El cabello de Barack Obama refleja sus seis años de mandato: ha perdido color y se ha tornado gris, evolución de una presidencia que generó euforia y que ahora produce decepción. El fin de semana fue noticia que un candidato del Partido Demócrata al Senado quisiera compartir espacio con el presidente de los Estados Unidos, escondido por los estrategas de su partido durante la campaña. En las legislativas de hoy se espera que el Senado pase a manos republicanas, lo que dificultaría aún más sus dos últimos años en la Casa Blanca.
Sólo un 44 por ciento de los estadounidenses tiene una impresión favorable del presidente, según la encuesta que publicaron el domingo The Washington Post y ABC News (http://dpaq.de/j8zl9). Es la cifra más baja desde Obama que ganó las elecciones en 2008 y asumió en enero de 2009. Los números explican que los candidatos demócratas con competencias parejas por el Senado o una gobernación hayan evitado dejarse ver con él. "Barack Obama, el presidente paria", tituló hace varios días The Washington Post.
Ahora repudian al hombre que fue imagen del éxito. "El cinismo es una opción, pero la esperanza es una opción mejor", comentó el sábado Obama en Detroit, recuperando esas frases que lo encumbraron. De momento, sin embargo, parece que el cinismo se impone en un país decepcionado con la parálisis de Washington los dos últimos años por las peleas entre los dos grandes partidos. Se culpa a los republicanos, pero sobre todo al presidente, incapaz siquiera de sacar rédito a la buena marcha de la economía.
Sólo el 40 por ciento de los ciudadanos con derecho a voto acudirá hoy a las urnas. Un 32 por ciento de los que vayan quieren castigar con su boleta la política de Obama, según una encuesta del instituto Gallup.
Esperanza, "Hope", fue el lema de la campaña con la que ganó en 2008, generando una ola de euforia en Estados Unidos y en el resto del mundo. Cerca de un millón y medio de personas se congregó en el National Mall de Washington el 20 de enero de 2009, la mayor concentración de la historia de la capital, con motivo de su toma de posesión. Incluso ganó el Nobel de la Paz antes de que sus acciones confirmaran sus intenciones.
"Dan el peor trabajo del país a un negro", tituló el diario satírico The Onion sobre la elección de Obama en 2008, un anticipo humorístico de las dificultades serias que iba a encontrar tras poner fin a la era del republicano George W. Bush, que dejó al país metido en dos guerras que minaron la imagen de la primera potencia mundial y que traspasó al primer presidente afroamericano la mayor crisis económica desde la Gran Depresión.
Logros pasados. Fue tanta la euforia por el cambio que el final de la crisis, la salida de tropas de Afganistán e Irak, la elimininación de Osama Bin Laden, el avance en las políticas de igualdad y de medio ambiente y su famosa reforma sanitaria "Obamacare" no han impedido una cierta sensación de fracaso.
Deudas pendientes. Aún no existe la reforma migratoria prometida, la cárcel de Guantánamo sigue abierta, preocupa la gestión de la crisis del ébola y muchos consideran que su inacción en Siria causó el surgimiento del sanguinario Estado Islámico, visto como una seria amenaza para la seguridad nacional estadounidense. Ahí siguen también Washington y sus mecanismos, que él quiso cambiar.
Los ciudadanos perciben esa frustración. Pero Obama aún tiene dos años para cerrar con más éxitos su presidencia. Una eventual pérdida del Senado no sería tan relevante, ya que siempre necesitó ganarse a rivales republicanos para lograr el mínimo de 60 votos para las leyes más significativas. El presidente mantiene además su capacidad ejecutiva para llevar adelante ciertas políticas, pero sin hacer enojar a los republicanos, con los que estará obligado a negociar.
Pensando en las presidenciales de 2016 y con una mayoría completa en el Congreso, los rivales que lo han atacado desde hace seis años querrán presentarse como un partido capaz de gobernar, algo que puede favorecer el legado de Obama.