Este verano un actor argentino importante, con buena carrera, buen prestigio, me
decía: "Ahora hay poco y nada de crítica al trabajo actoral. En general todo se reduce a los
chismes de alcoba, a las peleas del elenco y cómo va el espectáculo en relación al de al lado.
Añoro el respeto al trabajo actoral y la búsqueda de ése reconocimiento…".
La conclusión, cargada de nostalgia, pedía el retorno de aquellos años y
aquellos medios o secciones donde el eje era ese: la crítica y el comentario. Se esperaba con
tensión el día en que aparecían impresas. Esta, la crítica, guiaba la corriente de espectadores. La
aprobación era de los espectadores y de la crítica. Por allí se llegaba al éxito, al reconocimiento
popular, al triunfo.
Desde el primer café, posterior al almuerzo, la conclusión común podía tomarse
como una solicitada en los medios: de tan acostumbrados a la minipelea, el disimulado enojo, las
mentiras diarias, más la forzada muestra de traiciones y secretillos de alcoba, nadie soporta la
crítica, la objeción, la opinión en disidencia. Toda opinión molesta. Una crítica que plantee
objeciones es definidamente enemiga. Nadie pide una crítica.
De una cosa, como en toda charla de verano, se pasó a la otra. Y al final,
argentinos al fin: fútbol y política. Esos son, junto a las mujeres, los eternos temas de los
hombres.
Llegamos, afligidos, a la pasión total, el fútbol. El titular de la selección
fue tema recurrente, inevitable. Diego Armando Maradona asume muy mal las críticas, no las soporta.
Su trabajo decepciona, dispara un pistoletazo al centro de la pasión: el Mundial. Cómo decírselo
sin que estalle y nos abochorne. Nadie sabe.
Hay un nudo argumental, en aquella conversación con el importante actor, que
conviene desmenuzar. Amaestrado desde los 9 años en el capricho satisfecho al primer anhelo (fue
"cebollita" de Pipo Mancera) no es fácil que acepte el error. Maradona puede salir con brío de
matrimonios y relaciones complicadas, de hijos naturales, drogas hasta el caracú, catástrofes
mediáticas como el camión, el rifle, las trompadas. El Diego es un as para el código mediático
actual. Maradona se siente cómodo en el nuevo formato periodístico, que está firme en el
espectáculo y que ya altera nuestras relaciones. Hoy esa forma de vivir invade cada relación
social.
Conviene el glamoroso chismorreo. Para todos los líos mediáticos hay vacuna,
parece demostrar Maradona; para la simple crítica no, no se consigue antídoto. La templanza, la
generosidad, el reconocimiento de la posición del otro es un problema para Diego Maradona. Al
pensamiento distinto lo considera una ofensa personal de la que pretende salir con insulto y
agresión.
El espectáculo muestra que, de a poco, lo que hace "el diez" se considera un
comportamiento habitual. Diego no acepta su error, no lo cree posible. Si alguien, en algún
programa, desde cualquier publicación, lo desnuda, para "el diez" se trata de una guerra declarada,
a la que responde a balazos, con improperios universales, partiendo el mundo en dos partes. Amigos
y enemigos. Hay quienes creen que está bien esta reacción, que es lógica, que es sana. No lo es. Al
menos no lo es para muchos.
Su comprometido raciocinio no acepta que recriminen su comportamiento. Rechaza y
manda al destierro a los réprobos de su religión. Su desequilibrada religión.
El resume toda una posición ante el mundo exterior. Las figuritas del
espectáculo, acostumbradas al éxito fulgurante, fenomenal, explotan ante una simple crítica,
prefieren las controversias por sus hormonas, sus pechos y sus amantes. Así se acepta que suceda. Y
sucede. Maradona y las estrellas mediáticas actúan del mismo modo. Son iguales. El triunfo parece
nacido de un decreto de necesidad y urgencia que no admite debate, ése es el comportamiento
nacional. Marcar el error es oponerse, denunciarlo es sostener un ánimo descalificador,
destituyente.
No es posible indicar el comienzo de este conducta, de un día para otro el
cambio empezó a visualizarse. La política como espectáculo, el espectáculo como el vehículo para el
mensaje político. La sociedad que no se interesa en críticas y análisis. El cuerpo social que
rechaza la advertencia, la discusión, el diálogo, finalmente: basta de política tradicional. La
aceptación de "pum, para arriba" como dogma. El enojo y la catarata de insultos como mensaje,
programa, propuesta. Se hará lo que yo diga o no se hará nada.
Sobre el tercer café acoté: hablamos de Diego, tendríamos que hablar de
Néstor… Me miró como suelen mirar los actores para indicar, gestualmente, la inocencia del
otro. Me miró y dijo: ¿te parece que no hemos hablado todo el tiempo del hombre en cuestión?
Se levantó. Se fue. Pagué. Sé muy bien que no se contesta una pregunta con otra
pregunta, ni se termina una reflexión con el signo de interrogación, pero: ¿de qué otro modo?
No quiero sacar conclusiones. Es peligroso. Maradona aún puede leer esto. Dijo
que tiene todo en su computadora. Su dislate periodístico posterior a la clasificación fue
demoledor. Si triunfa en Sudáfrica sus pedidos serán órdenes. Temblemos. Néstor es igual.