Toda la sociedad forma a los maestros que le enseñarán. Un maestro no es solo producto de la formación recibida en un profesorado: aprende también de la educación recibida en los años previos, en contacto con los valores imperantes en su sociedad y en diálogo íntimo con sus propios docentes.Un maestro pone en juego su conocimiento específico, pero también su cuerpo, su singular mirada sobre la realidad, su curiosidad y su paciencia. Debiera ser formado del modo en que se pretende que enseñe: si un Ministerio desea formar a un trabajador democrático debe valorar su palabra, si desea capacitar dentro de métodos activos debiera buscar los modos de transmitir en esa frecuencia.
A los efectos de la formación los diseños curriculares son haces de luz que seleccionan y señalan pautas para iniciar el estudio de determinados temas. Estudiar contextualizando, aprender en términos de problemáticas, incorporar conocimientos entendiendo por qué son claves y romper la fragmentación de la currícula es muy necesario para comprender una realidad que se presenta como una totalidad contradictoria.
Comunicar ese vínculo teoría/práctica, ese diálogo imprescindible, esa pasión por comprender es lo que invita a los estudiantes a tratar a su vez de hurgar en nuevas respuestas.
Un Analista. Un maestro es un analista que piensa desde la acción: construye respuestas instantáneas para solucionar demandas, porque treinta alumnos en una clase pretenden ser escuchados, dar a conocer sus trabajos y que se los aprecie.
Un docente es un trabajador singular cuyas herramientas son pocas pero valiosas: su conocimiento específico, su amor al arte, su interés por la ciencia, su cuerpo y su experiencia. Emplea como herramientas la mirada sensible y la voz que llega al fondo de un salón, donde el último chico se duerme porque a la noche fue a cartonear con su papá.
Un maestro también emplea como herramienta la ternura. Consigue ternura de donde ya no le queda, y busca encender la curiosidad cuando todo parece dicho. En breves frases convierte el salón en la batalla de San Lorenzo con héroes que reviven procesos colectivos, trayendo el pasado al presente y actualizando mundos lejanos en el breve espacio de un aula. Lucha contra gigantes, como el hambre o la tristeza, y los enfrenta sólo teniendo en sus manos lápices chiquitos y tizas con las que libra la batalla de las palabras. A veces pierde, otras empata. Sólo algunas veces logra percibir que algo suyo está allí en ese otro que, ya mayor, viene a saludarlo, o le escribe una cartita o lo reconoce por la calle.
Un maestro es muy importante en su salón, aunque al volver a casa lo esperen los platos del mediodía, los sueños que no concretó para él, y los hijos que necesitan de su afecto cuando ya está cansado de dar y dar.
Porque ser maestro o profesor es siempre dar y para dar hay que tener. Ganas, sueños, libros en casa, maravillas, palabras. ¿Podemos explicarles al gobierno y a los padres esto? ¿También que sin el acceso a la cultura no tenemos para dar, que sin salario digno algunos sueños quedan grandes?
El hacedor. Un docente trabaja de hacedor de otros hacedores, porque es un trabajador que forma futuros trabajadores.
Un "maestro pueblo" pasa cultura entre caminos zigzagueantes de letras y penas, bellezas y lugares establecidos. Intenta mezclar, como barajas nuevas, los papeles que la sociedad asigna a los chicos, rompiendo las fronteras que predicen el camino de cada uno y buscando, en una escenografía que no lo acompaña (la del aula y la de la calle), aquello que no existe aún pero que un día deberá venir.
Por todo esto, se necesita un pueblo entero para formar a los maestros. Y es necesario comprender las vicisitudes de su difícil tarea, acompañarlos en sus esfuerzos, sabiendo mirar por todos los hijos y no sólo por el propio. Darles una mano para que todos nuestros hijos tengan derecho a aprender.