Algunos dicen que todos somos reemplazables. Y va ligado a que nadie es imprescindible. Latiguillos que están en el inconsciente colectivo y parece que ni vale la pena revisarlos. Aunque, claro, la tele es otra cosa. En ese mundo virtual que es la pantalla chica, y por el que muchos darían todo (¿la vida?), se comprueba día a día que los que sacaron pasaje de ida a lo sumo pueden disfrutarse en los programas de archivo. O sea, Alberto Olmedo es inimitable, qué decir de ese estilo único de Fidel Pintos, ambos paladines del humor desde los tiempos del blanco y negro. Más acá, y ya en el rubro de conducción y periodismo de autor, cuesta reemplazar a Adolfo Castello. Pero si hay alguien a quien no se lo pudo empardar, ése es Jorge Guinzburg. Pasaron más de dos años de su adiós, y su informalidad quedó sin mañana.