El clásico está a la vuelta de la esquina y la previa comienza a desandarse. Y con ella el desafío colectivo de exhibir que hay una sociedad que quiere que todo transcurra en paz. Esa sociedad normal que sabe que se trata de un partido de fútbol, que por más importante que sea, entiende que hay vida más allá de Newell's y Central. Y que en definitiva si algo comprende es que el orgullo de pertenencia se forja gracias a la existencia del otro. Como así la imperiosa necesidad de competir para crecer con la alegría que fluyen de las victorias y con la tristeza que generan las derrotas. Pero ambas sensaciones contextualizadas en un simple hecho deportivo. El que destaca el coraje para admitir el resultado con grandeza. Afilando su ingenio para luego intercambiar con sano humor ese folclore bien entendido, ese que es propio de una comunidad que se funda en la tolerancia y convivencia.
Puede parecer una quimera plantearse un clásico normal cuando los mercaderes de la muerte quieren imponerle a Rosario tiempos de terror. Pero esos brotes violentos justamente están vinculados a los intereses espurios que también jaquean al fútbol, porque la ilegalidad encuentra sus espacios de acción en las diferentes estructuras, también en la organización futbolística, donde dispone de un escenario propicio. Razón por la cual la lucha es una sola. Y esa sociedad que pretende un Central-Newell's normal es la que aún resiste con estoicismo los embates cotidianos de ese sector delictivo que también abreva en este deporte.
Es la misma mayoría ciudadana que anhela que esa tendencia política de vaciar los estadios para garantizar la seguridad comience a revertirse, porque en vez de aislar al público quienes deben estar aislados son los delincuentes, los que más allá de los derechos de admisión continúan ingresando a los estadios con total impunidad, como también sucederá con la tan promocionada AFA Plus, porque el problema no es el sistema que se utilice, sino quienes están a cargo de los mismos como también quienes deben controlarlo.
El gobierno nacional y la AFA determinaron vedar el ingreso al público visitante, decisión que exhibe la debilidad de las políticas de seguridad o directamente la carente vocación por erradicar el problema. Es más, se disputaron partidos a puertas cerradas, incluso en Santa Fe (como el último Unión-Colón), idea que aún gira por algunos despachos con relación a este clásico rosarino del próximo domingo, iniciativa fundada más en especulaciones políticas que deportivas. Por eso, por ahora, el domingo al Gigante sólo podrán acceder los socios de Central.
Es cierto que el atentado al gobernador de la provincia, Antonio Bonfatti, más otros episodios atravesados por una violencia inusual abren un abanico de conjeturas y ponen a la capacidad de asombro al límite de lo imaginable. Pero también es verdad que están las buenas acciones, las que ayudan a imaginar un futuro mejor. Como el clásico disputado la semana pasada en una canchita de barrio Triángulo, donde tiempo atrás había un quiosco de drogas, con la presencia de varios jugadores canallas y leprosos, como así la constante prédica de los referentes de ambos planteles, y fundamentalmente la decisión de una mayoría que quiere recuperar un clásico para todos.
Acciones a la que se le agrega el reciente dictamen del juez Javier Beltramone, en donde detalla y describe la matriz de negocios y violencia que configura una barra brava, estructura que se replica sistemáticamente en la mayoría de los clubes del fútbol profesional e incluso amateurs, donde si bien determinados aspectos forman parte del conocimiento general, la novedad estuvo dada en que al fin un magistrado lo incluye en un texto judicial, algo que tantas veces fue soslayado e ignorado en otras causas.
Entonces, si en esta ocasión los diferentes poderes convergen en la firme decisión de intentar erradicar la corrupción estructural de los diferentes organismos para avanzar en la lucha contra el delito, el fútbol también comenzará a sanarse. Y en ese contexto el clásico rosarino será para todos. Por lo que la ciudad recuperará ese símbolo de identidad que en la sociedad de Rosario formatea ese orgullo de pertenencia inigualable.
El clásico del domingo debe ser el punto de partida de un porvenir sin violencia ni temor. Es un derecho que se debe garantizar.