Durante la ultima década hemos asistido a un incremento sustancial en el uso y acceso de las Tecnologías de Información y de la Comunicación (TICs), que nos permiten y facilitan el acceso a información, contenidos, creatividad y en general facilitan la comunicación y la llegada de los mensajes en diversas formas.
La masificación de las PCs de escritorio, las notebooks, las netbook, sumada a la masificación y abaratamiento de los celulares de alta gama, smartphones y tabletas y otros dispositivos TICs, nos permite, hoy más que nunca, tener el mundo en la mano. Agregado a ello, como ensamble y en forma complementaria que hace y contribuye a la herramienta TICs, ha aparecido un vasto número de aplicaciones que facilitan la comunicación y la puesta a disposición de información de diversa índole: Facebook, Twitter, Line, Whats App, Sonico, Blogger, Linkedin, internet en general.
Tanto las herramientas TICs en sí mismas, como las aplicaciones, han tenido fuerte impacto en la comunicación y en la forma de comunicación interpersonal. Hoy más que nunca, como alguna vez señaló Marshall McLuhan, el medio es el mensaje. No es lo mismo un mensaje o una comunicación dada por Twitter en no más de 140 caracteres, que una información dada por Facebook, con fotos, con extensión. No es lo mismo una videollamada por Skype que un simple mensaje vía SMS. El medio condiciona severamente el mensaje.
Sin embargo, la masificación de la TICs y las herramientas no ha venido acompañada de una masificación en la educación del uso de las mismas. No hay exactamente una conciencia sobre el uso racional de las herramientas a las que referimos, ni tampoco de las aplicaciones. Como sostuvo en algún momento Carl Sagan, en un mundo dominado por la tecnología, donde la mayoría sabe muy poco sobre el uso de la misma, es la antesala de un infierno.
No se trata sólo de la invasión constante a la privacidad que implica tener el smartphone todo el día encendido, noche incluida, con llamadas entrantes, mails, mensajes, whats app, etcétera, de asistir a un cine y escuchar 10 teléfonos sonar y ser atendidos en apenas un hora y media, de los bares abarrotados de jóvenes y no tan jóvenes que no escuchan a quien está al lado sino que prestan atención a sus pantallas, o de asistir a una clase universitaria y ser interrumpido entre 3 y 10 veces por los llamados de los teléfonos de los alumnos o del mismo profesor. Esa invasión parece consensuada, casi aceptada, y el cartel de no usar celular es casi tan inútil como lo era el viejo cartel de prohibido fumar.
Se trata también de la grosera exposición pública de las vidas a las que cada uno de los usuarios de Facebook, Twitter y otras aplicaciones y herramientas se expone en forma cotidiana.
Educamos a nuestros hijos y nosotros mismos hemos sido educados en la idea de la intimidad, en la idea de que hay ciertos ámbitos que no exponemos, ciertas cosas que reservamos para nosotros, nuestra familia o nuestro circulo más íntimo. Nos vestimos para salir a la calle, incluso en el calor agobiante, vestimos a nuestros hijos, le pedimos que tengan cuidado aquí o allá. Marcamos los límites de lo personal y lo interpersonal.
No tenemos esos límites a la hora de usar las TICs, en especial las herramientas que nos brinda internet. Son demasiadas las personas públicas y privadas que exponen sus vidas en forma completa, cuentan sus miserias y sus alegrías en la red, sin descontar un ápice, sin censurar el menor detalle, lo que las (nos) subsume en una vorágine desenfrenada para ver quién puede dar más detalles de la vida privada real en su vida virtual. La vida virtual pasa a ser un reflejo completo, exacto, una radiografía de hábitos, consumos, gustos, disgustos y placeres de la persona expuesta. No reparamos en que internet es una ventana al mundo y que las redes sociales se mueven por el concepto de viralidad, el mismo concepto que sirve para explicar cómo se extiende la gripe. Curioso que todos sepamos qué pasa con la gripe y cómo se contagia, pero que no sepamos que eso mismo pasa con la información.
Quedan así expuestos adultos, jóvenes y niños. Estos últimos porque usan la tecnología de manera directa, porque antes de los 10 años cuentan con un teléfono y una cuenta de Facebook, aunque difícilmente saben todas las tablas o puedan leer un texto de corrido o hayan leído un libro completo en sus breves vidas. Indirectamente porque sus padres o progenitores se encargan (nos encargamos) de dar a conocer su status virtual dentro de la familia. Han sido atrapados por la tecnología antes de estar advertidos de la misma.
Y, más temprano que tarde, la exposición a las que nos sometemos o sometemos a nuestros hijos es como la ola que vuelve contra nosotros y nos toma mal parados. Nunca pensamos que la ola pudiera ser tan refractaria. Ya no podemos borrar nuestras cuentas, no podemos deshacer lo mensajes, dejamos de ser privados y aunque queramos no podremos más ser privados nuevamente. Ya no podemos desetiquetar las fotos, ni borrarlas, ni desaparecer del grupo al que tan alegremente nos suscribimos, ni dar de baja nuestro perfil de Facebook, ni borrar nuestros mensajes de Twitter. Y esa misma información que subimos es la base sobre la cual exponemos nuestra privacidad, nuestra seguridad y nuestra dignidad, entregando todos esos bienes por nada.
Ahora, sobre la misma información que brindamos, vemos que se arma el perfil por el cual nos acosan, la simple broma escolar se replica al infinito por la viralidad de la redes y nos encontramos con bromas escolares que traspasan aulas, ciudades, países y fronteras.
Necesitamos prevenir la divulgación indefinida de información. Necesitamos educar en el uso racional de las tecnologías.
Debemos ser conscientes y concientizar sobre el uso de las tecnologías, las redes, las TICs, internet, para evitar que las mismas nos absorban y pasemos a ser simples zombies virtuales.
Ezequiel Zabale / Abogado, analista de sistema, docente universitario.