Juan José Anríquez tenía 33 años y un par de antecedentes penales. Parece que la muerte lo andaba buscando. El miércoles lo habían atacado a tiros pero zafó y sólo recibió algunas lesiones en una mano. Pero el viernes lo sorprendieron por la espalda y no pudo escapar. Fue poco después de las 23.30, cuando lo acribillaron a balazos frente a la puerta de su casa de Empalme Graneros en el momento en que había salido para ir al quiosco a comprar cigarrillos. Cuatro proyectiles le perforaron la espalda y un quinto tiro le dio en la cabeza. Ayer, mientras su cuerpo era velado en la vivienda de su madre, muy pocos podían encontrar explicaciones a lo sucedido. Sin embargo, a nadie matan por ir a comprar cigarrillos y para los pesquisas el hecho tiene olor a venganza.
El barrio donde pasó toda su vida Anríquez estaba conmovido la nublada y fría tarde del sábado. Dentro de la vivienda de José Ingenieros 2691, el cuerpo de la víctima entraba en el eterno descanso sobre un buen féretro. En una pared del comedor donde su familia improvisó una pequeña capilla, un gran póster del Che Guavara todo lo mira. Pero Juan no era militante político. Su mujer llora a un costado, también su hermana y sus sobrinos. Su madre está alejada, da vueltas entre el comedor y la vereda. Ella fue la que contó todo.
Cara al piso. "Anoche yo estaba comiendo un asado en la casa de mi hermana. Cuando vine, Juanjo estaba adentro y me dijo que iba al quiosco a comprar cigarrillos o una cerveza. Salió, era tarde, y después escuché un montón de tiros, como 10", dijo Silvia B., la madre de Anríquez, con voz cerrada.
En realidad fueron siete disparos los que efectuaron los homicidas, según confiaron las fuentes policiales. Y cinco de esos tiros impactaron en el cuerpo de Anríquez: dos en la zona lumbar izquierda, uno en la región vertebral lumbar, uno en la espalda y uno en la nuca. "Quedó con la cabeza mirando a la zanja y murió ahí nomás. Cuando pude salir de la casa lo vi, una bala le vació un ojo, pobrecito, eran balas de una 9" milímetros, dijo la madre, muy segura del calibre, como quien conoce de que habla.
Juan José era remisero aunque también supo trabajar como electricista. Casado y padre de tres hijos, vivía junto a su familia en un pasillo de José Ingenieros 2693, al lado de la vivienda de su mamá, donde ayer lo velaban. "Era una buena persona", dicen en el barrio. Tanto su pasillo como la casa de Silvia son típicas viviendas de clase media y de alguna manera desafinan en ese sector empobrecido de Empalme Graneros.
Sin embargo, el muchacho andaba en algunos problemas. Sus antecedentes arrojan una denuncia por amenazas calificada registrada en el año 2010 y en abril de este año una tentativa de homicidio, dijeron los voceros de la comisaría 20ª, que investiga el hecho.
Se salvó. Cuentan en el barrio que el miércoles de la semana que termina, a Anríquez le habían descerrajado otros siete tiros: tres le dieron en la mano y todos tenían orificio de salida. Pero ante ese ataque el hombre se hizo curaciones caseras y se atendió en un centro de salud de Empalme Graneros, su barrio de siempre.
"No hizo la denuncia pero me dijo quienes habían sido", recuerda Silvia en tono duro. "El Jonita y El negro Nico", mencionó la mujer.
El viernes el hombre fue nuevamente baleado, pero esta vez los tiradores fueron certeros, fatales. Dos veces en tres días. Y en el bolsillo de Anríquez se encontró el plomo de una bala calibre 32.
La mamá de Juanjo no duda en repetir lo que le contaron: "Vinieron en una moto y le tiraron por la espalda. Fueron los mismos que la otra vez, Jonita R. y El negro Nico. Eso lo sé, no tienen más de 18 años, viven los dos en calle Olavarría al fondo, pero no los conozco", dijo la mujer.
Mientras contaba eso, un hombre que rezaba junto al muerto se alejó por unos segundo del cajón y le dijo a Silvia: "Jonita se está aguantando en una verdulería de Olavarría y Olivé". A la mujer se le achinaron los ojos y masculló: "Ahora llamo a la seccional y les aviso", pero al cierre de esta edición nada se sabía sobre detenciones y en la seccional del barrio prefirieron callarse la boca.
Amenazas. En tanto se daba esa charla, por calle José Ingenieros pasaron dos muchachos en sendas motos tipo scooter y uno de ellos miró al grupo que velaba a Juanjo Anríquez. Por lo bajo, y con sus manos, hizo el gesto de apuntar con un arma y disparar. No hubo respuestas y siguieron por la misma calle, con los motores atronando la cuadra.
Silvia B. vive hace "cuarenta años en el barrio", según contó. Y la gente del lugar la conoce muy bien. Ella misma instó al cronista de La Capital a preguntar por ella y su familia en el barrio. Aunque cuando uno lo hace, algunos vecinos tienen una versión un tanto distinta de los hechos (ver aparte).
En lo que pasó la noche del viernes también hay diferencias con la versión familiar. "Parece que venía caminando El nego Nico (con quien Anríquez había tenido problemas hace un tiempo), Jonita y un tal Miguelito que les hacía el aguante en una Honda Twister roja. Le tiraron como si lo hubieran estado esperando. Antes, él había discutido con su madre, y dicen que que al escuchar los tiros Silvia se metió en el baño y recién salió al rato. A él lo encontró su hijo de 14 años, que tuvo que saltar por los techos por que estaban todas las puertas cerradas". Eso es lo que cuentan en el barrio los testigos sin nombres ni apellidos.
Las muertes siempre son sorpresivas, aunque se esperan en algún momento. En este caso, alguien que es baleado dos veces en tres días sabe que vive en horas de descuento y los por qué de esa situación. Tal vez eso fue lo que pensó Juan José Anríquez cuando el fuego de cinco disparos invadió su espalda.