Los revolucionarios sirios deben tener cuidado para que su "revolución de la dignidad" no acabe convertida en una rabiosa carnicería en la que no haya vencedores, sino sólo criminales de guerra.
Los revolucionarios sirios deben tener cuidado para que su "revolución de la dignidad" no acabe convertida en una rabiosa carnicería en la que no haya vencedores, sino sólo criminales de guerra.
En ninguna parte existe una guerra "limpia" en la que los soldados no abusen de los civiles y los rebeldes no maten a prisioneros pero el escenario sirio en estos momentos es uno de los más atroces que ha visto el mundo árabe en los últimos años.
Hay videos que muestran cómo efectivos de las tropas del gobierno amputan el pene a un hombre y después, agonizante, lo torturan con un palo en la boca. Los médicos han fotografiado a víctimas de torturas a quienes les faltan dientes o dedos. Y activistas defensores de los derechos humanos disponen de fotografías de presos a quienes las milicias fieles al gobierno acuchillan o dan patadas hasta que alaban al presidente Bashar Assad.
Potros y otros instrumentos de tortura hallados en los centros de interrogatorio de los servicios secretos recuerdan al equipamiento que había en un calabozo medieval. Un ex trabajador de la televisión Al Dunia, cercano al régimen, contó que conoció a un comandante, que ya es señalado como torturador en varios informes de la organización Human Rights Watch, que quemaba a opositores en un horno.
El hecho de que en Siria se estén cometiendo tantos crímenes de guerra tiene que ver quizá con que desde hace décadas impera un régimen en Damasco que emplea sistemáticamente la tortura para intimidar a la oposición y mantener al resto de la población en estado de shock. El embajador saudí, Abdullah al Muallimi, habló la semana pasada en una sesión de la Asamblea General de la ONU sobre Siria de "métodos de tortura que superan la capacidad de imaginación humana". Hasta los niños saben cómo funciona la "tortura fantasma" con la que los presos son colgados del techo durante horas. Sin embargo pocos saben en el país lo que son los crímenes de guerra.
Trasfondo cultural. Los cuestionables métodos educativos en algunas familias sirias muestran lo profundamente que está arraigada la tortura en la sociedad del país. "Cuando mi hermano menor y yo volcamos la heladera una vez jugando, mi padre nos envolvió los dedos con alambre y nos amenazó con conectarlo a un enchufe", recuerda un joven intelectual de Damasco. Rami Abdelrahman, el director del Observatorio Sirio para los Derechos Humanos, con sede en Londres, se ha propuesto como labor documentar las atrocidades en su país, independientemente de quién las cometa. Ello le ha costado las críticas de opositores que creen que no debe publicar los crímenes cometidos por los rebeldes, "porque son víctimas traumatizadas de la violencia del régimen, que sólo reaccionan a ello".
También el comandante rebelde Jalid Al Hamd de Homs intenta justificar así sus atrocidades. Cuando la semana pasada cayó sobre él una ola de indignación por haber filmado cómo sacaba el corazón y el hígado de un soldado y hacía que mordía el primero, respondió hablando de las grabaciones de abusos y torturas que vio en los teléfonos móviles de las tropas del gobierno.
Mientras, en los foros online de los opositores se desató un intenso debate: en tanto que algunos sirios ven en la profanación de cadáveres una consecuencia perdonable de la política de atrocidades del gobierno, otros opinan que en la lucha contra un brutal régimen represor no se pueden utilizar sus mismos métodos.
Oposición
Dirigentes de la oposición siria iniciaron ayer un encuentro por dos días en Madrid con el objetivo de encontrar una solución al conflicto que los enfrenta contra el régimen de Assad. Son cerca de 90 miembros de grupos opositores que intentan encontrar modos de acercar a las partes en pugna. La reunión es a puertas cerradas.
Por Matías Petisce
Por Gonzalo Santamaría