El escenario político con el que quedará vestido el país tras el 23 de octubre hace prever que no habrá nada fuera del oficialismo capaz de soliviantar el peso de los números con los que Cristina Fernández de Kirchner ganará su reelección.
La campaña electoral se encamina hacia su tramo final con un clima inédito de ausencia de interés, baja carga adrenalínica y la sensación de hecho consumado. Todas las encuestas muestran a la presidenta un poco más cerca o más lejos del 55 por ciento que del 50, un dato que habla por sí solo de lo mucho que le ha costado a la oposición hacer pie en un presente en el que la economía se instala como factor hegemónico.
El futuro político inmediato apenas si encontrará algún brío por adentro de la estructura del peronismo. Como una nueva instantánea de la lógica del justicialismo y el poder, casi todas las vertientes internas van confluyendo hacia el océano en que se ha convertido Cristina. Algunos como consecuencia directa del pulimentado pragmatismo que siempre disciplina el ciudadano al votar y otros, como un ejercicio eterno de práctica saltimbanqui, han transformado a la jefa del Estado en la única que puede modificar el estado de las cosas.
Sin embargo, es ese amontonamiento el que empieza a generar algunas mínimas guerras de guerrillas al calor del poder. Santa Fe es uno de los ejemplos más gráficos del reacomodamiento. Hoy, Agustín Rossi, Omar Perotti, los reutemistas que no se fueron detrás de Miguel Del Sel, la mayoría del obeidismo y otros tantos ismos forman parte del conglomerado oficialista. Parece haber ocurrido hace una eternidad el proceso interno provincial en el interior del justicialismo, cuando la realidad se partía entre el kirchnerismo y el rechazo del justicialismo disidente. No está de más recordar que esa divisoria de aguas trajo la sonora derrota de quien con mayor énfasis defendió el ideario K, léase Rossi.
Hoy, la bota santafesina parece atravesada pura y exclusivamente por el discurso que baja desde la Casa Rosada. Y ahí está el ministro de Economía y candidato a vicepresidente, Amado Boudou, recorriendo una y otra vez la provincia de la mano de Perotti y, a veces, de María Eugenia Bielsa, los dos faros que Cristina hizo emerger como iluminadores de su ideario.
El imán cristinista también impacta en Rosario. Si hasta hace poco tiempo el reutemista Diego Giuliano y el obeidista Osvaldo Miatello confluían con el PRO y la democracia progresista en vistas a una salida electoral, hoy ambos concejales peronistas ratifican su pertenencia a Encuentro con Rosario, bloque en el que talla María Eugenia Bielsa antes de su ingreso a la Cámara de Diputados.
Fueguito amigo. Es en este estadío donde se observan los primeros movimientos díscolos: el kirchnerismo originario y el Movimiento Evita salieron rápidamente a sentar posición diciendo que votarán y propondrán a kirchneristas-peronistas para las presidencias de la Cámara baja y el Concejo rosarino (aquí a Norma López). La disputa en ciernes que se observa en el territorio se amplía casi fotográficamente en el plano nacional. Allí el kirchnerismo primigenio mira con extraordinaria desconfianza el ascenso rápido, vertiginoso, impactante, de La Cámpora a posiciones de poder vinculadas a la caja.
El movimiento prohijado por el hijo del ex presidente Néstor Kirchner sumará 12 diputados nacionales (si se confirman los resultados de las primarias en las elecciones del 23 de octubre), y se estima que desde allí saldrá el primer intento para poner en marcha una reforma constitucional que desemboque en la re-reelección de Cristina. Uno de los principales dirigentes del Movimiento Evita santafesino blanqueó en estricto off las diferencias “sustanciales” con “la manera de hacer política que tiene La Cámpora”, aunque congeló cualquier posibilidad de disputa blanqueada en los medios hasta después del triunfo de la presidenta.
En forma soterrada unos y otros empiezan a reagrupar organizaciones y movimientos sociales para no quedar en inferioridad de condiciones a la hora de disputar espacios por lo que se viene, esto es, la distribución de cargos desde arriba hacia abajo, que comenzará por los movimientos en el gabinete.
Por otro carril empieza a actuar el peronismo clásico que, con la voz cantante, sobreactuada y grosera de Felipe Solá, anunció a los cuatro vientos el regreso a la casita de los viejos. Esta vez fue el ex secretario de Agricultura de Carlos Menem, ex gobernador duhaldista y ex compañero de ruta de Mauricio Macri y Francisco De Narváez el que tomó la decisión de acribillar nuevamente al ya moribundo Peronismo Federal, quien ingresó en rigor mortis con el portazo de Carlos Reutemann allá lejos y hace tiempo.
La mutación en la piel del peronismo también se evidenció en la decisión del Grupo de los Seis diputados reuteobeidistas de tirar un ancla cerca de la nave K. Jorge Obeid, Celia Arena, Carlos Carranza, Daniel Germano, Walter Agosto y Juan Carlos Forconi convivirán hasta diciembre bajo el paraguas protector de un bloque santafesino, pero con el inicio legislativo este espacio desaparecerá.
La más estruendosa de las contradicciones con las que convivirá el oficialismo se dio la semana pasada tras los comicios en Río Negro. El gobernador electo, Carlos Soria, ex jefe de la Side de Eduardo Duhalde en el momento de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, acusó al periodista ultraoficialista Horacio Verbitsky (el de mayor llegada a los pasillos del poder) de “montonero trucho que vendió compañeros” durante la década del 70. Soria llegó a la Gobernación rionegrina escudado en el sello del Frente para la Victoria.
Unos y otros hoy se sienten alineados por la marea de votos de Cristina Fernández de Kirchner y la desafinada (pero extrovertida) guitarrita de Boudou. Sin oposición a la vista, les alcanza y les sobra.