A sus 61 años, Ron Wood, guitarrista de los Rolling Stones, cuenta su vida en un
libro en el que muestra que sus recuerdos han sobrevivido, milagrosamente, al alcohol y las drogas,
y en el que confiesa que los miembros de la banda de rock más grande del mundo se sienten a menudo
"prisioneros en una cárcel de oro".
"Memorias de un Rolling Stone", de la editorial Global Rhythm Press, es el
título bajo el que Wood rememora su vida, la de alguien que nació en una familia de "gitanos
acuáticos" del Támesis y que ha llegado a lo más alto en sus dos pasiones: la música y la
pintura.
Wood cuenta cómo la música, el alcohol y la afición al desmadre forman parte de
sus genes: a su padre, que no iba a ningún sitio sin su armónica, lo encontraban a menudo durmiendo
la borrachera sobre la huerta de la casa.
Ganó su primer dinero como auxiliar de una carnicería o pintando letreros,
mientras trataba de seguir las aficiones musicales de sus hermanos mayores.
Una tabla de lavar fue su primer instrumento y el escaparate de una tienda uno
de sus primeros escenarios. Pero creció en una Londres en plena revolución del rock and roll, en un
momento en el que era fácil cruzarse con todos los que poco después se convertirían en los grandes
del género.
Formó parte de otras bandas y tuvo la suya propia, los Faces, antes de
convertirse, oficialmente en 1976, en miembro permanente de los Rolling Stones, con quienes dejó
atrás las penurias de giras en furgonetas desvencijadas y se abría a un mundo de aviones privados
"con chicas desnudas corriendo por los pasillos" y de giras mundiales en las que sus Satánicas
Majestades se sienten como "un circo ambulante".
"Sin la familia me hubiera vuelto loco", cuenta Ron Wood, cuyos recuerdos sirven
para dar pinceladas de un sinfín de personajes. En una ocasión, por ejemplo, John Lennon y Yoko Ono
llamaron a la puerta de su habitación de hotel en Nueva York y, nada más entrar, el beatle le dijo
a su mujer: "¡Tú a lo tuyo!". Así que ella se dirigió a una silla en un rincón y se puso a tejer,
mientras el cantante le preguntaba a Keith Richards: "¿Cual es la droga del día?". Era la
heroína.
Rod Stewart, Jeff Beck, Bob Dylan, Eric Clapton, Tony Curtis —que le
regaló "las botas de vaquero que llevaba mientras coqueteaba con Marilyn"—, o Bill y Hillary
Clinton, entre una larga lista en la que no faltan narcotraficantes, han formado parte de la vida
de Ron Wood, que ha saltado varias veces del lujo a la bancarrota.
El y Keith Richards han sido, según cuenta, los más infieles de la banda, aunque
nunca se han cambiado la sangre, tal y como el segundo contó a un periodista hace años. Lo que sí
utilizaron para desengancharse es el electroshock.
Por más drogas que haya consumido, su verdadero problema ha sido el alcohol, que
lo ha obligado a la lucha más dura de su vida. En 2002, con "Forty Licks", hizo su primera gira
"completamente sobrio. Estaba limpio, pero también asustado", dice.
Sus habitaciones de hoteles ya no son un descontrol, sino un lugar en el que,
tras los conciertos, se sienta a ver series de televisión (es fanático de "CSI") y a aislarse
durante las giras en las que "estamos rodeados constantemente por férreas medidas de seguridad" y
"la gente nos persigue por todas partes".
"He vivido la mayor parte de mi vida en una cárcel de oro, así es como se siente
uno cuando está de gira con los Stones. Tenemos todos los privilegios asociados a la fama, pero
desde dentro se ve como un lugar de muros muy altos".
Wood termina su libro asegurando que no está acabado y que la banda "volverá a
salir de gira. Siento que todavía nos queda mucho que ofrecer y no veo razón para tirar la toalla
mientras sigamos dando conciertos tan honestos como fabulosos". Además, tiene planes, incluso para
"activar una diminuta bomba de relojería que se aloja en mi cabeza", escribir una novela.