Con Barack Obama entrampado en la tradición conservadora estadounidense,
que resiste cualquier intento reformista, la jura de Pepe Mujica en el Ejecutivo uruguayo
—que renovó el mandato frenteamplista—, y el crédito por duplicado de los bolivianos a
Evo Morales insisten en cambio en darle continuidad al progresismo de mercado que con Lula como
emblema marcaron los últimos años de política sudamericana.
Sebastián Piñera, con 1.200 millones de dólares en su billetera, es el
hombre más rico de Chile. Su ajustadísima victoria sobre el demócrata-cristiano Eduardo Frei en las
últimas elecciones chilenas sacudió el dibujo de la política regional y disparó varios
interrogantes a los cientistas sociales de toda cepa.
¿Por qué perdió la Concertación en Chile, país al que gobernaba con éxito
desde hacía más de 20 años, si la presidenta Michelle Bachelet terminó su mandato con una
aprobación superior al 80 por ciento?
Para algunos, la verdadera vocación por la gestión de Bachelet, más que la
adoración por el circo político, no ayudaron al poco carismático Frei a superar la candidatura de
Piñera.
Para otros, el modelo estaba agotado y precisaba aire nuevo. Lo cierto es
que con Piñera, hasta hace nada dueño parcial de compañías de la talla de Lan Chile, Chilevisión,
el club Colo Colo o la clínica Las Condes, la gestión de tipo empresarial del Estado volvió a copar
la agenda pública.
Los ministros que nombró para acompañarlo en su gestión están cortados con
la tijera del amor incondicional a las leyes del libre mercado y rebalsan de antecedentes en el
mundo privado. Alfredo Moreno Charme, designado como canciller, es el director de Falabella, la
tienda que multiplicó su presencia en Latinoamérica durante los últimos 15 años.
En el ministerio de Salud, el nuevo jefe se llama Jaime Mañalich y es el
director de Las Condes, clínica exclusiva y excluyente que también perteneció a Piñera.
Para la cartera de Hacienda, el nuevo presidente convocó al ex asesor del
FMI Luis Larraín, uno de sus mejores amigos. En Economía, el ministro es Juan Andrés Fontaine, con
master en Chicago y hermano de uno de los directores de Lan Chile.
Todas estas designaciones, polémicas y cuestionadas desde la Concertación,
siembran dudas sobre la capacidad del nuevo gobierno de separar las aguas entre los poderosos
intereses privados representados por algunos de sus miembros, y la búsqueda del bien común que se
supone debe guiar la acción pública de los dirigentes políticos.
El frente conservador
Con seguridad, el presidente sudamericano más feliz con la asunción de
Piñera es el colombiano Uribe, único exponente hasta ahora del neoliberalismo que reinó en la
región durante los ’90. Uribe, sospechado de tener nexos con los paramilitares y cultor de la
"seguridad democrática" —una fórmula avalada dos veces en las urnas por una mayoría clara de
sus conciudadanos—, tiró de la cuerda el año pasado al permitir el establecimiento de tropas
estadounidenses en siete bases del ejército colombiano.
Apoyado en su rumbo ideológico por el polivalente Alan García, que repite
mandato en Perú después de haber dejado al país hundido en la hiperinflación a finales de los años
80, Uribe tiene en Piñera no sólo un aliado político incondicional, sino un amigo personal al que
apoyará en cualquier iniciativa diplomática.
Juntos, Chile, Colombia y Perú conforman un sub-bloque regional que rompe
con el mosaico de dirigencias de centroizquierda que monopolizaron Sudamérica desde el cambio de
siglo.
Economía social de mercado
Sin embargo, por lo menos en el caso de Chile, la nueva ola derechista
parece haber tomado nota de que muchos avances sociales consolidados bajo los gobiernos de la
Concertación —como el índice de pobreza de 13,7%, récord mínimo histórico— no deben ni
pueden ser cuestionados.
Un artículo reciente publicado por Rodrigo Alvarez analista internacional
de Flacso Chile, señala que la gran discusión que dominará a Chile será el tipo de país que se
pretende construir. "Habrá un reposicionamiento del tipo de modelo económico neo-liberal a
ultranza, ya que la Concertación logró avanzar hacia una idea en la cual ese modelo se había
transformado en un instrumento de gobierno y no en su objetivo, y donde una nueva racionalidad del
Estado logró avanzar cualitativa y cuantitativamente en los temas sociales", dijo.
Esa necesidad de la derecha de saldar su histórica deuda en materia de
políticas sociales quedó evidenciada durante la campaña, durante la cuál Piñera prometió mantener
los programas sociales impulsados por Bachelet.
Habrá que ver si su formación empresarial lo ayuda a resolver lo que, hoy
por hoy, es la gran mancha del modelo de desarrollo trasandino: la distribución del ingreso, ya que
según datos del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en Chile el 10% más rico de
la población se lleva el 47% de los ingresos, mientras que al 10% más pobre sólo le corresponde el
1,2%.
Una tendencia que empaña la baja del índice de pobreza, que era de un 38%
en 1990 contra 13,5% el año pasado. Claro que todo quedará supeditado también al cronograma de
reconstrucción posterremoto, un eje a partir del cuál Piñera tendrá que moverse
obligatoriamente.
Brasil y la estabilidad
El mismo consenso sobre los lineamientos económicos y sociales reina en
Brasil, país que despedirá a final de año a Lula da Silva como el presidente más popular y exitoso
de los tiempos modernos.
Los resultados macro y micro económicos de los dos gobiernos sucesivos del
Partido de los Trabajadores han sido tan buenos que el empresariado paulista ya se aseguró de que
ningún futuro mandatario, sea oficialista u opositor, abandonará el camino que los lleva hacia el
podio de los top-5 mundiales.
El modelo
Tanto el socialdemócrata José Serra, actual gobernador de San Pablo, como
Dilma Roussef, jefa de ministros de Lula, se comprometieron a trabajar con una agenda positiva que
garantiza la continuidad del modelo que fue exitoso en los últimos años.
Queda por ver si ese pacto de las elites politicas por mantener el rumbo
económico resulta favorable para la continuidad del Partido de los Trabajadores o si por el
contrario ayuda a incrementar las posibilidades electorales de la oposición.
Con plataformas parecidas, será el perfil de los candidatos el que tal vez
determine finalmente el nombre del sucesor de uno de los presidentes más populares de la historia
brasileña.