La era K, iniciada por el mandato de Néstor Kirchner y continuada por Cristina Fernández, generó una marca que se manifestó en fracturas, en nuevas organizaciones, en peleas irreconciliables e inimaginables alianzas. Pero sobre todo, en una tensión permanente de las prácticas en disputa y del debate político, que obligó a generar las armas necesarias para defender el proyecto, o para criticarlo.
Para analizar desde la óptica de los movimientos populares la mella que imprimió el kirchnerismo, distintos representantes de diversas organizaciones analizaron esta última década, entre ellos: Gustavo Brufman, secretario de Derechos Humanos de la CTA Rosario —central obrera que incorporó orgánicamente a los movimientos populares desde inicios de los 90—; Eduardo Delmonte, referente de la Corriente Clasista y Combativa (CCC), organización de desocupados con casi 20 años de trayecto; Eduardo Toniolli, líder del Movimiento Evita, espacio orgánico del Frente para la Victoria (FPV), partido por el cual es diputado provincial y Juan Monteverde, referente del Movimiento Giros y candidato a concejal por el Partido Ciudad Futura (PCF).
Para Gustavo Bruffman, el cambio de etapa fue signado por la necesidad de "capturar los levantamientos populares del 2001", recuperando la política como instrumento de cambio y «empoderamiento» para el diseño de un modelo de reencauzamiento del sistema.
En esa perspectiva ubicó la reivindicación de la figura del militante de los 70 "vaciada de su sentido transformador y revolucionario para justificar la salida capitalista con políticas compensatorias, tomando reivindicaciones sentidas y puntuales sin tocar los núcleos duros del modelo de transferencia a los grandes grupos económicos", dijo.
Más radical, Delmonte definió al kirchnerismo como "un grupo económico y político que usó las banderas de los 70" y consideró que Néstor Kirchner buscó encauzar el "auge revolucionario de 2001 para volver a la política como mecanismo de control".
Polemizando con esta postura, Eduardo Toniolli criticó a "la izquierda liberal, para la que el kirchnerismo se trató de una recomposición burguesa" y dijo que "dicen esto como si el 2001 hubiera sido una revolución proletaria". El legislador destacó además que el kirchnerismo metió en el sistema político "reivindicaciones y banderas que estaban en los márgenes del mismo, a partir de medidas concretas". La recuperación de la centralidad de la política para la transformación social, sostuvo, potenció el entusiasmo por la militancia.
La revalorización del peronismo histórico fue otra de las virtudes, pero explicó que "en cada etapa se mira hacia atrás en función de las contradicciones del presente".
Siendo el más joven y el de la organización más recientemente conformada, Juan Monteverde consideró que todos hacen sus lecturas sobre el pasado y ponderó que la reivindicación de la política generó una masa crítica mayor. "Más allá de que no creo que los compañeros de los 70 hayan muerto por una democracia liberal, hubo un avance simbólico importante", apuntó el joven, quien calificó de ingenua la posición que afirma que los K «robaron banderas».
ENCERRONA BINARIA. La polarización política marcó la última década. Desde amistades y mesas de café hasta organizaciones y partidos se han quebrado en función de ser kirchnerista o antikirchnerista.
Visto desde las organizaciones populares, la situación "estuvo jodida". La encerrona binaria condicionó el qué hacer. Hubo quienes se sumaron orgánicamente a los partidos tradicionales intentando «cambiar desde adentro», lo que en el caso del FPV generó una nueva disputa: ¿qué es profundizar el modelo? Otros, ante la impotencia política de construir una alternativa, se sumaron a reclamos de alguno de los dos sectores en pugna para pegarle al otro, generando alianzas fantasmagóricas. Los polos atacaron también el qué decir: ¿había que bajar reclamos y denuncias para «no hacerle el juego a...»?
Según Brufman, la dinámica de «o estás conmigo o contra mí» buscó uniformizar hacia abajo y coincidió con Monteverde en que "el desafío fue descentrar la lógica para construir política autónoma".
Si bien el referente de Giros criticó a sectores de izquierda que fueron "furgón de cola de proyectos que no son los nuestros", el militante de CTA lo refutó afirmando que "la construcción en la diversidad tiene una expresión en el campo de lo social muy distinto que en la alternativa electoral. No hay un correlato mecánico. Por eso en el plano sindical muchas veces se confluye para defender reivindicaciones puntuales, aunque no coincidas en el planteo político del eventual aliado".
