El Mundial Argentina 1978, que reportó la primera Copa del Mundo en la historia del fútbol nacional, se pergeñó como un fenómeno de éxito e identificación social manipulada para ocultar el terrorismo de Estado que ordenó Jorge Rafael Videla.
El Mundial Argentina 1978, que reportó la primera Copa del Mundo en la historia del fútbol nacional, se pergeñó como un fenómeno de éxito e identificación social manipulada para ocultar el terrorismo de Estado que ordenó Jorge Rafael Videla.
El represor se sirvió de la maquinaria futbolística para maquillar las atrocidades cometidas contra la sociedad y también para cristalizar una escandalosa corrupción, que aumentó la deuda externa del país y agudizó una crisis económica de prolongado alcance en el tiempo. Pocos días después del 24 de marzo de 1976, fecha de inicio de la más sangrienta dictadura argentina que los militares llamaron Proceso de Reorganización Nacional, Videl entendió que el desafío de albergar un Mundial podía transformarse en una eficaz pantalla de distracción.
El almirante Emilio Eduardo Massera, integrante de la primera junta del gobierno de facto y jefe de la Armada, puso en marcha el operativo de organización y en julio de ese mismo año se creó el Ente Autárquico Mundial 78 (EAM 78) para la ingeniería del proyecto.
Fue designado a cargo el general Omar Actis —ex jugador de la tercera división de River— pero su gestión no duró ni un mes porque en agosto fue asesinado por un grupo de encapuchados cuando marchaba a una conferencia de prensa. El homicidio se le atribuyó oficialmente a “integrantes de la célula subversiva” pero tiempo después crecieron las sospechas sobre el contraalmirante Carlos Alberto Lacoste, vicepresidente del EAM y hombre de confianza de Massera.
El proyecto austero de organización apoyado por Actis no coincidía con la intención de Lacoste de impulsar una inversión grandilocuente, que nunca se precisó por la ausencia del control de gastos.
Inicialmente fue prevista en unos 70 millones de dólares pero investigaciones periodísticas posteriores señalaron que las erogaciones oscilaron entre 520 y 700 millones, muy por encima de los 120 que invirtió España para la organización del Mundial 1982. Videla aprobó la construcción de tres nuevos estadios en Córdoba, Mendoza y Mar del Plata y también la refacción de River Plate, Vélez Sarsfield y Rosario Central.
Para mostrarlo al mundo, el dictador instruyó la compra de los primeros equipos de transmisión de televisión a color, en otra operación económicamente turbia, tras lo cual Canal 7 pasó a llamarse Argentina Televisora Color (ATC).
“Los argentinos somos derechos y humanos”, fue el enunciado que articuló la campaña de promoción del Mundial como una cínica burla al reclamo persistente que ya sostenían las Madres de Plaza de Mayo y los organismos sobre el tema. La algarabía por los goles de Mario Alberto Kempes y compañía en River tapó los gritos desgarradores de las víctimas torturadas a pocas cuadras en la Escuela Mecánica de la Armada (Esma), como también el silencio de los desaparecidos.
Con los años, el contraste se tornó indisimulable y el Mundial, más allá del mérito deportivo para su conquista, quedó asociado como una de las experiencias más oscuras en la historia del fútbol argentino.