El diálogo (figurado, imaginario) con una representante gremial del magisterio provincial, marca el punto de deterioro en la construcción política a la que ha llegado el país. Nosotros. Nuestros dirigentes son lo que somos.
El diálogo (figurado, imaginario) con una representante gremial del magisterio provincial, marca el punto de deterioro en la construcción política a la que ha llegado el país. Nosotros. Nuestros dirigentes son lo que somos.
El tema del diálogo, imaginario, era sencillo. Sobre la diversa forma de impartir los conocimientos de un programa común, del mismo grado (el tercer grado primario) en dos colegios similares de la provincia; la respuesta es la que se ilustra. Asusta. Desconcierta.
El encuadre es político, que no es lo mismo que político partidario. La política partidaria, algunas de sus añagazas, se han metido en la conducta, en el comportamiento de la sociedad. Acaso si, finalmente si, el problema es que cada asunto general sea político partidario. No lo achica, le achica la dimensión. En esos vericuetos anda la sociedad. En no atender la cosa pública o dejarla en manos de los mismos dirigentes por años. En perderse en discusiones intestinas.
La pregunta era sencilla. Dos alumnos, que cursan el mismo grado, pero en diferentes colegios, tienen distinta enseñanza. Resuelven de modo diverso un mismo programa. El cuerpo humano, sus órganos y sistemas en una escuela se enseñan, en la otra no. "La seño dijo que tomaron una prueba y algunos estamos atrasados, y lo van a enseñar el año que viene". La inquietud por el fenómeno sobre planes de estudio fue trasladado a la interlocutora imaginaria. "Seguramente se trata de una institución donde los problemas de infraestructura, de la sociedad donde se encuentra, no facilitan la enseñanza " (la respuesta de la dirigente gremial era obvia, replicaba sobre una figura clásica: la escuelita villera y sus tremendos problemas de vida, comparada, enfrentada con la escuela regia. Desde la tarea gremial la contestación era obvia y justificada). La aclaración más obvia todavía. Ambas instituciones se encuentran dentro del primer circuito rosarino, esto es, entre bulevar Oroño y avenida Pellegrini. Se insiste: ambas.
Ante el callejón sin salida la reflexión. De qué servía preguntar, de qué sirve cuestionar, en su tarea, a los dirigentes. La gran duda está: ¿se iguala para abajo? ¿Es pecado repetir grado? ¿la "repitencia" es delito? ¿las escuelas de excelencia son una rémora del pasado? ¿Las escuelas que buscan la excelencia son aniquiladas? Quien escribe estudió en una escuela pública que procuraba enseñar más, más y más. Que amonestaba. Que premiaba al capaz. Que marcaba diferencias entre quienes sabían y quienes debíamos esforzarnos, porque finalmente lo bueno estaba en el saber, no en la ignorancia y el que me importa. La situación admite una lectura dolorosa. Hoy el mensaje equívoco es este: como algunos no pueden no se lo enseñamos a nadie. No lo creo. Pero lo parece, se parece a ese mensaje que, de existir, no comparto. Me resisto a creer que se iguala para abajo.
El enojo de la gremialista (en una imaginaria charla) derivó en el cuestionamiento a la información real, calificada de tendenciosa, y el tema se fue por el resumidero. Sucede a diario. Cuestionar los datos no es exclusividad de algún sector. El fútbol lo padece. La salud, como negocio privado y como planificación del Estado sigue y sigue enfermándose de impaciencia, irascibilidad, prepotencia, intemperancia, inconvenientes para la vida tranquila. La economía sufre los mismos síntomas. La seguridad está en terapia, es una dolencia aguda, grave, crónica y endémica. Todo. Estamos como la nave espacial: en problemas. Tenemos problemas de salud, dinero y amor. Y desconfiamos de las informaciones, los datos, las estadísticas.
La sintomatología redunda en una: cuestionar, criticar es enemistarse. Convertirse en enemigo. Al enemigo, se acepta, no le cabe la justicia. El corazón sigue caliente, el cerebro ciego, el enfrentamiento se resuelve sin culpa. Que se embrome ¿para qué preguntó, cuestionó, para qué?
Conocer el programa es básico para cualquier tarea "organizada". La dirigente no está sola. No se manda. Requerir datos sobre la programación es indispensable. Una maestra, una profesora, no debería enojarse por el tratamiento, a la luz, de sus propósitos.
El más importante programa es el programa de gobierno. Las actitudes públicas y privadas. El ejemplo. El dinero, dónde se consigue y cómo se usa. El mensaje de afecto a la sociedad. De confianza. De credibilidad. Bajo qué idea de vida compartimos este techo. ¿Sirve para algo saber sobre la boca y el duodeno? ¿Cambia mucho nuestras vidas ignorar el sitio del píloro?
Tal vez, sólo eso, tal vez la falta de respuesta de los dirigentes aparezca porque no se cree, a quien pregunta, en igualdad de trato. ¿Quién es uno, mínima hormiguita, para preguntar sobre la enseñanza si/no del aparato digestivo, sobre los destinos de los planes trabajar, sobre los fondos coparticipables? Quién es uno. Quién. Eh. Cállese y escriba. Saquen una hoja. Tratar al semejante como alumno, como alumno deteriorado es tarea común de muchos dirigentes.
La dirigencia también da y recibe enseñanza. La más importante el patrón de conducta. Ese es el que está cambiando. Los alumnos quieren educación de excelencias y promoción sin exámenes y exámenes sin reprobados y crear los planes de estudios. Organizar los yerros, la indulgencia, el libre albedrío. Los patos le tiran a la escopeta. El piquete es la forma de peticionar.
El piquete y el periodismo cubriéndolo. El gobierno sin diálogo. El púlpito para explicarnos lo que sucedió ayer. ¿Quién dialoga con el púlpito? Nos imparten instrucciones. Nos retan. Necesitamos saber de
hoy para mañana, no de ayer para antes de ayer. El mensaje que nos llega es indivisible, inorgánico, monocorde, monocolor: peligrosamente único. Incuestionable.
No hay modo de cambiar a la señorita maestra. Todos necesitamos una. La mejor es la que explica. Cerramos los ojos y recordamos a las más buenas, las que nos abrían la puerta para ir a jugar. También recordamos a las que nos retaban. Y a las que sabían enseñar. Todavía honramos a las que nos enseñaban cuestiones que siguen siendo útiles. Lo agradecemos.
Salimos de la escuela. Eso creemos. Tal vez sea una equivocación y todavía estemos en la escuela. Con alguien que nos enseña. Sin posibilidad de reprochar, de preguntar. Esperando que el lunes, al entregarnos la nota de la prueba, leamos: alcanzó los objetivos. Un aprobado rasposo. Poco para nuestros sueños. Pesadilla para un país.
La pesadilla para un país, una de las peores, es esta: necesitar una "seño". Una sociedad de estúpidos imberbes no deja espacio para dialogar. Los alumnos nunca son adultos.
Un país de alumnos escuchando, recibiendo órdenes, no es sólo una pesadilla, que finalmente es un mal sueño. Es una ensoñación de la que deberíamos escapar. Al menos estar alerta. Para recibirnos de adultos. Que acaso no sea tan lindo como aquellos años de infancia. Crecer es un proceso irreversible. Necesario. Como que todos los alumnos sepan el aparato digestivo. Se acepte la discusión, el diálogo. Y se nivele hacia lo alto. Sin retos, sin chas chas en la cola. Sin quedarnos después de hora. Sin volver mañana acompañado de padre, madre, tutor o encargado.