Islamabad.— Poco después de la llegada a Pakistán de la secretaria de Estado
norteamericana Hillary Clinton, un poderoso coche bomba estalló ayer en un mercado de Peshawar, en
el noroeste del país, dejando al menos 100 muertos y 200 heridos. Según las autoridades, se trata
del peor atentado registrado en Pakistán en los últimos dos años. Entre los fallecidos hay 19
mujeres y 11 niños. Apenas unas horas antes, los combatientes talibanes mataron a seis trabajadores
de la ONU en una casa de huéspedes de Naciones Unidas en Kabul, la capital de Afganistán. Otras
seis personas murieron durante el ataque.
Los datos de los últimos meses son irrefutables. Afganistán y Pakistán parecen
precipitarse irremediablemente hacia el caos. Todos los intentos de la comunidad internacional de
dar un giro al rumbo de los dos países vecinos no han dado frutos. La nueva estrategia "AfPak" del
presidente estadounidense, Barack Obama, presentada en la primavera boreal, ya está siendo
revisada.
Relaciones rotas. Al enviado especial de EEUU para Afganistán y Pakistán,
Richard Holbrooke, se lo considera un hombre desafortunado. Al parecer, ha roto con el presidente
afgano, Hamid Karzai.
En las pasadas semanas, Holbrooke, al que se describe como una persona poco
sensible, no se dejó ver por Kabul pese a la crisis que ha desatado el fraude masivo detectado en
la primera vuelta de las elecciones presidenciales del pasado 20 de agosto.
El enviado especial de la ONU, Kai Eide, habló ayer de "un día muy oscuro para
Naciones Unidas en Afganistán" tras la muerte de sus compañeros. Nunca antes la misión de Naciones
Unidas en Afganistán (Unama) había sido el blanco de un ataque tan masivo y directo a manos de los
talibanes.
A pesar de que hay soldados armados estacionados en la sede de la Unama en Kabul
tras haber recibido amenazas terroristas, nadie había imaginado que se produciría un ataque contra
una residencia en la capital afgana.
Aunque las residencias en Kabul —en las que se alojan numerosos
extranjeros por un tiempo limitado cuando están en misión— están protegidas por guardias,
poco pueden hacer éstos con sus viejos fusiles automáticos Kalashnikov frente a un comando de
suicidas talibanes.
Para los combatientes extremistas, Naciones Unidas perdió hace tiempo su
neutralidad. A los ojos de los insurgentes, la ONU es cómplice de EEUU. La ONU se implica
activamente en el proceso democrático en Afganistán, que los talibanes, que exigen un emirato
islámico, quieren frustrar a toda costa.
Siempre bajo amenaza. El fin de semana los insurgentes ya habían advertido a
todos los extranjeros y afganos que su participación en la segunda vuelta de las elecciones
presidenciales, el 7 de noviembre, los convertiría en objetivos.
Lo que los talibanes logran transmitir a ambos lados de la frontera, pese a los
100.000 soldados extranjeros estacionados en Afganistán y pese al gigantesco aparato militar en
Pakistán, es que los gobiernos no pueden proteger a la población. Nadie puede sentirse seguro, ni
en un hotel, ni al hacer las compras, y menos aún en un centro electoral.
Nada da resultado. En Pakistán hace tiempo que el terrorismo llegó a las
metrópolis. La prueba más reciente de ello es Peshawar. Ahora el ejército de la potencia nuclear
tiene que hacer frente a las consecuencias de no haber combatido en los últimos años a los
talibanes con contundencia.
La ofensiva a gran escala iniciada hace casi dos semanas por las tropas
paquistaníes contra los talibanes en la región fronteriza con Afganistán puede que se sustente
sobre una base más sólida que operaciones anteriores en la zona, que a menudo desembocaron en
controvertidos acuerdos de paz, pero casi nadie cree que la operación vaya a poner fin a la
creciente amenaza.
Las declaraciones del ministro de Exteriores paquistaní, Shah Mahmood Qureshi,
dirigidas a los talibanes al término de un encuentro con Clinton, casi denotaban impotencia. "Están
a la fuga y lo sabemos", dijo. Los talibanes, en cambio, cuentan con que en algún momento Occidente
abandone resignado la región, y que entonces puedan hacerse con el poder.