"No admito que se me ponga en el lugar de un autor muerto; estoy vivo. Me avergonzaría contarle esto a algún amigo". Quien dice esto es Roberto Fontanarrosa en uno de los tantos correos que fueron aceptados como prueba de la demanda judicial presentada por Gabriela Mahy, viuda del Negro, contra el hijo, Franco Fontanarrosa. El humorista y escritor ya estaba muy enfermo cuando a su alrededor las relaciones empeoraron. Fue la decisión de casarse nuevamente la que desencadenó un proceso que por ahora es su novela póstuma. La otra, la literaria, es un conjunto de veinte cuentos en los que trabajó hasta sus últimos días y que siguen cajoneados.
Esta historia, que a diferencia de sus ocurrencias no causa ninguna gracia, ya lleva varios años y construyó un enorme legajo de ocho carpetas en Tribunales
Una de las consecuencias más visibles fue su obra. Sin que figure ningún impedimento judicial para la normal circulación de sus libros, estos estuvieron en falta varios años.
Meses después de la muerte del Negro, Daniel Divinsky, director de Ediciones de la Flor, quien sabía, por estar en constante comunicación con él, que estaba terminando los cuentos para un nuevo libro, le solicitó a la viuda el material para evaluar la posible publicación. Divinsky estaba al tanto que algunos de los cuentos no habían pasado por la revisión final del autor. El editor era quien había seleccionado los cuentos para todos los libros anteriores y contaba con la absoluta confianza de Fontanarrosa, además de mantener tanto él como Kuki Miler -cotitular de la Editorial-, una entrañable amistad. Divinsky realizó las habituales correcciones y consideró que la publicación debía hacerse con un prólogo en el cual se explicara que algunos de los cuentos no habían pasado por la segunda corrección de Fontanarrosa y que habían sido acondicionados por él mismo para que llegaran al público. Daniel Samper Pisano, escritor colombiano, amigo del Negro por cuarenta años, evaluó, por pedido de la viuda, el material y acordó con las observaciones de Divinsky.
Con el libro listo para ser impreso, hubo una negativa por parte de Franco Fontanarrosa. Los motivos esgrimidos fueron "derechos morales". Ante este obstáculo, le pidieron una evaluación al escritor Juan Sasturain, quien se mostró de acuerdo con la publicación del libro. Fue entonces que Ediciones de la Flor presentó el tema a la justicia para que un juez decida qué corresponde hacer.
Tiempo después de la presentación de Divinsky, Gabriela Mahy inició otra demanda sobre los derechos del resto de la obra publicada.
El conflicto de intereses arranca el 22 de noviembre de 2006, cuando Franco Fontanarrosa obtuvo la cesión de derechos de autor de su padre. Eso lo convirtió en único dueño de "la propiedad intelectual sobre todas las obras literarias y artísticas publicadas hasta el día de la cesión".
Ese documento se firmó exactamente dos días antes de un hecho central en esta historia: Fontanarrosa se casó el 24 de noviembre del 2006 con su segunda esposa.
La primera consecuencia de esa cesión de derechos se produjo apenas meses después. En mayo del 2007, ante la posibilidad de un contrato ofrecido al dibujante para una película animada sobre su personaje Boogie, el propio autor se entera que el alcance de la cesión le impide firmar contratos. Su obra estaba inscripta en Argentores (Asociación Argentina de Autores) a nombre de su hijo desde diciembre del año anterior. A partir de ese momento, quien debía firmar los contratos era Franco. El Negro comienza insistentemente a realizar pedidos para que se revea esta situación, con súplicas a su hijo y a los abogados que lo patrocinaban, según consta en los correos electrónicos que figuran como prueba en el expediente judicial. Pero no obtiene resultado alguno. El contrato por la película Boogie fue firmado meses después de su muerte por Franco Fontanarrosa.
En noviembre del 2008, la viuda demanda ante el Juzgado Civil y Comercial Nº 12 al hijo del escritor denunciando lo ocurrido y demandando por "pacto de herencia a futuro y vicio en la voluntad". La negativa a la publicación del libro en el que el Negro trabajó con entusiasmo hasta el día anterior a su muerte "fue la gota que rebalsó el vaso, el respeto a la obra debe primar sobre cualquier diferencia" declaró Mahy en ese momento. Su planteo continúa y por estos días es la Justicia la que debe decidir sobre la legalidad del documento firmado en 2006.
El resto es historia conocida. Franco Fontanarrosa no renovó los contratos con Ediciones de la Flor, que venía publicando la obra de Fontanarrosa desde 1974. Los libros dejaron de imprimirse en noviembre de 2007.
En marzo de 2012, Gabriela Mahy denuncia la falta de publicación de los libros y el daño que esto implicaba para la obra. Como consecuencia, y sin que mediara ningún cambio en el expediente, en octubre nuevamente llegaron los libros a las librerías, aunque con otro sello, Editorial Planeta. El caso Fontanarrosa ya es una bola de nieve judicial que espera una urgente definición.