“Si la mataron a golpes, en esa casa alguien tiene que haber escuchado. No puedo asegurar que (los adultos) hayan sido cómplices, pero estoy seguro de que todos vieron a mi hija muerta”. La frase fue de Fabio Páez, el papá de Chiara, cuando por la noche brindó una conferencia en la plaza Sarmiento de Rufino, frente a la prensa y a una multitud de gente que también se juntó y escuchó los testimonios. Fue ya hacia el cierre de la jornada, cuando no menos de dos mil personas se juntaron para marchar hacia la comisaría de la ciudad en medio de pedidos de justicia.
Los padres de Chiara, Fabio y Verónica Camargo, se sentaron frente a una mesa junto a tres hermanas de la joven asesinada: Yanina, Romina y Tania. Faltaron los dos más chiquitos, Manuel y Delfina. Lo primero que hicieron fue pedir que primara la tranquilidad, y que la marcha se hiciera en paz. Ambos padres clamaron por justicia y por el acompañamiento de la sociedad, y manifestaron ciertas dudas sobre la investigación.
Consultados sobre la posibilidad de que los adultos detenidos queden libres, Fabio Páez fue contundente: “Nos sentiríamos totalmente burlados. Si la mataron a golpes, en esa casa alguien tiene que haber escuchado. Y después, con mi hija enterrada, comieron un asado en el lugar”, dijo. La gente, indignada, empezó a gritar “que se vayan de Rufino”.
Verónica confesó sentir culpa, porque defendió “hasta último momento” la inocencia del novio de su hija. Contó que se lo veía como un chico tranquilo, que iba a su casa y tenían una muy buena relación. “Hasta lo último pensamos que no tenía nada que ver”, afirmó, y contó que la madre de Manuel había aceptado el embarazo.
También habló con dolor y bronca del chico, de “la frialdad terrible con la que se manejó. Me ofreció colaborar en la búsqueda cuando seguramente ya la había matado. No me cabe en la cabeza la frialdad con que se cometió este crimen tan aberrante”. Y se mostró proclive a pensar que el novio de Chiara no actuó solo.
“No estamos en condiciones de acusar a nadie, pero dudamos de la investigación. La última persona que estuvo con mi hija fue el chico que la mató, y terminó siendo el último investigado”, dijo el padre. Y Verónica agregó: “Lo que me da fuerzas para seguir es el acompañamiento de la gente”.
Ya frente a la seccional se vivieron algunos momentos de tensión. Si bien los padres fueron recibidos por las autoridades de la comisaría, afuera hubo insultos. El episodio más álgido fue cuando salieron de la sede policial y una de las hermanas de Chiara se puso mal por la supuesta actitud de un policía a quien creyó ver riéndose. Algunos, más exaltados, quisieron ir hasta la casa donde fue hallada la chica, pero fue el mismo padre de Chiara quien pidió calma y que las cosas se desarrollaran en paz.
El entierro. Por la mañana, y en un clima de recogimiento, dolor y profunda congoja, una multitud despidió los restos de Chiara. Las escenas fueron por momentos desgarradoras. Apenas sacaron el cajón, el papá de la joven se quebró y gritó: “Nadie me la va a devolver”, mientras familiares y allegados trataban de consolarlo. Esa fue la primera demostración de dolor, que se reprodujo al infinito desde la casa velatoria hasta el vehículo que trasladó a la iglesia Santísima Trinidad, donde se desarrolló el oficio religioso.
Previo a eso, una ambulancia del sistema de emergencias de Rufino llegó a la casa velatoria para asistir a la madre de Chiara, Verónica, quien había sufrido una descompensación.
Chiara tenía una hermana por parte de sus padres biológicos y otros cuatro hermanos paternos. Justamente, la noche del lunes, cuando era velado el cuerpo de la chica, Fabio Páez, el papá, le confesaba a La Capital que lo más difícil había sido contarle a sus hijos de siete y nueve años que a la hermana la habían encontrado muerta. “Tenía seis hijos, ahora me quedan cinco”, dijo consternado.
En la iglesia, los sacerdotes Diego Cavanagh e Iván Micalone brindaron el oficio religioso ante una parroquia colmada de público (incluso quedó gente fuera del recinto). El padre Diego dijo que “las palabras están de más, lo importante en este momento es el silencio, el abrazo y los gestos de acompañamiento”. A su turno, el padre Iván habló de la chica. “Bienaventurada Chiara porque le digiste sí a la vida”, dijo, y se quebró de emoción.
Tras el responso, el cortejo fúnebre pasó por el Instituto Nuestra Señora de la Misericordia, al que concurría Chiara, y donde los alumnos y docentes de la institución le brindaron un aplauso y la despidieron. El cortejo se dirigió al cementerio municipal de Rufino donde le dio a la chica el último adiós. Allí, una compañera de estudio de Chiara habló de la víctima como una chica “muy buena que no merecía morir de esa forma. Tenía toda una vida por delante y proyectos”, dijo. Y pidió, como todos, que se haga justicia.
Chiara era “muy extrovertida, alegre, amiguera. Estaba pensando en su fiesta de 15, le gustaba esa idea”, contó la tía, Lorena Camargo. La adolescente jugaba al hóckey en Las Pampas Club Social, participaba del grupo de jóvenes de la Iglesia Santísima Trinidad e iba al colegio Nuestra Señora de la Misericordia. Salía con Manuel desde octubre y habían pasado Navidad juntos.
“Para qué hablaron conmigo si sabían que estaba muerta”, dijo la mamá de la joven, que además de buscar a su hija en la casa de Manuel recibió luego la llamada de la familia del chico para preguntarle si la había encontrado.
Otro presente fue el intendente Gustavo Dehesa, quien manifestó que es “muy difícil interpretar lo que pasó, se trata de dos adolescentes escolarizados, y el chico no tenía antecedentes, ni delictivos ni de mala conducta”.
Ese fue, justamente, uno de los motivo de diálogo durante el velorio. A los chicos que conocían a Manuel no les entraba en la cabeza que el pibe fuera capaz de semejante crimen. Para la sociedad rufinense, es imposible que el chico haya sido el único autor, ni del crimen ni mucho menos del enterramiento.