestra casi no camina). Y tenía a los dos chicos. Me
levantaba a las cinco de la mañana, los mandaba a la escuela, después me quedaban dos horitas para
escribir, me iba a trabajar a la Vigil, me iba a dar clases, estaba con los chicos, por ahí tenía
otra horita y a las once a dormir y a las cinco otra vez arriba. Después tuve dos grandes amores,
pero la convivencia fue imposible. Una era casada, fue un amor maravilloso pero bueno, a veces no
se puede. Había mucha gente que iba a sufrir. No sé… Y luego tuve otro gran amor, pero era
una mujer muy difícil, con muchas crisis, era imposible tener algo estable. Sin embargo fue una
cosa incandescente…
–¿Cómo llegó a la Vigil?
–Me presenté a Rubén Naranjo y le dije “yo quiero estar en esto, este es mi
lugar”. “Pero no hay con qué pagarte –me dijo Rubén–, acá todos ganamos
sueldo de maestro…”. Y yo siempre fui un maestro de grado, al final no he sido más que
un maestro de escuela y he vivido con eso. Y como escritor, cualquier ahorro va a parar a los
libros, la noche y los viajes. Pero yo quería estar en la Vigil, fue una obra maravillosa en un
mundo que creía en una vida mejor para todos. Una realidad de trabajo social y cultura popular
liquidada por la Triple A, después por los militares y un proyecto de país que terminó de asesinar
el menemismo.
–¿Tuvo problemas con la dictadura?
–Un día de 1976, en el bar El Foro, en Buenos Aires, mi amigo el escritor Bernardo
Verbitsky me avisó que mi libro “A vuelo de pájaro” figuraba en el índex de la Armada y
mientras sus libros estaban subrayados en verde, el mío estaba en rojo. Y después el bombardeo en
la Vigil, nos hicieron renunciar, saquearon todo, algunos dirigentes fueron presos y los que nos
salvamos quedamos exiliados adentro.
–A propósito, ¿qué expectativas tiene para las próximas elecciones?
–Hay que seguir apoyando los proyectos que sean nacionales y populares, aun con los
errores cometidos en ese campo. Hay que tener cuidado con las opciones neoliberales que se
presentan, porque en el fondo son el mismo conservadurismo reaccionario desde Uriburu para
acá… pero yo no voto, por las escaleras.
–A propósito de “A vuelo de pájaro”, si yo digo que de ese libro nace el
estilo rosarino-costumbrista-oral que tanto desarrolló Fontanarrosa…
–Y sí, creo que hubo una influencia. Puntualmente hay personajes de los bares, de la
noche, de los billares, un registro de la urbe, de los cambios sociales, una prosa con aire, humor.
Y es la primera vez que aparece en la literatura el “qué lo parió”. Esa frase la dice
mi personaje Riquelme, en el cuento “AA”. Es 1970, un cuento contra Onganía, y
Riquelme, un simplón sorprendido con el viraje acomodaticio de un vecino de la pensión al régimen,
dice: “¡Qué lo parió!”.
–¿Y a los 83 años aún tiene cosas qué decir?
–Tengo un cuaderno de notas de 550 páginas y tres inéditos. Pero yo soy un marginal, no
tengo agente, no me gusta ir al mundillo, sólo escribo… Estoy con una novela nueva, “La
consulta”. La novela es como un viaje en barco, muchos puertos, por ahí cruzás el océano, no
sabés bien hasta dónde o cómo seguirá. Pero yo suelo tener principio y fin del viaje. Y acá lo
tengo, es como una larga consulta entre un personaje y un psicólogo… pero además yo creo que
la obra me protege, es decir, mientras yo escriba no puedo morir porque la obra en progreso va a
querer que yo la termine.
–¿Y la noche, ese lugar que parece esencial en su obra…?
–Desde chico, cuando empecé a andar con Tucho, es un espacio de transfiguración. Hay una
realidad transfigurada ahí y un imaginario que ayuda a transfigurar la realidad, y a mí siempre me
está esperando. Aun viviendo en Arroyito, a la medianoche le decía a Dolly (fue muy comprensiva):
“Tengo una idea que me da vueltas”. Pero en la casa no podía, tenía que caminar,
escuchar, ver ese otro rumor, otro ritmo, otros climas. Y me tomaba el tranvía y me venía al café
de billares…
"Peron no era republicano"
–¿Arlt o Borges?
–Arlt. La literatura es una transfiguración de la realidad y de la lengua, pero siempre
tiene que estar la vida. Borges es un maestro del idioma, pero no juega a fondo con la vida.
–¿Marilyn Monroe o Audrey Hepburn?
–Marilyn encima mío y la Hepburn por el resto de la casa.
–¿Central o Newell’s?
–Tiro Federal.
–Norberto Campos.
–Un actor excepcional, con humildad y autenticidad.
–¿El tango o el jazz?
–El tango. Nosotros crecimos con Manzi, Cadícamo…
–¿Rosario o Buenos Aires?
–Rosario. Pude quedarme en Buenos Aires. Pero cuando vi cuántas horas me iban a quedar
para escribir y para andar de noche me di cuenta de que no era mi lugar.
–¿Perón o Yrigoyen?
–Yrigoyen. Yo estuve de acuerdo con las reformas económicas y sociales de Perón, pero en
política no era republicano.
–Los nietos.
–Son mi nueva razón de amor. Matilde, especialmente, desde que nació siempre está
alrededor mío. Ahora me manda mensajes al celular pero yo no sé responderle…
Hombre de café
“Cada vez me cuesta más salir y hay bares que ya no están, pero yo sigo andando de
noche”, dice Riestra, legendario habitué de los cafés de billar rosarinos. Acaban de poner su
foto en la promoción de un torneo nacional de casín (razón por la cual está orgulloso) y antes de
despedirse, confiesa: “Yo no sé qué voy a hacer cuando cierren el café de
billares”.