Una tarde de verano de 2013, Leo Graciarena me contó la historia de Norma Bustos. Y decidí escucharla.
Una tarde de verano de 2013, Leo Graciarena me contó la historia de Norma Bustos. Y decidí escucharla.
Poco más alta que yo, curvas generosamente femeninas, despojada de ropa y maquillaje. Una cola de caballo envidiable. Piel acariciable. Impronta amigable.
La exactitud de sus gestos y palabras impedía entender otra cosa más que su clamor por justicia. Un relato alejado de venganza, extremadamente desgarrador. Y, sobre todo, un relato en el que cada uno de nosotros —vos y yo—, podíamos identificarnos.
A Norma le asesinaron a su hijo, Lucas. Hijo único, para conocer más de cerca la crueldad a la que fue sometida.
Su esposo ni siquiera tenía fuerzas para un insulto o un escupitajo. Su hermana la amparaba. El padre de Norma murió tras estar enfermo el mismo día del sepelio de su nieto. "No lo pudo soportar", dijo ella.
Ya no tenía el emprendimiento familiar de pizzas caseras. Y contaba detalles de cómo cocinaban con Lucas y luego las vendían en ferias. Su esposo supo trabajar en Tirsa hasta la llegada de la flexibilización laboral.
Querían un barrio más tranquilo, sin violencia. ¿Por qué huiría si los delincuentes eran los otros? ¿Por qué cedería ante las reiteradas amenazas y balaceras desde que decidió denunciar a los asesinos?
Sus hermanos la ayudaron con un kiosco. Hicimos algunas cosas en común, pocas. Seguramente como otros. Seguridad Comunitaria también la escuchó y la acompañó con una de las trabajadoras sociales del distrito sur.
Hace unos meses la reencontré. "¿Te acordas de mí?", me preguntó. Me alegré de verla. Nos saludamos cálidamente. Estábamos en el operativo que la Nación había organizado en la zona sur para acercar derechos a ciudadanos. Era la siesta de un sábado caluroso y había ido a retirar los anteojos que le había recetado uno de los oftalmólogos. Era la certeza que seguía en el mismo puesto de lucha que había elegido.
Contó que su esposo había fallecido. Y la volví a abrazar.
Norma vivía a cien metros de la casa de los hermanos Damario, los asesinos de Lucas Espina, su hijo.
Ella nunca tuvo custodia. Y merecía ser cuidada y custodiada.
El Estado no la vio. La policía no la vio. El gobierno provincial no la vio.
Resisto las muertes anunciadas como ésta. Norma Bustos merecía presenciar el juicio por el asesinato de Lucas. Será difícil que alguien haga justicia por toda su historia, por su asesinato y el de su hijo. Por tantos hijos y tantas madres.
Será difícil olvidar, entre tantos ojos ciegos, los suyos, de un negro azabache que sólo pinta la tristeza de las injusticias.
Tantos ojos ciegos deberían, tardíamente, pedir perdón.
(*) Concejala de Rosario - Frente para la Victoria