El año de las crisis pero también de los descubrimientos. En términos de
historia reciente, pocas veces como en 2008 la política y la economía se entrelazaron con tanta
intensidad. Y pocas veces desafiaron tanto paradigmas y relatos. No estrictamente en cuanto a
verificarlos o refutarlos tajantemente, sino en términos de adecuarlos a la dinámica de la realidad
argentina esta primera década del nuevo siglo.
Está claro que la duda es la jactancia de los intelectuales pero las exageradas
certezas, los manuales ideológicos incuestionables, los prejuicios, la ignorancia y el
«ombliguismo» contribuyeron a generar históricos derrapes este año. La derrota en el conflicto por
la resolución 125 le costó al gobierno —como se ve en el armado de las listas para el año
próximo— mucho más que la enajenación de buena parte de su capital político. Puso a uno de
los programas políticos más audaces y ambiciosos de los últimos tiempos al borde de la pérdida de
identidad.
No es una buena noticia, tampoco una condena. La fortuna es mujer, como dijo con
bastante incorrección política Maquiavelo, y a veces el príncipe tiene que forzarla. La política es
conflicto y el conflicto obliga a actuar sin resultado asegurado. Es lo que hizo Néstor Kirchner
durante gran parte del año y hay que reconocerle la audacia. Pero también es cierto que nunca supo
a qué se enfrentaba o al menos la dimensión que podía adquirir ese oponente que más que uno se
transformó en un colectivo poco encuadrable.
El aumento de las retenciones de marzo pasado no fue sino la profundización de
una política histórica del gobierno con el campo que encontró un límite. No importa tanto el
fundamento. Importa que el gobierno fue a la batalla sin saber a qué se oponía. Sin saber que
detrás de la línea había oligarcas, golpistas, avaros, paquetes, traidores y oportunistas pero
también muchísimos actores políticos, sociales y económicos que no necesariamente entran en esas
calificaciones y que, por el contrario, expresan un mundo de relaciones complejas, y
contradictorias, con anclaje territorial además de ideológico. Este entramado, con criterios muchas
veces prepolíticos. pusieron en juego la relación entre Nación y provincias y reavivaron tensiones
sociales y económicas.
Como dijo Marc Bloch, la historia tiene continuidades, pero no se repite. Los
manuales del pasado le jugaron una mala pasada al gobierno en el combate del presente pero también
a los líderes mediáticos y en muchos casos efímeros de la protesta del interior, que embriagados
por movilizaciones nunca vistas, no dejaron de hacer nunca una de más, hasta terminar en un
patético revival de las protestas sobre fin de año, que nadie acompañó.
Provincias y Congreso
La fase aguda de la crisis financiera internacional operó también como un
revulsivo. En la política local, hizo converger peligrosamente los conflictos sectoriales y
laborales, una realidad que sería bueno el gobierno supiera leer este vez, despojándose de
discursos maniqueos y acercándose sin prejuicios a la matriz estructural de cada región para evitar
análisis sesgados.
Esta debacle externa fue una oportunidad para Cristina, pero también un desafío
para el pensamiento económico. No es novedad que el Estado se haga cargo de hacer funcionar el
capitalismo. En el siglo pasado medio mundo revistaba en el socialismo real. Es más novedoso quizás
que parte del arsenal de herramientas de esa época fuera aclamado por los denostadores del Estado
como la única solución. Pero más incierto aún es el tenor de estas intervenciones, y frente a una
crisis inédita, ver hasta qué punto tiene que llegar lo público para sostener la economía.
El Estado presente
El gobierno argentino fue pionero en asignar un rol preponderante al Estado.
Empezó con Aerolíneas, siguió con las AFJP. Pero limitar el progresismo a la intervención estatal
por sí misma también es un dogma peligroso. La realidad ya derrumbó esa ruta como una opción para
convertirla en la única salida. Lo que queda por discutir es si es posible que esa participación no
pueda ser escrutada socialmente y si debe limitarse a levantar los muertos del sector privado.
Este año fue de revisiones y descubrimientos. Con distinta intensidad hubo nuevas caras para
conceptos tradicionales, como el campo, las provincias, el Estado, la política, el Congreso, los
impuestos. Es probable que en 2009 esta rediscusión se intensifique. Y ahí se verá si el debate
intelectual está a la altura.