Con gran elenco y una sobria pero expresiva planta escénica el teatro El Círculo junto a la Opera de Rosario presentó el segundo título operístico de la temporada: "Rigoletto", de Giuseppe Verdi.
Con gran elenco y una sobria pero expresiva planta escénica el teatro El Círculo junto a la Opera de Rosario presentó el segundo título operístico de la temporada: "Rigoletto", de Giuseppe Verdi.
Desde su estreno, la trágica historia del bufón del duque de Mantua ha quedado establecida como una de las más grandes óperas que creó el genio de Verdi. Los profundos dramas morales que la ópera plantea la hace de vigencia permanente, tan actual hoy como resultó en 1851, año en que se estrenó.
El crecimiento de Verdi como compositor se nota en la ruptura con la tradición belcantista tradicional italiana, dado que cuenta una historia insólita para los escenarios operísticos decimonónicos, necesita una estructura nueva y música revolucionaria y, claro, voces de altísimo rendimiento, tanto en lo técnico como en lo actoral.
El elenco escogido para esta producción no mostró fisuras. El rol de Gilda fue asumido por la soprano Laura Polverini, dueña de una bella voz y sutiles matices, como se la vio en "Caro Nome", donde exhibió su solvencia dramática y musical. Coloratura segura en las notas altas, exquisitos pianissimos y depurada técnica en todas sus intervenciones, en especial, durante el dúo con el Duque y el gran dúo con su padre al fin del Acto II.
El duque de Mantua es un papel sumamente gratificante para el tenor, sabe que Verdi le regala momentos grandiosos y muy bellos como "la donna e mobile". Con el cantante adecuado se puede salvar toda la velada. Juan Carlos Valls, es un gran intérprete para este rol, dueño de poderosos agudos y la capacidad de mostrar la belleza de la línea melódica, mantuvo toda su actuación en un alto nivel. El dúo con Gilda es impecable y con los agudos requeridos. Jugó siempre su personaje entre el gobernante amoral y el lujurioso empedernido haciéndolo creíble.
El papel de Rigoletto es el rol soñado para los grandes barítonos, es una joya desde todo punto de vista, de hecho hay cantantes que se han especializado en este personaje transformándose en verdaderos referentes como es el caso de Leo Nucci.
El joven barítono Ernesto Bauer, que estrenó ese rol el año pasado, supo unir muy bien tanto voz como la actuación. El aria donde Rigoletto se compara con el sicario Sparafucile ("¡Somos parecidos!") fue un intenso momento de parte de Bauer; también el dúo entre él y Gilda, su hija, lo jugó con intensidad y emoción.
El gran momento en que Rigoletto debe extraer lo más sutil de su arte es la escena "Raza maldita de cortesanos", allí el personaje increpa, insulta, suplica y finalmente llora pidiendo por su hija, y fue allí donde Bauer logró credibilidad escénica. Hay que dejar en claro que estamos antes un cantante que encara su arte con seriedad y responsabilidad, y seguramente irá perfeccionado este gran rol verdiano. En síntesis, escuchamos un buen Rigoletto.
La mezzosoprano rosarina Anabella Carnevali, en el papel de Maddalena, muy convincente con buena desenvoltura escénica, bien en el cuarteto "Bella figlia del amore", del tercer acto. El bajo Lucas Debevec Mayer, un gran Sparafucile, aportó su voz y experiencia actoral creando un sicario tenebroso y creíble. Párrafo aparte merece el Coro de la Opera de Rosario que ha demostrado una muy buena performance en una partitura que les permite momentos de lucimiento, pero hay que agregar su participación activa y muy efectiva en el marco dramático diseñado por la dirección escénica.
El director Carlos Vieu, gran especialista en óperas, dirigió con personalidad, atento al estilo verdiano y la orquesta respondió con leves altibajos que no alteraron el correcto resultado final.
La dirección escénica de Pablo Maritano fue ajustada y con momentos de gran belleza, como los claroscuros de la apertura del acto I y del Acto II, que parecen remitirnos a la pintura de Caravaggio.
La visión de un marco opresivo que encierra a sus personajes en medio de un mundo gris sólo parece mitigarse en las estancias del duque, la horrorosa belleza del mal. La escenografía de Nicolás Boni es funcional, ascética y sumamente efectiva en la correlación de oscuridad interna de los personajes.
El público llenó las instalaciones de El Círculo reaccionando con pasión y fervor a esta obra maestra de Giuseppe Verdi, que continúa aún hoy, en el siglo XXI, tocando las fibras más íntimas del ser humano.
Por Facundo Borrego