En este punto de debate ingresó también cómo el gobierno procesó el conflicto social. Hay quienes destacan la no represión de la protesta como un punto a favor de principio a fin, quienes afirman que fue una política más de la etapa de Néstor que la de Cristina y otros que sostienen que, luego de poner bajo su ala todo lo posible, el kirchnerismo se volcó al disciplinamiento de los no alineados por la coacción física y las campañas mediáticas y hasta infiltraciones y espionajes, ya sean sindicatos, campesinos, movimientos ambientalistas, medios alternativos, etcétera.
MILITANCIA Y PODER. Los cinco referentes definieron la militancia como una elección de vida por una causa que trasciende al individuo, organizándolo colectivamente. Sin embargo, existe tensión entre la visión que ve a los militantes-funcionarios K como mano de obra subordinada y acrítica al gobierno y la cercana al romanticismo que los ubica como seres puros, brindados a la tarea política. En este punto, Toniolli aceptó la presencia de esa tensión y sentenció: “No estamos para preservarnos, sino para transformar la realidad. Eso implica someterse cotidianamente a contradicciones”, dijo.
Monteverde, en tanto, ubicó la disyuntiva en si la militancia se produce “desde abajo o atravesada por la lógica laboral” de sumarse a una agrupación para conseguir empleo, cuestión ligada a que “los partidos tradicionales no existen fuera del Estado”.
Por su parte, desde la CTA, Brufman consideró que se trata de “la mercantilización de la política, generar nuevas patronales administradoras de proyectos políticos que vuelvan a regenerar burócratas de nuevo tipo”.
Alrededor del concepto de mercantilización, la cooptación fue un tema sensible, fundamentalmente en los primeros años de gestión kirchnerista. En la visión de Brufman se intentó “instalar un nuevo clientelismo oficialista”, mientras el líder de la CCC denunció que el gobierno no escatimó recursos para cooptar organizaciones. Quien polemizó con estas posturas fue Monteverde, que calificó de “ingenuo” ese concepto, ya que los quiebres estarían ligados a la debilidad ideológica de los movimientos.
En estas disputas que giran en torno a las formas de construcción de poder hay un actor que no puede pasarse por alto: la juventud. El oficialismo, sobre todo desde el fallecimiento de Néstor Kirchner, la tomó como estandarte. Quienes no están alineados al proyecto oficial aseguran que los jóvenes siempre fueron motor de cambio y que ya venían aportando desde distintos espacios, antes de que el kirchnerismo entrara en escena. Quien resumió estas posturas fue el dirigente de la CTA al plantear que “se visibilizó y cooptó a un sector que venía participando”.
Por su parte, Toniolli consideró que la opción que hizo la presidenta por los jóvenes para ocupar cargos y funciones públicas “tiene que ver con que el compromiso de esos compañeros se forja en el marco de este proyecto”, fuera de otros grupos de poder. Mientras que al principio el kirchnerismo recurrió a “ministros prestados”, ahora hay funcionarios de cosecha propia.
¿DECADA GANADA? Tras el asesinato de Kosteki y Santillán en 2002, rondaba en las organizaciones autónomas una sensación de “no nos alcanzó para generar un proyecto de poder propio”.
Con Eduardo Duhalde en el poder y el autor intelectual del saqueo neoliberal como candidato a presidente, el descontento era generalizado, lo que se expresó en la baja participación electoral.
“El kirchnerismo instaló que son el único progresismo posible, también por errores políticos de los propios sectores populares”, evaluó Delmonte.
En ese marco de posibilidad, lo que se dio fue una relegitimación del Estado que incluso empujó a organizaciones a la vía electoral, aún habiéndola negado años atrás. “Fueron 10 años de mucha iniciativa política, buena, mala, nefasta, pero que marcó la cancha de diferentes maneras. Con la autonomía pudimos aprovechar los marcos que el kirchnerismo planteó”, analizó el referente de Giros.
En tanto, desde el Movimiento Evita, valoraron que actualmente “hay una base para discutir un montón de cosas que hace 10 años no”.
Para Brufman es central la perspectiva emancipatoria, que implica “no ser polea de transmisión de una política de Estado que se enuncia en pos de la distribución de la riqueza pero mantiene una profunda desigualdad social. Para los movimientos fue una década desaprovechada, no pudimos procesar qué y cómo cambio el escenario”.
Por su parte el referente de Giros apuntó que “esta etapa deja grandes desafíos, hay un empate hegemónico interesante. Si fue una década ganada o perdida, va a depender mucho de cómo continúe”.