Unos cien jóvenes resistieron ayer con música y malabares el desalojo de una casa ocupada en Ovidio Lagos 1237, donde desde hace un año sostienen un centro cultural autogestionario y gratuito. Ayer al mediodía la postal era muy peculiar: apostado frente al inmueble se veía un fuerte despliegue policial (un camión y una camioneta de la Guardia de Infantería, más otros dos móviles), mientras en la vereda les hacían "el aguante" a los moradores de la casa una gran cantidad de chicos, buena parte de ellos artistas callejeros. Una pila de bicicletas tabicaba la puerta y desde la terraza los okupas sostenían sus carteles de rechazo a la medida judicial, que les notificó ayer sin previo aviso un oficial de justicia. Finalmente, consiguieron una prórroga para el desalojo hasta el 3 de septiembre.
La movida —organizada fervorosamente por mensajes de texto y desde las redes sociales— fue reclutando apoyos para resistir hasta donde se pudiera el desalojo de Casa Pirata, así la llaman, y oponer presencia civil a tanto uniforme.
De hecho, los jóvenes no se cansaron de relatar que hace un mes ya habían recibido una "inesperada visita" de policías de la seccional 6ª, "que ingresaron violentamente y se llevaron a varios pibes detenidos". Según denunciaron, ya en la comisaría los desvistieron y los mantuvieron encerrados durante una hora y media sin decirles por qué.
Eso no fue todo. "Se llevaron todo lo que encontraron a mano: una computadora, cámaras de fotos, plata y hasta un tarro con 30 pesos en monedas juntadas con malabares en las esquinas", contaron. Así, no fue de extrañar que se escuchara mucha bronca contra la policía.
Pero de hecho ayer la situación fue diferente: según contó la abogada Carolina Biazzi, que intervino como asesora de los jóvenes, desde el Juzgado Correccional 9ª se emitió una sentencia de desalojo de la casa, propiedad de Roberto Orlowski.
Después de la llegada del oficial de justicia, comenzaron los tire y afloje para lograr un compás de espera, algo que a media tarde Biazzi y un representante legal del dueño lograron firmar en sede policial.
La abogada contó que se otorgó un plazo de 19 días, hasta el 3 de septiembre, para que los jóvenes abandonen la propiedad. Algo a lo que ya se comprometieron, dijo, para lo que buscarán un lugar alternativo donde mudar el centro cultural.
Tras los muros. Desde la calle la vivienda se ve casi totalmente vallada con carteles publicitarios, pero apenas se traspone el umbral aparece un interior prodigioso, gracias a que sobre las paredes los jóvenes pintaron murales, encalaron espejos, reemplazaron vidrios rotos por sugestivas placas de tomografía e intervinieron cada rincón.
En la cuadra contaron que, antes de su llegada, el inmueble llevaba "años" desocupado y había ido deteriorándose cada vez más. "Los yuyos eran tamaño hombre y estaba lleno de ratas", dijo Sergio, el vecino lindero, quien elogió la movida de Casa Pirata y recordó que en usurpaciones anteriores sí tuvieron problemas, por ejemplo de robos.
Lo cierto es que ayer, después de que se fuera la policía, adentro todo se veía impecable: una salita de teatro, el vestidor, otros cuartos para talleres gratuitos (de malabares, tela, música, canto, acrobacia y trapecio, entre otros), un living, la cocina, los baños, cada cosa prolijamente señalizada.
"Es un lugar abierto para quien quiera entrar", sintetizó Martín Alarcón (22), uno de los artistas callejeros, y detalló que "aparte de la gente que pasa, va a aprender y a enseñar, en la Casa Pirata viven unas 13 personas, entre ellas una mujer embarazada de 5 meses.
"Defendemos el espacio cultural, no el objeto casa", afirmó otro de los chicos. "Nuestra intención no es quedarnos con los lugares, sino activarlos cuando están desocupados", explicó.